Siro, una partera mayor que viste un sari amarillo, solloza mientras se aferra a Monica, una mujer de cabello largo y oscuro de unos 20 años.

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La partera Siro llora al conocer a Monica, quien fue salvada después de ser abandonada cuando era bebé en la década de los 90.

La partera Siro Devi se aferra a Monica Thatte, sollozando. Monica, de unos 20 años, ha regresado a su lugar de nacimiento, la ciudad india en la que Siro ha ayudado a nacer a cientos de bebés.

Pero no se trata de un simple reencuentro. Hay una historia dolorosa detrás de las lágrimas de Siro. En la época en la que nació Monica, Siro y otras parteras indias como ella eran presionadas para que mataran a niñas recién nacidas.

Las pruebas sugieren que Monica es una de las que salvaron.

He estado siguiendo la historia de Siro durante 30 años, desde que fui en 1996 a entrevistarla a ella y a otras cuatro parteras rurales en el estado indio de Bihar.

Una organización no gubernamental las había identificado como responsables de la muerte de numerosas niñas en el distrito de Katihar, en el que, bajo la presión de los padres de las recién nacidas, las mataban dándoles productos químicos o simplemente retorciéndoles el cuello.

Hakiya Devi, la mayor de las parteras que entrevisté, me dijo en ese momento que había matado a 12 o 13 bebés. Otra partera, Dharmi Devi, admitió haber matado a más, al menos entre 15 y 20.

Es imposible determinar el número exacto de bebés que pudieron haber matado, dada la forma en que se recogieron los datos.

Pero aparecieron en un informe publicado en 1995 por una ONG, basado en entrevistas con ellas y otras 30 parteras. Si las estimaciones del informe son exactas, más de 1.000 niñas morían cada año en un distrito a manos de 35 parteras. Según el informe, Bihar en ese momento tenía más de medio millón de parteras. Y el infanticidio no se limitaba a Bihar.

Negarse a obedecer órdenes, dijo Hakiya, casi nunca era una opción para una partera.

“La familia cerraba la habitación y se ponía detrás de nosotras con palos”, dice Hakiya Devi. “Decían: ‘Ya tenemos cuatro o cinco hijas. Esto acabará con nuestra riqueza. Una vez que demos la dote por nuestras niñas, moriremos de hambre. Ahora ha nacido otra niña. Mátenla".

“¿Ante quién podíamos quejarnos? Teníamos miedo. Si acudíamos a la policía, nos meteríamos en problemas. Si denunciábamos algo, nos amenazaban”.

El veterano periodista Amitabh Parashar se inclina para observar un monitor que reproduce las entrevistas que realizó a las parteras indias en la década de los 90. La habitación está a oscuras; su rostro está iluminado por la pantalla.

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Amitabh viendo las extraordinarias entrevistas que hizo con las parteras en los años 90.

El papel de la partera en la India rural está arraigado en la tradición y soporta la dura realidad de la pobreza y las castas. Las parteras que entrevisté pertenecían a las castas inferiores de la jerarquía.

La partería era una profesión que les transmitían sus madres y abuelas. Vivían en un mundo en el que era impensable negarse a obedecer órdenes de familias poderosas de castas superiores.

A la partera se le podía prometer un sari, un saco de grano o una pequeña cantidad de dinero a cambio de matar a una bebé. A veces ni siquiera eso se pagaba. El nacimiento de un niño les reportaba unas 1.000 rupias (US$12). El nacimiento de una niña, la mitad.

La dote es una carga

La razón de este desequilibrio tenía su origen en la costumbre india de dar una dote, explicaron. Aunque la costumbre fue prohibida en 1961, todavía se mantuvo vigente en los años 90 y, de hecho, continúa hasta nuestros días.

Una dote puede ser cualquier cosa: dinero, joyas o utensilios. Pero para muchas familias, ricas o pobres, es la condición para casarse. Y esto es lo que, para muchos, hace que el nacimiento de un hijo sea una celebración y el de una hija una carga económica.

Siro Devi, la única partera de las que entrevisté que sigue viva, utilizó una vívida imagen física para explicar esta disparidad de estatus.

Siro, que tiene un rostro anciano y arrugado y está vestida con un sari amarillo, sonríe amorosamente a un bebé en sus brazos.

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Siro ha trabajado como partera desde que era niña.

“Un niño está por encima del suelo. Una niña está por debajo. Ya sea que un hijo alimente o cuide a sus padres o no, todos quieren un niño”.

La preferencia por los hijos varones se puede ver en los datos a nivel nacional de la India. Su censo más reciente, en 2011, registró una proporción de 943 mujeres por cada 1.000 hombres. Sin embargo, esto es una mejora con respecto a la década de 1990: en el censo de 1991, la proporción era de 927 mujeres frente a 1.000 hombres.

Un enfoque distinto

Cuando terminé de filmar los testimonios de las parteras en 1996, se había iniciado un pequeño cambio silencioso. Las parteras que antes cumplían estas órdenes habían comenzado a resistirse.

Este cambio fue instigado por Anila Kumari, una trabajadora social que apoyaba a las mujeres en los pueblos alrededor de Katihar y se dedicaba a abordar las causas profundas de estas muertes.

Anila, vestida aquí con un sari verde, blanco y dorado, escucha a un grupo de parteras, todas sentadas en el suelo, que le hablan. Fotografía de archivo de los años 90.

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Anila Kumari (segunda desde la izquierda), trabajadora social, dirigió sesiones en la década de los 90 para impulsar a las partes hacia un enfoque diferente.

El enfoque de Anila fue simple. Preguntó a las parteras: “¿Le harían esto a su propia hija?”.

Su pregunta aparentemente rompió años de racionalización y negación. Las parteras obtuvieron algo de ayuda financiera a través de grupos comunitarios y gradualmente el ciclo de violencia se interrumpió.

Siro, hablando conmigo en 2007, explicó el cambio.

“Ahora, a quien me pida que mate, le digo: ‘Mira, dame a la niña y se la llevaré a Anila Madam’”.

Las parteras rescataron a al menos a cinco niñas recién nacidas de familias que querían matarlas o que ya las habían abandonado.

Una niña murió, pero Anila hizo los arreglos para que las otras cuatro fueran enviadas a la capital de Bihar, Patna, a una ONG que organizó su adopción.

La historia podría haber terminado ahí, pero yo quería saber qué había sido de esas niñas que habían sido adoptadas y adónde las había llevado la vida.

Mónica, con una blusa roja y blanca, está sentada sonriendo e inclinándose hacia su padre adoptivo, vestido con una camisa color crema y también sonriendo.

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Mónica con el padre que la adoptó a los tres años.

Trabajando con un equipo del Servicio Mundial de la BBC, me puse en contacto con una mujer llamada Medha Shekar que, en los años 90, estaba investigando el infanticidio en Bihar cuando los bebés rescatados por Anila y las parteras comenzaron a llegar a su ONG.

Sorprendentemente, Medha todavía estaba en contacto con una mujer joven que, según ella, era uno de esos bebés rescatados.

Anila me dijo que había dado a todas las niñas salvadas por las parteras el prefijo “Kosi” antes de su nombre, en homenaje al río Kosi en Bihar. Medha recordó que a Monica la habían llamado con este prefijo “Kosi” antes de su adopción.

La agencia de adopción no nos permitió ver los registros de Monica, por lo que nunca podemos estar seguros. Pero sus orígenes en Patna, su fecha aproximada de nacimiento y el prefijo “Kosi” apuntan a la misma conclusión: Monica es, con toda probabilidad, uno de los cinco bebés rescatados por Anila y las parteras.

Cuando fui a verla a la casa de sus padres, a unos 2.000 kilómetros de distancia, en Pune, me dijo que se sentía afortunada de haber sido adoptada por una familia cariñosa.

Una vida feliz

“Esta es mi definición de una vida normal y feliz, y la estoy viviendo”, dijo.

Monica sabía que había sido adoptada en Bihar, pero pudimos darle más detalles sobre las circunstancias de su adopción.

A principios de este año, Monica viajó a Bihar para conocer a Anila y Siro.

Monica se veía a sí misma como la culminación de años de arduo trabajo por parte de Anila y las parteras.

“La gente se prepara mucho para obtener buenas calificaciones en un examen. Yo me siento así. Hicieron el trabajo duro y ahora tienen mucha curiosidad por conocer el resultado… Así que, definitivamente, me gustaría conocerlas”.

Anila, vestida con un sari negro y granate, y Mónica abrazándose y sonriendo.

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Anila estaba encantada de conocer a Mónica después de todos estos años.

Anila lloró de alegría cuando conoció a Monica, pero la reacción de Siro fue diferente.

Lloró con fuerza, abrazó a Monica y le pasó la mano por el pelo.

“Te llevé [al orfanato] para salvarte la vida… Mi alma está en paz ahora”, le dijo.

Pero cuando, un par de días después, intenté presionar a Siro sobre su reacción, se resistió a un mayor escrutinio.

“Lo que pasó en el pasado, es cosa del pasado”, dijo.

Prejuicio contra las niñas

Pero lo que no es cosa del pasado es el prejuicio que algunos todavía tienen en contra las niñas.

Los casos de infanticidio son ahora relativamente raros, pero el aborto selectivo por sexo sigue siendo común, a pesar de ser ilegal desde 1994.

Si uno escucha las canciones folclóricas tradicionales que se cantan durante el parto, conocidas como Sohar, en algunas partes del norte de la India, la alegría se reserva para el nacimiento de un niño varón. Incluso en 2024, es difícil conseguir que los cantantes locales cambien la letra para que la canción celebre el nacimiento de una niña.

Mientras estábamos filmando nuestro documental, se descubrieron dos niñas abandonadas en Katihar: una en unos arbustos y otra al costado de la carretera, apenas nacidas unas horas antes. Una murió más tarde. La otra fue puesta en adopción.

Fotografía de cámara de un bebé recién nacido acurrucado entre unos arbustos.

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Una de las niñas recién nacidas que fue abandonada mientras la BBC estaba haciendo un documental.

Antes de irse de Bihar, Monica visitó a esta bebé en el Centro de Adopción Especial de Katihar.

Dice que le atormentó darse cuenta de que, aunque el infanticidio femenino puede haberse reducido, el abandono de niñas continúa.

“Es un ciclo… Puedo verme a mí misma hace unos años, y ahora otra vez hay una niña similar a mí”.

Pero también habrá similitudes más felices.

La bebé ha sido adoptada ahora por una pareja en el estado nororiental de Assam. La han llamado Edha, que significa felicidad.

Gaurav y su esposa, ambos con anteojos y sonrientes, sostienen a su hija pequeña, vestida con un chaleco verde lima y pantalones rosas. Su hija mayor, con una camiseta blanca y negra, está de pie detrás, también sonriendo.

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La bebé abandonada ahora se llama Edha y ha sido adoptada por una familia en Assam.

“Vimos su foto y nos quedó claro: una bebé que ha sido abandonada una vez no puede ser abandonada dos veces”, dice su padre adoptivo Gaurav, un oficial de la fuerza aérea india.

Cada pocas semanas, Gaurav me envía un video de las últimas travesuras de Edha. A veces, los comparto con Monica.

Mirando hacia atrás, los 30 años que pasé trabajando en esta historia nunca se trataron solo del pasado. Se trataron de enfrentar verdades incómodas. El pasado no se puede deshacer, pero se puede transformar.

Y en esa transformación, hay esperanza.

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