Donald Trump vuelve a la cabeza de la potencia mundial y muchas de las promesas electorales del republicano hacen temer grandes reveses en la lucha contra el calentamiento global. Sin embargo, el presidente electo estadounidense no tiene la vía libre para llevar a cabo sus planes.

Informe de Simon Rozé

2024 no sólo fue el año con las temperaturas más altas jamás registradas, también fue muy decepcionante para las negociaciones medioambientales y climáticas. Varios fracasos, más o menos relativos, se sucedieron en las principales sesiones de negociación internacional.

La COP16 sobre biodiversidad terminó en Cali sin un acuerdo global, y en febrero se celebrará en Roma una sesión de repesca. La COP29 sobre el clima, en Azerbaiyán, terminó con un acuerdo que dejó descontentos a todos, los países en desarrollo en primer lugar. El mismo resultado se obtuvo en la COP16 sobre desertificación y lucha contra la degradación del suelo, en Riad. Las negociaciones sobre un tratado internacional de lucha contra la contaminación por plásticos debían concluir en Corea del Sur a finales de año, pero no fue así, y nadie sabe cuándo se celebrará una nueva sesión de debate.

Con unas temperaturas en enero de 2025 aún más cálidas que hace doce meses, las próximas semanas y meses se presentan cruciales, con un gran acontecimiento en el horizonte: la COP30 de Belém, en Brasil. Básicamente, se tratará de registrar los nuevos planes climáticos de los países firmantes del Acuerdo de París, como están obligados a hacer cada cinco años.

Los compromisos actuales conducirán a un calentamiento global de +3,1 grados en 2100, muy lejos del objetivo de +1,5. Esta conferencia también marcará el décimo aniversario del Acuerdo de París, organizada en la Amazonía por un país cuyo presidente, Lula, se presenta como un paladín de la causa. Después de tres COP consecutivas organizadas en países muy dependientes de los hidrocarburos (Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán), también será un evento organizado por un país del Sur global.

Con este telón de fondo comienza el primer año del segundo mandato de Donald Trump. Incluso antes de empezar, Estados Unidos inicia el año en una posición ambivalente. Es el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, sólo superado por China. Es cierto que la administración Biden ha dado pasos importantes en favor del clima, pero sus emisiones sólo disminuyeron un 0,4% el año pasado. Su postura durante las distintas negociaciones de 2024 ha sido, cuando menos, tímida, e incluso perjudicial. Por último, fue durante el mandato de Joe Biden cuando el país se convirtió en el primer productor y exportador mundial de petróleo y gas.

20.000 millones de dólares en peligro

¿Qué diferencia marcarán las decisiones de Donald Trump? En 2024, la energía solar y la eólica habían superado al carbón como porcentaje del mix energético del país. Estados Unidos es ahora el tercer productor mundial de paneles solares. Se han concedido 74.000 millones de euros en subvenciones a proyectos climáticos en el marco de la IRA (Inflation Reduction Act), la medida estrella de Joe Biden en este ámbito.

Aunque el 75% de esta suma se asignó a estados republicanos, este es uno de los principales objetivos de Donald Trump. Ha prometido en numerosas ocasiones hacer retroceder estos fondos, pero necesitará al Congreso para hacerlo. Puede, sin embargo, atacar la dotación que aún no se ha gastado, pero la administración Biden trató de asignar la mayor parte posible hasta el último día del mandato del presidente demócrata. 20.000 millones de dólares seguirían, no obstante, en peligro.

En una línea similar, Joe Biden ha redoblado sus esfuerzos en las últimas semanas para impedir que Donald Trump tome medidas en materia de prospección energética. El candidato republicano repitió varias veces su mantra durante la campaña: “Drill, baby, drill” (“Taladra, baby, taladra”), con el objetivo de garantizar el “dominio energético” de Estados Unidos sobre el resto del mundo. Como medida preventiva, Joe Biden ha reforzado las medidas de protección del medio ambiente, como la prohibición de perforar en alta mar en gran parte del litoral del país. Aunque todavía se discute la solidez de estas medidas de protección, parece que desafiarlas requerirá mucha energía en los tribunales del país.

¿Será necesario? El país es el primer productor mundial de petróleo y sus empresas afirman que ya están perforando todo lo que pueden. La necesidad de aumentar la producción y de nuevas oportunidades no se hace sentir, hasta el punto de que una convocatoria de proyectos en Alaska no atrajo a nadie.

En lo que se refiere al gas, y más concretamente al gas natural licuado (GNL), Estados Unidos es el primer exportador mundial. Joe Biden había puesto en marcha una prohibición a todos los nuevos proyectos en este ámbito, que Donald Trump pretende atajar. Sin embargo, el Departamento de Energía de Estados Unidos ha advertido de que ese paso atrás tendrá consecuencias para los consumidores estadounidenses, con facturas más elevadas debido a la menor disponibilidad del recurso en el mercado nacional. Sea como fuere, tanto si Donald Trump revierte la decisión de Joe Biden como si no, la capacidad exportadora estadounidense se duplicará durante su mandato con proyectos ya en marcha.

Poniendo en perspectiva las consecuencias climáticas

A nivel internacional, se espera que Donald Trump vuelva a sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París, como ya hizo durante su mandato. Esta vez, podría ir aún más lejos y abandonar la Convención Marco de las Naciones Unidas asociada. Como ocurrió hace ocho años, el primer efecto será la invisibilización de Estados Unidos en las negociaciones sobre el tema. Sin embargo, hay que relativizar las consecuencias para el clima, 5.000 dirigentes de autoridades locales estadounidenses, que representan el 63% de la población y el 74% del PIB estadounidense, ya han declarado su intención de mantener su compromiso con el Acuerdo de París, al igual que los gobernadores de 24 estados.

Además, la descarbonización del sector energético estadounidense está ya muy avanzada, y parece complicado dar un paso atrás, aunque sólo sea por razones económicas. Los medios de producción renovables aumentaron durante su primer mandato. Sin embargo, su administración ya no estaría vinculada al compromiso de EE.UU. recogido en el último plan climático del país: reducir las emisiones estadounidenses entre un 61% y un 66% para 2035 en comparación con los niveles de 2005.

A pesar de estos matices, Donald Trump sigue negando la realidad del calentamiento global, abre los brazos al despliegue de combustibles fósiles y critica las medidas adoptadas por la administración anterior. En este contexto, de llevarse a cabo sus promesas, supondrían la emisión a la atmósfera de 4.000 millones de toneladas adicionales de dióxido de carbono, equivalentes a las emisiones anuales combinadas de Europa y Japón, o a las de los 140 países menos emisores. Este lunes 20 de enero de 2025 se convertirá en el 47º Presidente de Estados Unidos, en un momento en que incendios históricos asolan el suroeste del país y la campaña electoral ha estado marcada por numerosas catástrofes medioambientales.