Advertencia: este artículo contiene descripciones sobre cuerpos de víctimas fallecidas en la guerra en Gaza.
Todo se mezcla. La mochila de colores del hijo. Una zapatilla de correr. Una olla de acero perforada por balas. Trozos de camas, sillas, cocinas, lámparas; cristales de ventanas rotas, espejos, vasos. Retazos de ropa.
Estos últimos objetos triturados y cubiertos de polvo pueden ser una pista. A menudo pertenecen a los muertos que yacen cerca de la superficie de los escombros.
"Desde que las fuerzas de ocupación israelíes se retiraron de Rafah, hemos recibido unas 150 llamadas de civiles por la presencia de cadáveres de sus familiares bajo las casas", explica Haitham al Homs, director de Servicios de Emergencia y Ambulancias de la agencia de Defensa Civil de Rafah, en el extremo sur de la Franja de Gaza.
Las autoridades sanitarias palestinas calculan que hay 10.000 desaparecidos por la guerra. Cuando no hay ningún indicativo evidente, como ropa en la superficie, los equipos de búsqueda se basan en la información de familiares y vecinos, o siguen el olor a muerte que se percibe entre las ruinas.
El gobierno israelí ha prohibido a la BBC y a otras organizaciones internacionales de noticias entrar en Gaza e informar de forma independiente. Dependemos de periodistas locales de confianza para registrar las vivencias de personas como las que buscan a los desaparecidos.
Al final de cada día, Al Homs actualiza la lista de los restos encontrados. Su equipo excava los escombros con cuidado, consciente de que están buscando fragmentos de humanidad. A menudo, lo que se recupera no es más que un montón de huesos.
Las bombas de alto poder explosivo de Israel hicieron pedazos a muchos de los muertos. Los huesos y los restos de ropa se colocan en bolsas blancas sobre las que Al Homs escribe la palabra árabe "majhoul", que significa "no identificado".
Rodeados del olor
Un residente de Rafah, Osama Saleh, volvió a su casa tras el alto el fuego y encontró un esqueleto dentro. El cráneo estaba fracturado. Saleh calcula que el cuerpo estuvo allí entre cuatro y cinco meses.
"Somos seres humanos con sentimientos… No puedo expresar lo triste que es la tragedia", afirma.
Estar rodeado cada día por el olor de cadáveres en descomposición es una experiencia profundamente inquietante, como suelen atestiguar quienes han presenciado las secuelas de una muerte masiva.
"Los cadáveres son aterradores. Estamos viendo el terror", dice Osama Saleh. "Te juro que es una sensación dolorosa, he llorado".
Las familias también han estado llegando a los hospitales para buscar restos. En el patio del Hospital Europeo, en el sur de Gaza, se recogen huesos y ropa en bolsas para cadáveres.
Abdul Salam al Mughayer, de 19 años, de Rafah, desapareció en la zona de Shaboura. Según su tío, Zaki, era un lugar del que no volvías si te metías ahí durante la guerra. "Así que no fuimos a buscarlo allí por esa razón. No habríamos vuelto".
Zaki cree que los huesos y la ropa que tiene delante pertenecen al desaparecido Abdul Salam. Está junto a un trabajador del hospital, Jihad Abu Khreis, esperando a que llegue el hermano de Abdul Salam.
"Hay un 99% de certeza de que el cuerpo es suyo", dice Abu Khreis, "pero ahora necesitamos la confirmación final de su hermano, la persona más cercana a él, para asegurarnos de que los pantalones y los zapatos son suyos".
Poco después llegó el hermano desde el campo de refugiados de tiendas de campaña de al Mawasi, también en el sur de Gaza. Tenía una fotografía de Abdul Salam en su teléfono. Había una foto de sus zapatillas de correr.
Se arrodilló ante la bolsa del cadáver y retiró la tapa. Tocó el cráneo, la ropa. Vio los zapatos. Se le llenaron los ojos de lágrimas. La identificación había sido completada.
La niña Aya
Otra familia avanzó a lo largo de la fila de bolsas para cadáveres. Había una abuela, su hijo, una hermana y un niño pequeño. El menor se mantuvo detrás del grupo mientras la anciana y su hijo miraban bajo la cubierta de la bolsa para cadáveres. Se quedaron mirando unos segundos y luego se abrazaron desconsolados.
Después, la familia, ayudada por los trabajadores del hospital, se llevó los restos. Lloraban, pero nadie lo hacía en voz alta.
Aya al Dabeh tenía 13 años y vivía con su familia y otros cientos de refugiados en una escuela de Tal al Hawa, en el norte de la ciudad de Gaza. Era una de nueve hermanos.
Un día, al comienzo de la guerra, Aya fue al baño de la escuela y -según su familia- un francotirador israelí le disparó en el pecho.
Las Fuerzas de Defensa de Israel afirman que no atacan a civiles y culpan a Hamás de atacar desde zonas civiles. Durante la guerra, la Oficina de Derechos Humanos de la ONU afirmó que se habían producido "intensos tiroteos por parte de las fuerzas israelíes en zonas densamente pobladas que han dado lugar a presuntas muertes ilícitas, incluso de transeúntes desarmados".
La familia enterró a Aya junto a la escuela y su madre, Lina al Dabah, de 43 años, la envolvió en una manta "para protegerla de la lluvia y el sol" en caso de que la tumba fuera removida y expuesta a los elementos.
Cuando los militares israelíes tomaron la escuela, Lina huyó hacia el sur. Se fue con otros cuatro niños -dos hijas y dos hijos- para reunirse con su marido, que se había ido antes con los otros hijos de la pareja. Lina no tuvo más remedio que dejar a su hija donde yacía, con la esperanza de volver y recuperar los restos para un entierro adecuado una vez que llegara la paz.
"Aya era una niña muy amable y todo el mundo la quería. Quería a todo el mundo, a sus profesores y a sus alumnos, y era muy buena en la escuela. Deseaba lo mejor para todos", dice Lina. Cuando llegó el alto el fuego, la mujer pidió a sus familiares que aún vivían en el norte que fueran a ver cómo estaba la tumba de Aya. Las noticias fueron devastadoras.
"Nos informaron de que tenía la cabeza en un sitio, las piernas en otro y las costillas en otro. El que fue a visitarla quedó conmocionado y nos envió las fotos", dice.
"Cuando la vi, no podía entender cómo habían sacado a mi hija de su tumba y cómo se la habían comido los perros. No puedo controlar mis nervios".
Los familiares recogieron los huesos y pronto Lina y su familia viajarán al norte para llevar los restos de Aya a una tumba adecuada. Para Lina, el dolor no tiene fin, y la pregunta no tiene respuesta: la misma pregunta que se hacen tantos padres que perdieron a sus hijos en Gaza. ¿Qué podrían haber hecho de otra manera, dadas las circunstancias de la guerra?
"No podía sacarla de donde estaba enterrada", dice Lina.
Luego pregunta: "¿Dónde podría haberla llevado?".
Con información adicional de Malak Hassouneh, Alice Doyard y Adam Campbell.
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