Celebro con entusiasmo la celebración de los debates organizados por el Consejo de Desarrollo Económico y Social de Santo Domingo (CODESSD) para los candidatos al Senado y a Diputados por el Distrito Nacional, así como felicitar a quienes participaron en este evento, que tiene bastantes oportunidades de mejora que a futuro seguro van a implementar.
Los debates siempre tienen una connotación estética para el sistema democrático, especialmente para países como el nuestro. Las propuestas e ideas de los políticos y candidatos son de alta importancia para la clase media, para los indecisos y para aquellos que quieren confirmar sus sesgos ideológicos a través de los candidatos favoritos.
En un país que abundas los políticos sin visión, sin ideas de Estado y que ven la política como una carrera profesional para ascender social y económicamente, los debates ponen al desnudo eso que muchos no quieren aceptar: la baja calidad de muchos de nuestros candidatos y políticos de profesión. Estos debates para diputados y senadores muestran el nivel de desinformación que tienen muchos, la falta propuestas viables y contestes con nuestro ordenamiento jurídico y, sobre todo, la conformidad con el estado vigente de la República.
Es muy lamentable que las caras nuevas que estamos viendo ya no tengan ganas de transformar el país en un modelo del Siglo XIX. La generación del 96 que ya está en su última fase, al menos tuvo los bríos para modernizar medianamente el Estado dominicano y dejar las zapatas necesarias para una senda de desarrollo virtuosa. La Constitución de 2010, con sus sombras, es una muestra clara de la aspiración de esa generación política.
Los políticos de nuevas caras con el discurso que llevan en su mayoría no motivarán ni permitirán fortalecer la institucionalidad democrática.
Sin embargo, la mayoría de los jóvenes que participaron en estos debates parecieran estar anclados en los años cincuenta (para ser generoso), como si no tuvieron el privilegio de tener acceso casi ilimitado a datos, documentos e informaciones que ninguna otra generación tuvo en su momento de ascenso al poder.
Desinformar sobre el tema de las tres causales para la interrupción del embarazo, por ejemplo, por parte de mujeres jóvenes candidatas es terrible; pero lo peor es la ignorancia deliberada con la que esgrimieron los alegatos para posicionarse en contra de su propio sexo.
Es penoso que quienes están llamados a asumir las riendas del país no quieran transformarlo para avanzar, para ampliar los derechos de las personas, para cumplir con el mandato de igualdad de la Constitución, para garantizar justicia social y económica. Hablan de cambio; pero es la política del gatopardo lo que propugnan: cambiar para dejar todo igual; es decir, un simple lavado de cara a lo que hay.
Y de hecho, pienso que ni siquiera es cambiar; sino retroceder pues la generación del 96 es más versátil, tiene mejor entendimiento de los temas sociales y espinosos, más cercana a la realidad y por ello, alejada del rating y ruido de las redes sociales. El propósito de cada generación política que vive en democracia debe ser mejorar la situación de vida presente y abonar para el futuro; pero con estos debates queda evidenciado, quizás una vez más, que estamos ante una grave crisis de representación que va a comenzar reflejándose en abstención, en la baja participación política y en el continuo incremento de la desconfianza por la democracia y por el sistema de partidos políticos.
También los debates ponen en evidencia que los partidos políticos no están invirtiendo en la educación y formación de sus militantes, lo que conlleva una discusión seria sobre el necesario fortalecimiento de la potestad de fiscalización de la Junta Central Electoral (JCE) para que los fondos públicos que le damos a las organizaciones políticas permitan coadyuvar a los objetivos constitucionales de estos: garantizar la participación de ciudadanos y ciudadanas en los procesos políticos, contribuir a la formación y manifestación de su voluntad respetando el pluralismo político.
Estamos a las puertas de una crisis del sistema de partidos y por tanto de nuestra democracia, los políticos de nuevas caras con el discurso que llevan en su mayoría no motivarán ni permitirán fortalecer la institucionalidad democrática. Necesitamos políticos con ganas de progreso, de avanzar, de transformar.
Sobran muchas hojalatas y líderes juveniles de papeleta.