Protesta en Amsterdam

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En Europa las protestas contra el desalojo de propiedades ocupadas que estaban abandonadas son comunes.

La casa habla, describe a quienes la habitan y recorren sus rincones, le acarician el paladar y le abren las ventanas para que entren los pájaros.

La casa, que se levanta en San Telmo, dice que no quiere a quienes la poseen, que prefiere mil veces a las sirvientas, Vira y Olena, dos inmigrantes ucranianas explotadas por sus patrones, Don Demetrio y Doña Ramona.

La casa es indócil, palabra que le da el título a la primera novela de la colombiana Laura Ortiz Gómez (Bogotá, 1986), que vivió siete años en Buenos Aires y como migrante sufrió en carne propia la crisis de acceso a la vivienda.

"Conseguí una casa derruida de comienzos del siglo XX y me obsesioné con el origen histórico de la especulación sobre la tierra y del por qué la vivienda está en muy pocas manos en Buenos Aires".

Descubrió entonces la huelga de los inquilinos, o de las escobas, que en 1907 convocó a dos mil conventillos en Argentina. Grandes casonas eran alquiladas por habitaciones a familias completas, muchas de ellas inmigrantes y los dueños cobraban arriendos de usura, una situación que terminó a escobazos en las calles, y en enfrentamientos de los arrendatarios con la policía contra el desalojo por negarse a pagar un nuevo aumento de la renta.

"Era la primera gran oleada migrante y por ahí me conectaba; pensé bueno, soy como estas personas", cuenta la autora, quien le da a sus personajes, Vira y Olena, un lugar importante en esta revuelta, pues Demetrio y Ramona huyen a otros barrios y las convierten en sus inquilinas.

La casa las defiende, las ama, las protege y eso le vale insultos y discriminación de las viviendas vecinas, que la tratan entre muchas otras cosas de ramera, depravada, corrupta, libertina, lujuriosa, fulana, mesalina, pecadora, ninfa, gamberra, casa galante, de vida airada, de mal vivir, concubina, mantenida, adúltera y madame".

BBC Mundo habló con Ortiz en el marco del Hay Festival de Cartagena que se celebra entre el 30 de enero y el 2 de febrero en esa ciudad del Caribe colombiano.

Laura Ortíz Gómez

Catalina Bartolomé
Laura Ortiz Gómez (Bogotá, 1986) vivió siete años en Buenos Aires.
Línea gris

BBC

¿Por qué habla esta casa?

Leí muchísimo sobre anarquismo porque quienes hicieron esta huelga de los inquilinos o las escobas eran anarquistas, y había corrientes extremas que cuestionaban la propiedad en sí misma. Decían: ¿quién determina qué es de quién?… La propiedad es una invención y el Estado también, que protege a quienes robaron y se quedaron con las mayores extensiones de tierra.

Nunca había cuestionado la propiedad, la tenemos culturalmente tan apropiada que es difícil imaginar un mundo sin ella.

Pensé entonces que si las cosas no son de alguien, tendrían su vida, su dignidad, su relato. La casa dice ¿cómo así que mi destino está atado a alguien que ni quiero, ni me quiere?

Era la sensación que tenía yo con los dueños de la casa donde vivía; no les importaba, no le hicieron mantenimiento en 100 años. Para ellos, era un lucro y para mí era mi hogar, mi espacio afectivo.

Esa desproporción es dolorosa, porque no es solo una experiencia material, es sensorial, emocional: uno le pone cuadritos, plantitas, es otra cosa.

¿Cómo empieza a gestarse la huelga de las escobas?

Empezó en Monserrat, La Boca y San Telmo, tres barrios de Buenos Aires, donde era más caro rentar una pieza en un conventillo que un cuarto en París, y la gente vivía en hacinamiento. Las fotos de la época son impresionantes.

Lo que sucedió es que iba a haber un aumento de los impuestos y los dueños de las casas lo trasladaron a los inquilinos. Era exorbitante y cruel, porque la policía pagada con esos mismos impuestos los reprimía.

Fue la primera huelga de consumo en la Argentina, no fue el parar una industria, sino dejar de consumir un servicio. Y las mujeres salieron a defender los espacios, porque ellas trabajaban en la casa, lavaban, cosían, la casa era la fábrica… Es muy contemporáneo, el home office, ¿no?

"Salieron millones de mujeres (…) Mientras amanecía Olena alzó la escoba y gritó: "Compañeras, estamos barriendo la inmundicia del mundo capitalista". ¿Lo lograron?

Libro de Laura Ortíz

Cortesía Editorial Tusquets

Primero decidieron que no iban a pagar y como en los conventillos había gente de muchas nacionalidades, los imprenteros hacían panfletos en diversos idiomas.

Siendo anarquistas no era jerárquico ni había un sindicato que los organizara, no era fácil ponerse de acuerdo. La lucha se extendió a Bahía Blanca, Córdoba y en un momento fueron 2000 inquilinatos, pero estaban atomizados.

Algunos dueños cedieron, otros no, y empezaban unos desalojos crueles y unas batallas con la policía en las que lo doméstico se convertía en arma; peleaban tirándoles ollas de agua hirviendo desde el techo.

Y mujeres de muchos conventillos salieron con las escobas, decían que estaban barriendo la inmundicia del mundo capitalista; imagínate ese eslogan ahorita es imposible, sería ultra radical.

El capitalismo nos ha cooptado, lo veo en Estados Unidos, nuestro faro cultural. Allí se discuten cosas chéveres como los derechos civiles, los temas de raza, de género, pero que nadie vaya a discutir el sistema económico, es intocable.

Quien se atreva con la sagrada propiedad privada, es el terrorista más radical del mundo.

¿Por qué en "Indócil" la casa rechaza a los dueños y se pone del lado de Vira y Olena?

Obviamente va a querer a quien la cuide, que son las personas que hacen las labores de servicio.

Yo sentía esa misma disparidad con los dueños de mi casa: la amo, ustedes no la aman, la limpio y la pinto, trato de reparar lo que no han reparado en años.

Las otras casas del barrio le dicen, tú eres bruta, ¿no entiendes que debes tu lealtad al dueño, al que te hizo? Y la casa se pregunta, ¿el dueño me hizo? ¡No!, me hicieron los albañiles. ¿Y quién me cuida? Ah, estas dos mujeres que me ponen linda, me acarician con las escobas y están pendientes de mí.

En la casa también habita un personaje misterioso: la niña tehuelche, cuyos huesos son conservados en una vitrina. ¿Cómo llega la niña hasta allí?

Quería narrar la "Campaña del desierto" (1878-1885, en que fueron conquistados grandes territorios habitados por pueblos originarios) y tuve que hacerlo de una manera sintética.

Los pueblos indígenas no tienen la noción de propiedad privada ni tampoco de nacionalidad; en ese sentido son cercanos a las ideas anarquistas. Y la prensa los equiparaba.

Leí diarios de 1907 que decían: hay que matarlos porque no se consideran argentinos, son enemigos del Estado, lo que sigue siendo un discurso muy actual.

En estas campañas, junto con los ejércitos, iban científicos que sacaban los huesos de los muertos.

"Okupa" en España.

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En España existe un fuerte movimiento "okupa" que defiende el anarquismo y no cree en la propiedad privada.

En el sótano del Museo de Historia Natural de La Plata hay cientos de huesos indígenas, que se exponían junto a los simios en un ejercicio de deshumanización; y a otros tehuelches los obligaban a limpiar esos huesos, en un ejercicio de crueldad muy tenaz.

Tanto el anarquismo como las campañas del desierto son memorias ocultas en la historia mainstream argentina. No se habla de la masacre indígena y tampoco de que el primer sindicato fue anarquista.

Se borró, se volvió una memoria peronista o socialista y yo quería ir a una memoria anterior.

De las ideas anarquistas, ¿qué rescatas para el hoy?

El anarquismo llegó a ser muy importante en tres puntos del planeta: en España, en Chicago, donde los obreros consiguieron la reducción de la jornada, y en Argentina, pero se olvidó o se le relaciona solo con gente que tira bombas.

Su organización obviamente es utópica, pero en el centro hay una fe en el humano que yo quiero tener, la fe de que si nos organizamos de una manera no jerárquica no nos vamos a querer cagar unos a otros y eso es algo que no hemos probado.

En Argentina, después del 2001 hubo fábricas que quebraron y los dueños se fugaban con la plata. Algunos obreros las hicieron cooperativas, y muchas todavía funcionan, son exitosas, amigables con sus barrios, no lucran exponencialmente y reparten los ingresos.

Creo que si desescalamos el capitalismo, vamos a tener un impulso humano de tratar bien al vecino, porque el sistema económico nos aleja tanto del lugar de la producción que no nos conduele. ¿A mí qué me importa si esto lo hizo alguien en Indonesia? Pero si son mis vecinos, voy a pagar un precio justo.

Entre las ideas anarquistas está que "el trabajo es la miseria en el mundo", un invento "que nos mantiene sumisos". ¿Estás de acuerdo?

A comienzos del siglo XX en Argentina estaba la figura de los crotos, una especie de viajeros, de trabajadores golondrina de doctrina anarquista que hacían bibliotecas comunitarias y teatro.

Iban de un lado al otro, vivían en trenes, decían que su techo era las estrellas, que su casa era la pampa.

Defendían otra forma de trabajo, de no sometimiento al patrón, de tener cierta libertad. Decían que fueron los socialistas los que hablaban de que el trabajo dignifica, pero para ellos la cultura y el placer dignifican: no todo tiene que ser productivo ni tiene que ser mercancía… Volvamos a las cosas que no producen dinero.

Sin embargo, en tu novela cuando las mujeres escuchan a los hombres debatiendo dicen: "Libertarios mi coño, verás quién es la que cocina y pare y barre y amamanta y no duerme y le hacen 'el amor' sin gusto y sin ganas. ¿Cuál fin de la propiedad privada?… Mirá, nos tratan como cosas’"

Las ideas anarquistas se expanden y las mujeres se contagian, era inevitable. Los tipos hablan de no jerarquía, no Estado, no Iglesia y ellas muy rápido les dicen ¿pero cómo así? ¿no jerarquía? Si usted me trata re mal a mí.

Había mucha prensa anarquista, periódicos de mujeres que eran de vanguardia, hablando de no matrimonio, de vínculos distintos, cosas que están de moda ahora, como la no exclusividad con una pareja. Hablaban de contracepción, de aborto.

Estas señoras de 1907 son fascinantes y su reclamo era ese: está buenísimo pensar un mundo sin jerarquías y sin materialidad, pero quienes se han encargado de sostener y cuidar el mundo son las mujeres.

Vira y Olena se salvan por el amor que se tienen y que le tienen a Acracia, la niña muda que adoptaron, ¿por qué la nombraste así?

Acracia es la utopía anarquista, sin gobierno, sin Estado.

Escogí ese nombre porque quería imaginar cuál sería una alternativa. Leí "Utopía" de Tomás Moro para ver si me inventaba una. Creo que no puede ser estalinista, todos con un pan y ya.

La utopía es espiritual, afectiva, lo que para cada uno es importante.

Pero también es colectiva, es un estado del alma y la niña tiene un poder: cuando la gente está a su lado siente que es posible ser bella, ser deseada y deseante, tener la tierra, tener cabritas, cultivar manzanas; el sueño de cada uno.

Quería que estuviera como la posibilidad, porque el capitalismo nos derrota la esperanza; ahí ya nos ganó. La posibilidad es compleja pero tiene que existir.

El anarquismo me enseñó el autogobierno y la autodeterminación.

Por supuesto, que estamos atravesados por poderes que nos exceden, económicos, políticos, sociales; de una manera desigual, hay gente que está más oprimida por ellos, pero si hay algo que admiro de los anarquistas es que siempre hay un lugarcillo, así sea un resquicio, de autodeterminación y de resistencia, donde una casa puede decir yo soy la casa de mí.

¿Y qué dirían las casas hoy?

Una casa que la cogen de Airbnb está muy triste, la decoran feo, la usan, no es hogar, no construye vínculos con nadie.

Las casas que la gente compra como ahorro, digamos, Puerto Madero, todo ese barrio supermoderno, está vacío.

Esas casas dirían, ¿por qué hay gente durmiendo en la calle y yo acá vacía? Dirían: podríamos albergarlos a todos si nos dejaran.

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