En Benedetta, Verhoeven demuestra a sus 83 años que todavía le queda cierta pericia como artesano provocador de la transgresión, manteniéndose fiel al pergamino sobre el deseo, la violencia y el sexo que siempre ha coronado las imágenes de su cine incluso hasta en sus peores obras. Interroga, con grosor erótico y la iconografía religiosa más espiritual, el placer de la carne como blasfemia y el poder que ejerce la iglesia para reprimir la sexualidad femenina; pero en el transcurso se vuelve irremediablemente trivial entre tanta histeria clerical, hasta el punto en que comienzo a perder la fe por sus escenas y recibo los restos que quedan con la tibieza del agua bendita.
Su argumento, basado parcialmente en el libro de Judith C. Brown, sitúa la acción en Italia durante la contrarreforma del siglo XVII y narra parte de la historia de Benedetta Carlini, una monja que desde que era una niña reside en el convento de la ciudad de Pescia, donde como devota suele orar ante la Virgen María y tiene visiones escabrosas sobre Jesucristo que la colocan en un estado de trance frente a las otras monjas que la miran, pero cuya existencia cae lentamente en la desdicha moral de la época cuando sostiene una relación lésbica a puertas cerradas con una mujer recién ingresada a la institución que se llama Bartolomea, la cual, entre otras cosas, ha escapado de la prisión de los abusos sexuales.
El arranque despierta más o menos mi atención por la manera en que Verhoeven emplea adecuadamente la analepsis interno-subjetiva para encuadrar en clave simbólica el sufrimiento de la abadesa mística que es provocado, ante todo, por la fuerte represión sexual que castiga como flagelo su naturaleza femenina hasta trasladarla al campo de la desrealización, casi como si estuviese poseída por un demonio maligno que lanza advertencias sobre el apocalipsis que trae la peste para los prejuiciosos e intolerantes que se niegan a ser bendecidos escuchando sus profecías.
Pero por alguna razón siento que su narrativa arrastra una falta de pujanza in crescendo que solo me causa una abulia inamovible cuando la monja lesbiana se enfrenta a la autoridad patriarcal del clero corrupto que cuestiona los pecados cometidos y la juzga para verla quemada en la hoguera por utilizar un dildo tallado en madera sacrosanta, en donde nunca sucede el milagro de alguna revelación que me sorprenda porque todo avanza sin ritmo para cohesionar el conjunto. Muy pocas veces me veo asaltado por el supuesto escándalo que evocan sus escenas de brutalidad en nombre del cristianismo y los episodios habituales de erotismo renacentista como acto de profanación sexual que Verhoeven presenta de manera redundante por el bien de la explotación efectista para espíritus débiles. Mis plegarias por un momento que me emocione nunca son escuchadas. Sin embargo, me parece auténtica la reproducción del período desde los decorados, y encuentro algo orgánica la actuación de Virginie Efira como la monja que lucha contra las calumnias y la misoginia para desnudar el lado oscuro de la iglesia católica. Con ella en pantalla, los secundarios encabezados por Charlotte Rampling son eclipsados y el relato, en cierta medida, adquiere un poco de sustancia con el comentario sobre el amor, el perdón, la manipulación y la violencia contra la mujer, aunque la suma de las partes, en la superficie, no ofrezca ningún impulso dramático que sea significativo cuando beatifica el lesbianismo para bendecir al rebaño inclusivo que está de moda.
Ficha técnica
Título original: Benedetta
Año: 2021
Duración: 2 hr 11 min
País: Francia
Director: Paul Verhoeven
Guion: David Birke, Paul Verhoeven
Música: Anne Dudley
Fotografía: Jeanne Lapoirie
Reparto: Virginie Efira, Charlotte Rampling, Daphne Patakia, Olivier Rabourdin,
Calificación: 6/10