Hace aproximadamente unos 13 años desde que Avatar marcó un hito al convertirse, por aquel entonces, en la película más taquillera de la historia del cine. Era 2009. Al igual que muchos, asistí al fenómeno de masas que causó en la cultura popular para enmendar mis necesidades primordiales como consumidor asiduo de ciencia ficción y, además, para limpiar mis retinas con la aventura que ofrecía por el paradisiaco mundo extraterrestre de Pandora. El evento no me trasladó hasta el paroxismo emocional, sobre todo porque atravesaba algunos de los fragmentos más comunes de los blockbusters, pero sí me resultaba entretenida y me parecía interesante la manera en que trataba temas relevantes como el colonialismo espacial, el ecologismo profundo, la posibilidad de transferir la conciencia a otro cuerpo y la relación del hombre con una naturaleza que siempre se ve amenazada por la explotación de recursos naturales a favor de la avaricia corporativista. Solo la vi esa vez. Pero tiempo después me enteré de que Cameron tenía planes para realizar varias secuelas tras el éxito imbatible.
La primera de estas secuelas, titulada “Avatar: el camino del agua”, he podido verla recientemente aprovechando su estreno en una función privada para la prensa supuestamente especializada, tras esperarla durante los tres años que ha estado en producción por la tecnología implementada de captura de movimiento para concebir digitalmente el paraíso alienígena de Pandora. Y creo que he esperado todo ese tiempo para nada. Porque, a mi parecer, no solo representa una de las manchas indelebles de la filmografía de Cameron, sino, además, de una secuela soporífera e innecesariamente larga que debajo de los caros efectos visuales CGI esconde un océano de fórmulas recicladas en el que los alienígenas azules nadan en la superficie como botellas de plástico desechable. El metraje agotador de tres horas la hunde estrepitosamente cuando repite el mismo círculo de acción para examinar tópicos sobre el núcleo familiar y los deberes paternales al servicio del turismo más antropológico.
En términos estructurales, la narrativa emplea los mecanismos clásicos en los que el héroe está en constante estado de colisión con el villano, por lo que no es muy difícil para mí predecir el objeto central del conflicto que moviliza las acciones de los personajes.
Desafortunadamente, no encuentro nada que me sorprenda en ninguno de los largos episodios que componen su estructura. Está, por lo visto, sujeta a una inercia de situaciones redundantes y subtramas facilonas en las que por lo general todo se reduce a escenas de excursiones ecológicas con fines de mercadotecnia para promover la protección de la biodiversidad de los océanos, a conversaciones fútiles de unos personajes estereotipados que nunca escapan de la primera dimensión y las usuales batallas a tiro limpio en las que anticipo con mucha facilidad el resultado de la contienda cuando los humanos malvados intentan por la fuerza apropiarse de las reservas naturales y colonizar con mano dura a las etnias oprimidas que ven como seres primitivos desde las torres del imperialismo más violento.
De algún modo, uno de los pocos elementos que logra causarme una impresión significativa son los efectos visuales que trasladan mi sentido de la vista a un viaje ocular de paisajes submarinos por la luna Pandora. No se trata de algo fuera de serie o que no se haya visto antes en comparación con la primera Avatar, pero, desde luego, es bastante alucinante la manera en que Cameron utiliza las mejoras del proceso de captura de movimiento sobre los actores para renderizarlos en escenas submarinas y en selvas tropicales generadas por ordenador.
Me cuentan que Cameron ya ha completado el rodaje de la tercera entrega de Avatar con miras a estrenarse en diciembre de 2024, y tiene las otras dos secuelas en etapa de producción. Sospecho que todas las restantes seguirán explorando los distintos climas de Pandora y la resistencia de los alienígenas que, por primera vez, no son presentados como los villanos que invaden la Tierra, sino, por el contrario, los seres oprimidos de otro mundo que combaten a los humanos ignominiosos para seguir viviendo como una familia en paz. Pero tras ser testigo de “Avatar: el camino del agua” mis expectativas se han disminuido notablemente, sobre todo porque es una secuela que está demasiado preocupada por las pretensiones visuales y las innovaciones estéticas, olvidándose de añadirle algo de sustancia a una narrativa plúmbea que solo en los minutos finales encuentra su propio ritmo y me quita los efectos dormitivos. Su visionado me cae como un vaso de agua salada.
Ficha técnica
Título original: Avatar: The Way of Water
Año: 2022
Duración: 3 hr 12 min
País: Estados Unidos
Director: James Cameron
Guión: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver
Música: Simon Franglen
Fotografía: Russell Carpenter
Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Kate Winslet, Stephen Lang,
Calificación: 5/10