“Cine y sociedad,” “Cine y contemporaneidad”. Ambas relaciones han producido algunos niveles de comprensión basados en lo que llamaría el historiador francés Serge Gruzinski “La colonización de lo imaginario”, donde este historiador hace referencia a lo que es un cine basado en la violencia histórico-social que ejercen las imágenes a partir de productos históricos y contemporáneos. (Ver, La colonización de lo imaginario (1994); y La de las imágenes (1994).

La producción de cine actual ha evolucionado hacia un concepto extremo de violencia y desastre, pero a la vez ha incidido en un espectador que ha asimilado la costumbre misma de la violencia audiovisual de nuestros días, todo lo cual invita a revisar también el tema mismo a través del marco productivo de las primeras cuatro décadas del siglo XX, donde los documentales rusos, norteamericanos, alemanes y franceses, entre otros, han desarrollado también la mirada violenta a través de cintas divulgadas sobre los desplazamientos humanos, marinos, aéreos y otros en culturas cercanas y lejanas.

Lo que supone que el ojo de productores, directores, fotógrafos, editores y actores influyen en la evolución que se da entre cine y sociedad. La carga histórica que utiliza la producción y dirección de la mayoría de las películas del siglo XX y lo que va de siglo XXI, se justifica a través del guion y la producción cinematográfica esto es la historia que técnicamente se divulga para lograr efectos de sentido en el espectador histórico sincrónico y diacrónico y el sujeto actual.

Basta con ver películas como Fracture o Crimen perfecto del 2007 del director Gregory Hoblit, también “Pablo Neruda” (2016) del director Pablo Larrain y  En Carne viva de 2003 del director Jane Campion o para más ejemplo Las plagas de Preslavia de 2018, del director Patryk Vega, para comprender la violencia que provoca el cine desde la praxis de una mirada histórica dirigida.

Estos ejemplos de la historia actual del cine, plantean una nueva reflexión histórica sobre la relación cine-sociedad y discurso en el caso de los últimos 30 años de producción y divulgación cinematográfica.

Otros ejemplos visibles a través de productos incidentes, los encontramos en películas como “Café con aroma de mujer” de 2021, del director Mauricio Fortunato; “Rencor Tatuado” de 2018, del director Julián Hernández y “Carne Trémula” de 1997 de Pedro Almodóvar; también de él mismo “Tacones lejanos” de 1991 y la película “Volver” de 2006, dirección y creación que refieren artísticamente a la realidad histórica y política española, haciendo una crítica de lo que ha sido la España posfranquista y denunciando problemas familiares, existenciales, psicológicos, internos, de sexo, de política, de incidencia a nivel institucional, deseos reprimidos del sujeto social y otros que forman parte del eje de violencia que se vive en la España y del mundo actual, diríamos que de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI.

De hecho, desde la relación sociedad-cine-sujeto histórica-discurso, histórica-mundo, se desencadena una crítica al concepto mismo de contemporaneidad utilizando una visión política del ojo cinematográfico y reconstruyendo el cine desde una denuncia de los contravalores de la sociedad de finales del siglo XX y comienzos del XXI.

Un factor visible y significativo en el contexto de la crítica social, a través del cine, es el exceso de los productos cinematográficos que exhiben guerras, holocaustos humanos, desplazamiento de ciudadanos, “narcocine” y lugares del tercer mundo, donde existe la reacción ante motivos de racismo y apoderamiento de territorios originarios donde, el comercio político de guerra,  presenta los desastres causados por el sistema imperialista mundial, eurocéntrico y conquistador, que el empresariado de la guerra ha provocado desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX hasta la actualidad. (Véase La Guerra de las Malvinas, el Congo,  Nigeria, Kenia). Los conflictos en Corea del norte y del sur; Ucrania, China, Japón, Egipto y muchos otros que han creado desastres económicos, geográficos, étnicos, familiares, políticos y otros, generando males históricos poco superables, por lo menos en la actualidad.

La relación histórica y crítica entre cine, discurso y sociedad,  se ha construido como una empresa entre la primera y la segunda guerra mundiales, en base a una técnica del genocidio, una industria del crimen y la destrucción que se ha patentizado en el guion y las producciones que con dicho tema han generado grandiosas riquezas a las diversas industrias cinematográficas de América, Europa, Asia, Vietnam y África presentando,  de esta manera, un verdadero mapa apocalíptico de sociedades y sujetos que han sido obligados a  pagar por su derecho a existir.

En la moderna industria del cine en el Medio Oriente, la producción cinematográfica tiene su inevitable tendencia a comercializar la guerra-violencia social, a través de empresas también ideológicas, tendentes a socializar los diferentes gestos destructores de la guerra y el espionaje. El ejemplo de Gaza, Irán. Afganistán y el complejo tema palestino, así como la Guerra del Golfo Pérsico, el terrorismo árabe y otros temas de la misma especie, se reconocen en las producciones no solo cinematográficas, si no también televisiva videográfica y telemática.

Para un panorama histórico sobre el cine de guerra, violencia y terror ver la importante obra histórica del profesor de historia contemporánea en la universidad de Tel-Aviv, titulada El siglo XX en la pantalla: cien años a través del cine, Ed. Crítica, Barcelona, 2005.