A pesar que resulta muy arriesgado, me propongo exponer, en este breve artículo, una síntesis interpretativa sobre la teoría de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman y, su diagnóstico sobre la nueva geografía del mal en la cultura contemporánea.
Bauman está considerado como uno de los sociólogos más influyente, prolífico y productivo de la actualidad. A su muerte en el 2017, tenía más de 80 libros publicados donde trata una diversidad de temas, que van desde la crítica de la modernidad, la globalización, la desigualdad social, los nuevos pobres, la tecnología de la comunicación, la individualización de la política, la ética individualista, el deterioro institucional, la fragilidad de las relaciones amorosas y, la ceguera moral, entre otros.
Sin lugar a dudas, Zygmunt Bauman, es el sociólogo contemporáneo que más se ha esforzado por desarrollar una interpretación crítica de la sociedad moderna, capitalista. A partir de la década del ochenta, con la publicación de los libros: Legisladores e intérpretes, modernidad y holocausto y, modernidad y ambivalencia, se interesó por actualizar la teoría crítica de la modernidad a los cambios contemporáneos y, propuso la metáfora de la modernidad líquida.
En ese sentido, la modernidad líquida, hace referencia al cambio de una época, una transición, una ruptura, en las que las sociedades europeas, las instituciones públicas, privadas, la moral social, las relaciones y los roles sociales, funcionaban de manera fija, obligatoria y disciplinaria, a otra caracterizada por su continua liquidez, seducción y fluidez.
A decir del autor, a lo líquido no es posible detenerlo fácilmente, pues esquiva obstáculos, se chorrea, se disuelve o se filtra, de manera que lo líquido es la metáfora del cambio social permanente que anunciara Carlos Marx en su manifiesto comunista: donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Con Max Weber, la escuela de Frankfurt y Freud, el autor prosiguió la crítica a la modernidad ilustrada, represiva, como forma de dominación legal, tecnocrática y, mediática, donde la persona ha dejado de ser un fin en sí mismo y, se ha convertido en un objeto, un medio, para la producción y reproducción de la dominación racional, mediática, capitalista.
Para Bauman, en la sociedad liquida nada se mantiene, las cosas son efímeras, transitorias e inestables; por tanto, no hay instituciones fuertes, no hay compromiso, ni fidelidad para toda la vida, no hay trabajo a largo plazo, no hay relaciones sociales: afectivas y amorosas duraderas.
Las instituciones líquidas, se han convertidos en zombis, existen, pero no cumplen sus funciones de socialización y construcción de identidades sólidas. Como son los casos de la familia, la educación, el trabajo, la clase, las relaciones de parejas, el amor, la sexualidad, donde no hay reglas y normas morales sólidas, duraderas, sino relaciones hecha a la carta, hasta un nuevo aviso.
En ese sentido, la generación líquida, se encuentra frente a la ambivalencia de que, por un lado, siempre ávido de la solidaridad de la unión y, de una mano amiga, de un gran hermano con el que pueda contar en momento de inseguridad e incertidumbres y, por el otro lado, desconfía todo el tiempo de las relaciones sociales, de las reglas, normas morales e institucionales que limiten su libertad de acción.
De manera que, la condición del individuo líquido de nuestro tiempo, es vivir sin raíces, sin tradiciones, sin atributos, preso de la fluidez, la liquidez, el consumo y, los cambios incesantes que nos atraviesan e interpelan en la vida cotidiana.
Para el autor, con la globalización, la revolución de la tecnología de la comunicación y las formas de individualización, estas condiciones de liquidez y fluidez de las relaciones sociales se han ampliados y acelerados. Una persona puede tener contacto, conocerse, trabajar, enamorarse, desenamorase con otra persona en cualquier parte del mundo, diversificando e individualizando sus relaciones sociales. Pero su fragilidad consiste en que, tan sólo con un clic a delete puede terminar esta relación.
Resumiendo, podemos decir que, para Bauman, la sociedad líquida está sitiada por varios frentes. Desde arriba por la globalización y la revolución tecnológica que no controlamos y, desde abajo por la individualización y fragilización de los vínculos sociales y afectivos.
Hemos transitado del poder del Estado-nación, de la sociedad de la producción, panóptica, de vigilancia y control. Al poder de la globalización, de las redes sociales, la sociedad del consumo, del deseo y la seducción. De manera que, el poder ya no es un atributo del Estado o, las relaciones de producción, sino que está en toda parte, se ha hecho anónimo, liquido, fragmentario y subjetivado. En ese sentido, no hay actores ni fuerzas sociales que puedan producir la revolución. “Lo que se ha roto ya no puede ser pegado. Abandonen toda esperanza de unidad, tanto futura como pasada, ustedes, los que ingresan al mundo de la modernidad fluida”, (nos dice Bauman, en su texto de modernidad líquida, pág. 27).
En ese sentido, la modernidad liquida, es la desconstrucción del mundo de la utopía del tiempo lineal del progreso, de la revolución y la idea de un sujeto trascendental emancipador y, la construcción de un mundo pos-metafísico, sin fundamento último, contextual y coyuntural.
En general, hay que insistir en los grandes alcances de la hermenéutica crítica de Zygmunt Bauman y, su aporte a la crítica de los metarrelatos de la salvación: del cristianismo, de la Ilustración y el Marxismo y, esa una enorme capacidad de clarificar los temas más trascendentales de la cultura contemporánea de los últimos cuarenta años.
En ese sentido, en sus últimos años, el autor se interesó por la nueva geografía del mal en la cultura contemporánea: caracterizada por el auge de los discursos autoritarios de las nuevas tribus ideológicas neo-nacionalistas y neo-populistas, por la indiferencia de los individuos frente a la desgracia de los otros: los inmigrantes, el extraño que toca nuestra puerta, por la falta de solidaridad del Estado, frente a los precariados y excluidos de la sociedad.
Sin embargo, percibo que, frente a esta nueva coyuntura, Bauman, no dejó espacio ni para una utopía líquida, ni la aparición de un actor, un movimiento social que pueda organizar un movimiento de indignación, cambio o, transformación.
Frente a la nueva geografía del mal, no dejó lugar para la construcción de una teoría de la democracia, de la sociedad civil, de una ciudadanía “líquida” o de un foro público “líquido” que permita debatir y deliberar racionalmente.
Al final, me queda la impresión que, Bauman, nos lleva a un pesimismo político: que no hay salvación, ni salida a los grandes problemas contemporáneos desde la Política. Pero, también, nos deja un optimismo de la voluntad ética-moral, de la necesidad de la solidaridad con los pobres y precariados, del reconocimiento de los otros, de fortalecer los derechos humanos, y resistir los discursos autoritarios que se alimentan del odio, del miedo y la destrucción de los otros.