David Cronenberg es uno de mis directores de cine favoritos. Desde sus inicios como director y guionista de sus películas, ha dado todo por mantener su discurso íntegro sobre eso que nos dice en la forma de un epígrafe de El Almuerzo Desnudo, “nada es verdad, todo está permitido”.

Su afán exploratorio de la tecnología (sean fármacos, equipos médicos, como software de computadoras… o todas juntas) y su incidencia sobre el cuerpo humano intactos, ese constante tocar sobre las deformidades sociales siempre presente en sus cintas. Ya sea hablándonos sobre sexo, y los conflictos y particularidades de la conducta humana, no hay tema que sea infranqueable para él. Siempre hay una compañía, una empresa, un movimiento, que rige los destinos y gobierna a los fatuos. Siempre hay alguien que se da cuenta y que la emprende contra ellos, en ocasiones a un costo de su propia vida, o quizá debemos decir, sus cuerpos (Scanners). Siempre hay un símbolo de los poderes – sean corporativos o gubernamentales – que nos guiña el ojo desde la distancia: el poder, y su incidencia sobre los seres humanos, no tiene rostro, pero sí tiene el nombre de una empresa como Biocarbon Amalgamate, o la Interzona (creada por William S. Burroughs).

Sea en sus películas más ambiciosas en cuanto a su discurso social (Cosmópolis, basada en la novela de Don Dellilo), donde los diversos motivos del horror se hayan en movimientos inasibles de ese monstruo social que nos rodea, o en otros remakes como La Mosca (Jeff Goldblum, Geena Davis), Cronenberg se las arregla para sumergirnos en su mundo. Un mundo donde la existencia de una compañía como entidad dispensadora del horror, un médico enloquecido por su descubrimiento (Shivers), o una mafia rusa cuyos códigos van más allá de lo reprobable (Eastern Promises), son quienes controlan todo.

Hay, dentro de su filmografía, películas especiales. M. Butterfly, para explorar la sexualidad trans, Historia de la violencia (que junto a Eastern Promises pueden catalogarse ambas como la incursión formal de Cronenberg al bajo mundo, a la mafia), Mapa a las estrellas (Julianne Moore y Robert Pattinson), a Dangerous Method (una que brega con la enemistad de Freud y Jung, pero muy a su estilo), y Crash, la muy controversial adaptación de la novela de J.G. Ballard, con Elias Koteas, James Spader, Holly Hunter, y Roxanne Arquette.

Hay, por supuesto, muchas más… como Spider, una película que no puedo colocar fácilmente dentro del canon Cronenberg, pues no se parece a ninguna que haya visto… con Ralph Fiennes, Gabriel Byrne, y Miranda Richardson.

En su nueva película, Crímenes del futuro, Cronenberg se anota otro tanto. La película ha escandalizado a todo el mundo del arte en su justa medida, justo como antes lo hiciera Velvet Buzzaw, la comedia negrísima sobre el mundo del arte – tanto de los artistas como el mercado, contenidos ambos en Art Basel de Miami – dirigida y escrita por Dan Gilroy y protagonizada por Toni Colette, Jake Gylenhaal, René Russo, entre otros.

Se trata de una comedia, debo decir, genial.

En esta película (Crímenes del futuro), Cronenberg nos cuenta la historia de una pareja de artistas del performance que, utilizando las últimas tecnologías en el futuro cercano, logran desarrollar un interfaz que permita a las computadoras trabajar con el cuerpo humano y operar sobre órganos apéndice… es decir, inservibles. Saul Tenser (Viggo Mortensen), y Caprice (Lea Seydoux), son los dos artistas. Los órganos se regeneran solos… parte de la evolución de seres especiales que nos dirigirán a una nueva era, donde la “cirugía” es el nuevo “sexo”. Tenser es objeto de una investigación de parte de la policía y del National Organ Registry, una dependencia gubernamental que busca controlar la evolución humana, y ahí atrae la atención de Timlin (Kristen Stewart), quien coquetea con una rama de evolucionistas radicales que buscan esa nueva carne… justo como en la obra maestra de Cronenberg, Videodrome, con James Woods…

Cronenberg no hace una película de horror corporal desde el 1999, cuando dirigió existenZ, con Jude Law y Jennifer Jason Leigh. Su exploración lo lleva a descansar de los horrores de la cotidianeidad, pero esto no quiere decir que no se sumerja en las particularidades de la conducta humana.

Así lo deja demostrado su filmografía.

David Cronenberg nació en Canadá. Esto ya nos dice algo en sí mismo.

Nació el 15 de marzo de 1943 y es uno de los más estudiados creadores del cine de horror de todos los tiempos. Se le cataloga como una de las tres Cs del cine de horror, junto a John Carpenter y a Wes Craven (a Craven yo personalmente lo saco de la lista, pues su contribución palidece al lado de los otros dos directores/guionistas… y pondía a Larry Cohen, quien abrió la puerta del “horror corporal” junto al canadiense con su película Vive, que narra la historia de una madre que da a luz a un niño-monstruo).

En su primera versión de 1970 disponible en YouTube en alta resolución (una cuya relación con la actual es, para la mirada superficial, solo el título), Crimes of the Future nos narra parte de la vida de Adrian Tripod, quien se encuentra dirigiendo la Casa de la Piel, gracias a su presente encarnación, provocada por un dermatólogo llamado Antoine Rouge; la clínica es una residencia para los más pudientes dedicada a la investigación de condiciones y patologías extremas inducidas por el maquillaje… corporal. En el momento en que la historia nos da entrada la clínica se encuentra en franco declive. Rouge está muerto, y un paciente nuevo entra a la clínica con unos síntomas particulares.

Pero no se trata ni siquiera de una primera incursión sino, me gusta pensar, una precuela. Es como si Cronenberg hubiera tomado notas particulares y se hubiera tomado el tiempo de ensayar lo que sería más tarde un Crimes of the Future más completo, más terminado, como si en esta historia el movimiento underground que avisaba la propuesta de que “la cirugía es el nuevo sexo” se encontraba, en Crimes of the Future inicial, en su génesis.

Tripod nos describe la situación:

“… me parece natural que, dado el estado de cosas, no es absurdo que yo encuentre mi camino hacia el Instituto de las Nuevas Enfermedades Venéreas. Durante los días excitantes de la administración Rouge, había mucha colaboración entre La Casa y este instituto”.

Continúa: “… este hombre ha contraído una especie de enfermedad venérea de otro paciente. El era una vez un sensualista rabioso. Pero ahora es un metafísico. Su cuerpo ha comenzado a crear órganos, cada uno independiente, y cuando es extirpado quirúrgicamente, empieza a crecer otro, igualmente misterioso”.

¿Es posible ubicar esta película dentro de una filmografía ambiciosa cuyas implicaciones para distinguir un discurso coherente dentro del vasto universo Cronenberg abarca, en este caso, más de 30 años?

Si.

Porque está más que claro que Cronenberg va tomando notas a partir de las películas realizadas. El no termina una película. Es decir, que en este caso, la película no ha terminado.