Nicolás Maduro ha conocido tiempos peores.
Hace apenas cuatro años, cuando asumió un nuevo mandato en enero de 2019 tras unas elecciones que gran parte de la comunidad internacional consideró fraudulentas, el gobernante venezolano recibió como respuesta una dura ola de rechazo internacional.
Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, casi 60 gobiernos del mundo objetaron a Maduro y decidieron reconocer al entonces presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, el opositor Juan Guaidó, como mandatario "interino" de Venezuela.
Junto al rechazo político, que en algunos países significó la expulsión de los embajadores de Maduro, vinieron las sanciones petroleras impuestas por el gobierno de Donald Trump, la pérdida del control de los activos de Venezuela en Estados Unidos y en algunos países de Europa, así como una acusación por narcotráfico de la DEA, que ofreció una recompensa de US$15 millones a quien entregue información que permita la captura del mandatario venezolano.
Coincidiendo con esa crisis diplomática, Venezuela sufrió una situación de hiperinflación, vio desplomarse su capacidad de producción petrolera y provocó la mayor crisis migratoria que haya conocido el continente americano en décadas.
En los últimos tiempos, sin embargo, las cosas parecen haber empezado a cambiar.
Puertas que se abren
Cuatro años más tarde, al igual que el dinosaurio aquel del microcuento de Augusto Monterroso, Maduro todavía está allí y algunas puertas que se le habían cerrado han comenzado a abrirse.
Paulatinamente, se ha incrementado el número de gobiernos que lo reconocen y que comienzan a invitarle a eventos internacionales.
En septiembre de 2021, el gobernante venezolano acudió a la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en México, invitado por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Luego, a lo largo de 2022, el gobierno de Estados Unidos envió delegaciones de alto nivel a Caracas que negociaron la liberación de ejecutivos estadounidenses de la empresa Citgo que estaban presos en Venezuela bajo cargos de corrupción.
Como contraparte, el presidente Joe Biden liberó a los venezolanos Franqui Flores y su primo Efraín Castro Flores -sobrinos de la primera dama venezolana, Cilia Flores-, quienes cumplían en EE.UU. una condena a 18 años de cárcel por narcotráfico.
A cambio de que el gobierno de Maduro se sentara nuevamente a negociar en México con la oposición venezolana, Biden también flexibilizó en noviembre de 2022 las sanciones petroleras para permitir que la empresa estadounidense Chevron amplíe sus operaciones en Venezuela.
Ese mes, además, Gustavo Petro se convirtió en el primer presidente de Colombia que visitaba a Maduro desde 2016.
Pocas semanas más tarde, Maduro acudió a la Cumbre del Clima en Egipto, donde tuvo un encuentro en un pasillo con el mandatario francés, Emmanuel Macron, quien le estrechó la mano, le llamó presidente y le planteó la posibilidad de iniciar un trabajo bilateral en beneficio de Venezuela y de la región.
En esa misma conferencia, Maduro le dio la mano al enviado especial de Biden para el clima, John Kerry, aunque luego Washington aclaró que había sido un encuentro fortuito.
A finales de diciembre, el gobierno de España -uno de los que había reconocido a Guaidó- nombró un nuevo embajador en Caracas, cargo que había mantenido vacante desde 2020 debido a las tensiones con Maduro.
Y el año 2023 comenzó para el mandatario venezolano con una invitación a la toma de posesión en Brasil de Luis Inácio Lula Da Silva, cuyo equipo de transición negoció con el gobierno saliente de Jair Bolsonaro el levantamiento de las restricciones para la entrada de Maduro a ese país.
El venezolano finalmente no acudió a Brasilia, como tampoco asistió pocas semanas más tarde a la cumbre de la Celac en Argentina, a la que también había sido convocado.
Sin embargo, ambas invitaciones revelan un cierto cambio en el trato que la región está dando a Maduro.
¿Pero qué ha hecho posible esta aún tímida reinserción de Maduro en la escena internacional?
De Guaidó a Ucrania
Geoff Ramsey, director del programa de Venezuela en la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), considera que detrás de este giro hay una muestra de pragmatismo.
La comunidad internacional, dice, está asumiendo que la estrategia de "máxima presión" que aplicó Trump sobre Maduro -a través del reconocimiento a Guaidó y de las amenazas y sanciones- no fue capaz de generar una transición en Venezuela.
"Estamos entrando en una nueva fase, en la cual más países de la región reconocen la realidad de que si bien Maduro carece de un mandato democrático, es el poder de facto en el país, por lo que hay que establecer por lo menos niveles mínimos de comunicación con las autoridades de su gobierno", dice Ramsey.
Estas posturas pragmáticas se han visto reforzadas por transformaciones en el entorno regional e internacional.
La internacionalista venezolana Elsa Cardozo destaca que en América Latina hubo un cambio reciente de tendencia política con la elección de gobiernos de izquierda en Honduras, Chile, Colombia, Brasil, México, Argentina y Bolivia.
"Eso define un cuadro en el que particularmente en América latina hay una tendencia creciente a dejar de lado los temas de derechos humanos, los temas sobre características del régimen político, y un regreso a la vieja agenda más extrema del principio de no intervención en los asuntos de los otros países", señala.
Esto favorecería a Maduro al reducir el peso que se le otorga a las denuncias de prácticas antidemocráticas y de violaciones a los derechos humanos que se le atribuyen -que Caracas niega- y que han sido sustanciadas, entre otros, por la Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU.
Benedicte Bull, profesora de Ciencias Políticas en el Centro de Desarrollo del Medio Ambiente de la Universidad de Oslo y directora de la Red Noruega de Investigación sobre Latinoamérica, añade a la lista de cambios políticos el ocurrido en Estados Unidos, destacando que Biden mantiene ante Venezuela una línea política diferente a la de Trump, aunque no vaya dar un giro muy radical al respecto.
"Debido a la situación geopolítica en el mundo, con la guerra en Ucrania, ya Estados Unidos tiene suficientes batallas de las que hacerse cargo. Entonces, no tiene mucho sentido seguir esa línea tan dura hacia Venezuela", dice Bull a BBC Mundo.
Elsa Cardozo explica que el conflicto ucraniano ha modificado las prioridades de las democracias en Estados Unidos y Europa y ha traído como consecuencia una revalorización estratégica del petróleo.
Esto favorece a Maduro pese a que Venezuela dejó de ser un productor importante y a que no está en capacidad -ni siquiera con un levantamiento de sanciones- de llenar en el corto plazo el vacío creado en el mercado energético por las sanciones contra Moscú.
William Neuman, excorresponsal de The New York Times en el país y autor de un libro reciente sobre Venezuela titulado Things Are Never So Bad That They Can’t Get Worse ("Las cosas nunca están tan mal como para no poder empeorar") destaca especialmente la importancia de los cambios ocurridos en Colombia y Brasil.
"Esos países eran dos de los aliados más importantes de EE.UU. que apoyaban la política de Trump de reconocer a Juan Guaidó y aislar a Maduro. Tiene sentido que cambiaran su postura ahora que los presidentes que eran aliados de Trump ya no están. Eso, aparte de la orientación de izquierda de Petro y de Lula".
"También tiene lógica que siendo vecinos de Venezuela tengan relaciones diplomáticas con el gobierno de Venezuela, que es el de Maduro", apunta.
¿Qué busca Maduro?
BBC Mundo envío solicitudes tanto a la cancillería de Venezuela como al ministerio de Comunicación e Información del país para consultar al gobierno de Maduro sobre este tema, pero al momento de publicar este trabajo no se había recibido respuesta.
No obstante, el gobernante venezolano ha dejado claro en varias ocasiones su interés en normalizar las relaciones con Estados Unidos y ha abogado por que Washington asuma políticas más pragmáticas.
"Venezuela está preparada, totalmente preparada, para dar paso hacia un proceso de normalización de relaciones diplomáticas, consulares, políticas, con este gobierno de los Estados Unidos y con los gobiernos que puedan venir", dijo a inicios de enero en una entrevista transmitida por la cadena Telesur.
Aunque Maduro logró sobrevivir a la política de "máxima presión" y la economía venezolana logró recientemente salir de la hiperinflación y empezar un tímido crecimiento, Geoff Ramsey advierte que el mandatario venezolano está en una posición más débil de lo que puede parecer.
"Maduro sigue siendo visto como un presidente autocrático, sin un mandato democrático y sigue siendo muy estigmatizado en la región y en el mundo, así que no lo tiene tan fácil", dice.
"Es muy fácil sobreestimar la fortaleza de su gobierno en este momento, pero Maduro todavía está en una situación precaria, con una economía en crisis y necesita la legitimidad internacional y buscar maneras de salir de las sanciones", agrega.
Señala que el mandatario chavista depende del apoyo que recibe de fracciones militares y políticas en su propio partido, por lo que lograr reinsertarse en la comunidad internacional le ayudaría a demostrar a sus propias élites militares y políticas que él está resolviendo la crisis en Venezuela.
Benedicte Bull coincide en que las mejoras registradas por la economía venezolana son temporales y que las bases de esa recuperación son muy endebles.
"Ahora se ve que las cifras de crecimiento ya está empezando a disminuir de nuevo y la inflación no está bajo control, aunque ha bajado bastante", señala la experta.
"Lo que hemos visto es resultado de una liberalización muy desordenada para manejar la crisis, pero lo fundamental no ha mejorado. Entonces, Maduro necesita inversiones desesperadamente porque todos los servicios públicos siguen en condiciones tremendamente malas y necesita inversiones en el sector petrolero, obviamente", agrega.
Legitimarse y conseguir aceptación internacional permitiría a Maduro tener mayor autonomía.
"Eso significaría poder moverse internacionalmente sin temor [a ser detenido y enjuiciado] y lograr recuperar capacidad de gestión económica. Por eso él insiste tanto en el tema de las sanciones", apunta Elsa Cardozo, quien considera que el mandatario venezolano está buscando un nuevo balance en el que baje la presión penal y económica sobre su gobierno.
Pero, ¿cuáles son los límites de este proceso?
Fronteras y líneas rojas
William Neuman advierte que el hecho de que haya países que reestablezcan relaciones diplomáticas con Venezuela o que vuelvan a reconocer a Maduro como presidente no quiere decir que lo apoyen.
"Una cosa es hablar, tener relaciones, mantener un comercio y otra cosa es apoyar. El tener relaciones diplomáticas no significa apoyar a un gobierno. Las relaciones son entre los países. Entonces, Maduro y su política antidemocrática son el mayor obstáculo [para su reinserción internacional]. Él sigue siendo un jefe de Estado autoritario que viola a diario las normas democráticas de su país", acusa.
Geoff Ramsey considera que mientras ocurran en Venezuela violaciones masivas de derechos humanos, va a ser muy difícil para los países de la región normalizar por completo las relaciones con el gobierno de Maduro.
Destaca, no obstante, que en ocasiones la diplomacia privada puede ser muy eficaz para promover cambios de comportamiento.
"Creo que esa es la apuesta de varios gobiernos en la región, incluyendo la administración de Petro. Estamos viendo muestras de interés por parte de varios países de Latinoamérica en jugar un rol activo en la búsqueda de una solución pacífica y democrática a la crisis venezolana", apunta.
En todo caso, la completa reinserción de Venezuela en la comunidad internacional está vinculada al levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos, lo que -al mismo tiempo- depende de que se logre un acuerdo entre el gobierno de Maduro y la oposición venezolana para la realización de elecciones libres y competitivas en 2024.
"Si el mundo no ve señales claras de que realmente hay una posibilidad de que haya unas elecciones competitivas en 2024, no creo que Maduro pueda normalizar las relaciones por completo", indica Ramsey.
"Este gobierno sigue siendo un paria en América latina, Europa y para muchos otros en gobiernos del mundo y no hay mayor interés en restablecer relaciones diplomáticas con Venezuela si no hay avances concretos en el proceso de negociación en México", agrega.
Pero unas elecciones libres exigen lograr una serie de condiciones importantes, entre las cuales se incluye la liberación de los llamados presos políticos, la habilitación plena de los líderes opositores a los que legalmente se les ha impedido postularse o que viven en el exilio, garantizar un órgano electoral imparcial y el acceso de la oposición a los medios y observación internacional, entre otras medidas.
Al mismo tiempo, aparte del levantamiento de las sanciones, para Maduro hay otros asuntos por resolver como el control de los activos de Venezuela en el exterior y la acusaciones presentadas en su contra: por narcotráfico y por crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional.
"Difícil" y "complejo" son las palabras que usa Benedicte Bull cuando se le pregunta sobre la posibilidad de lograr acuerdos sobre todos estos puntos.
"A quienes hemos seguido la situación en Venezuela durante los últimos 20 años, nos cuesta creer que el gobierno va a permitir que se hagan unas elecciones libres, donde corre el riesgo de perder", dice Bull.
"Pero, al mismo tiempo, hemos visto algunos elementos que dan un poco de esperanza por lo menos y creo que ahora hay fuertes incentivos para ello", agrega.
Ramsey indica que aunque en los últimos ocho años ha habido cinco procesos de diálogo fracasados en Venezuela, las cosas podrían ser distintas ahora, debido a que Maduro se enfrenta a incentivos distintos.
"Maduro tiene un gran problema de flujo de caja y él sabe que no puede mejorar la economía venezolana sin una flexibilización de las sanciones, por lo cual él necesita volver a la mesa de negociación con la oposición".
"Además, él no gobierna solo, pues depende de unas élites políticas y militares, muchas de las cuales están interesadas en un cambio en el país y están haciendo una presión silenciosa dentro del chavismo para promover este proceso de diálogo también", apunta.
William Neuman, por su parte, es escéptico: "No creo que vayamos a ver elecciones completamente libres en Venezuela en 2024".
Pero si no hay un acuerdo sobre la posibilidad de que estas se produzcan, tampoco habrá un levantamiento de sanciones, por lo que la posición de Maduro podría volver a estar tan comprometida internacionalmente como lo estuvo hace cuatro años.
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