La insurrección de febrero de 1863 (continuación)
En Sabaneta se formó el Club Revolucionario que aglutinó a numerosos caudillos de la Región Noroeste, quienes, al decir del historiador César A. Herrera, “llevaron a la guerra los principios de la revolución Restauradora y aparece mejor definido como otro episodio de la revolución que fermentaba en el país y con más arraigo en la conciencia pública, más respaldo popular, más espontáneo, más sincero y más constante que tuviera el movimiento del sur”, y aunque en este último “vibró el civismo con una reacción más pura del nacionalismo”, ambos fueron modos de la revolución que comenzó desde el mismo día de la anexión”. (Anexión – Restauración, parte I, Santo Domingo, AGN, 2012, p. 182.)
De acuerdo con las declaraciones de Juan Grullón, síndico de Guayubín, en los días previos a la sedición el general Antonio Batista, comandante de armas, le confesó que en Sabaneta y sus alrededores existían “alarmantes síntomas de revolución contra el Gobierno y que él se hallaba allí solo y sin fuerzas para disponer pues los treinta hombres que componían la guarnición se habían marchado por falta de pago.
Además de que el propio Grullón declaró haber escuchado disposiciones hostiles contra el Gobierno las cuales tomaron fundamento al inutilizarse el armamento que había en el depósito del pueblo. Hasta el pueblo llegó también la noticia de que las tropas españolas de Guayubín maltrataban a las mujeres y salían por las noches a robarse todo lo que encontraban. (Ibidem, p. 58.)
La insurrección estaba prevista para iniciarse el 27 de febrero de 1863, sin embargo, una circunstancia imprevista obligó al general Lucas de Peña a emprenderla el día 21 en Guayubín y fue derrotado por el general Fernando Valerio quien comandaba la guarnición militar de allí, aunque luego Benito Monción, Juan Antonio Polanco, Pedro Antonio Pimentel, Juan de la Cruz Álvarez, José Cabrera y otros asaltaron por sorpresa la guarnición y asumieron el control del poblado. Los sublevados trataron de incorporar a su causa a los oficiales de la reservas con alto grado militar, pero estos rehusaron.
Con el disparo de tres cañonazos y a la algazara de ¡Viva la República! el entonces coronel Santiago Rodríguez, alcalde constitucional de Sabaneta, en compañía de Juan Antonio Polanco, Antonio Batista, José Antonio Salcedo (Pepillo), de Thomas Pierre, Ignacio Reyes, José Mártir, Gilberto Torres, Ricardo Curiel y otros, pronunció la plaza contra la anexión a España. En ese momento en Sabaneta no había guarnición española y esto facilitó el éxito inicial del movimiento cuyos enfrentamientos acaecieron principalmente en la ciudad lo cual impedía que se desarrollaran acciones de guerrillas en las áreas boscosas.
El 21 de febrero, Santiago Rodríguez le ordenaba a uno de sus subordinados el siguiente mensaje:
“Ahora que son las 10 hace dos horas que se ha enarbolado el pabellón dominicano, inmediatamente reciba usted esta pasará órdenes a todos los subordinados bajo su mando para que todos los hombres sin excepción de personas se presenten a esta plaza con sus armas en el mejor estado, advirtiéndole que no debe quedarse nadie bajo su responsabilidad sin cumplir esta orden, dejando solamente 20 hombres de guardia en el camino de la bajada de La Caoba para impedir que pase ningún soldado español y menos ningún grupo de hombres armados, a menos que se presente uno a uno”. (En: J. Abreu Cardet y E. Sintes Gómez, Los alzamientos de Guayubín, Sabaneta y Montecristi, Santo Domingo, AGN., 2014, p. 30.)
La versión de Casimiro Rodríguez
Emilio Rodríguez Demorizi reprodujo una carta de Casimiro Rodríguez, hermano de Santiago Rodríguez, dirigida a su hijo Buenaventura Bueno, publicada originalmente por Emiliano I. Aybar en 1897 en Montecristi, en la cual este depara detalles del levantamiento en Sabaneta.
Cuando se encontraba en plena juventud relata haber presenciado el “espectáculo tan triste” cuando se arrió la bandera dominicana para enarbolar la española y que desde 1862 se fueron creando las condiciones para iniciar la conspiración y estallara el movimiento revolucionario. Ya en enero de 1863 la propaganda revolucionaria, sustentada por los caudillos regionales, había alcanzado tal nivel que el Gobierno español debió adoptar medidas para imponer su autoridad y contrarrestar la revolución. En ese mismo mes llegó desde Puerto Plata un comisionado para coordinar el estallido revolucionario, luego de lo cual su hermano le encomendó viajar a esta última ciudad para ponerse al tanto de los planes que se fraguaban.
“Como la revolución estaba en el ánimo de todos los dominicanos, con excepción de pocos, no fue necesario presentar el manifiesto para que se acogieran a tan noble causa; sin embargo, se tomaron por escrito medidas de organización y dispuso el jefe de Operaciones (Santiago Rodríguez, RDH) presentar un manifiesto basado en las razones que movían a los dominicanos a recuperar su libertad, y fijando desde luego, por separado y por escrito, la conducta que se debía observar con el fin de dirigirse a todos los puntos de la República que no hubieran tomado parte o no estuvieran de acuerdo con dicho movimiento, pues, después que los pueblos de la Línea Noroeste habían dado sus golpes, la ciudad de Santiago fue la sola que hasta entonces había secundado dicho movimiento, faltando aún los demás pueblos”. (La Nación, 15 de agosto de 1944.)
La derrota de los patriotas restauradores
Desde Sabaneta el coronel Santiago Rodríguez y el Club Revolucionario intentaron expandir la insurrección a otros pueblos como Las Matas de Santa Cruz, Puerto Plata, San José de las Matas, sin embargo, resultó imposible coordinar acciones con los patriotas de Santiago.
El general José A. Hungría, junto con José Velazco, sofocaron la sublevación de Montecristi y Sabaneta y de este modo se puso fin al movimiento revolucionario de febrero de 1863. El coronel Santiago Rodríguez y los demás caudillos permanecieron dispersos en los campos boscosos de la región luego de lo cual se refugiaron en la frontera domínico haitiana y no acogerse a la amnistía ofrecida por el Gobierno español pues quienes lo hicieron, como el general Antonio Batista y el coronel Thomas Pierre, fueron fusilados por Juan Campillo por sentencia de un Consejo Militar Ejecutivo. El Gobierno español incautó todos los bienes del coronel Santiago Rodríguez.
En una requisa realizada después de la insurrección, las tropas españolas localizaron documentos en la casa del sacerdote Pedro A. Accelli, fallecido en 1892 y quien permaneció 50 años al frente de la parroquia San Ignacio de Sabaneta, que le permitieron estimar en 6,000 pesetas sus ingresos anuales por derechos parroquiales y “por esta suma podrá comprenderse fácilmente la desfavorable impresión que había causado en los interesados la publicación del reglamento que los sujetaba a una dotación fija con el sueldo de 50 pesetas mensuales y se comprenderán las causas que cambiaron su adhesión en fanatismo revolucionario, si no en todos, en la mayor parte”. (R. González Tablas, Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo, Santo Domingo, 1974, p. 86.)
El fracaso de la sublevación de febrero de 1863 en la Línea Noroeste se atribuye a que importantes grupos sociales se hallaban neutralizados por el anexionismo y sectores dentro del aparato burocrático que defendía al régimen. Además de los errores técnicos que provocaron el aislamiento de los insurrectos noroestanos con la rebelión de Santiago que fue aplastada con relativa facilidad por el ejército hispano y los miembros de la reserva. (R. Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, tomo II, Santo Domingo, 1980, p. 86.)
Los patriotas se refugiaron en los bosques y zonas montañosas de la región fronteriza para evitar ser apresados por las tropas españolas. El coronel José Cabrera lideró una guerrilla que mantuvo en vilo al ejército español, que González Tablas llamó en forma despectiva “merodeadores de la frontera” y bandidos.
Entretanto, el coronel Santiago Rodríguez permaneció en Capotillo hasta que el presidente de Haití le autorizó a establecerse en Cabo Haitiano donde de inmediato empezó a recabar recursos para y rearticular sus fuerzas para emprender una nueva rebelión. Para lograr tal cometido comisionó a su hermano, Casimiro Rodríguez, para que capitalizara los bienes que no habían sido secuestrados por el Gobierno español y los utilizara para la adquisición de armas, la fabricación de cartuchos y adquiriera otros recursos necesarios.
Con el grupo de “emigrados” o “refugiados políticos” en Haití, como de forma correcta los denomina el historiador José Gabriel García, entre los que se encontraban Benito Monción, José Cabrera y Pedro Antonio Pimentel, fue que el general Santiago Rodríguez, en coordinación con los patriotas restauradores de Santiago de los Caballeros, dio inicio formal a la Guerra Restauradora con el Grito de Capotillo.