Las vicisitudes de la publicación de un libro de poesía en la República Dominicana siempre han sido un acto de “heroísmo”, de “enfrentamiento” y “mendicidad”. En un momento dado su tamaño obedeció a un enfrentamiento, tal es el caso de los Cuadernos de poesía de los Sorprendidos y los de la Isla Necesaria. El tamaño obedeció a un enfrentamiento inconsciente de los poetas al régimen trujillista, no de manera frontal, eso ni pensarlo, debido a las dificultades de la publicación de cualquier libro o proyecto literario sin el aval de la dictadura. Tal es el caso, reitero, de los poetas sorprendidos, con dos proyectos editoriales con años de diferencia, los Cuadernos de la Poesía Sorprendida (1943-1947) y los de la Isla necesaria (1953-1954). De esta última se publicaron siete números que van desde febrero, 1953 hasta agosto, 1954. Era demasiado esfuerzo para mantener el proyecto sin que sucumbiera en cualquier momento. El proyecto estaba encabezado por cinco miembros de antiguos sorprendidos, y a partir del tercer número el equipo se redujo a cuatro.
¿Alguien se ha puesto a ponderar cuál es la cenicienta de los géneros literarios? No creo que haya que andar o desandar mucho dentro de la cabeza para dar con él; que no es el teatro, por supuesto, sino la inmensa poesía, tanto en la cantidad en que se imprimía como la mendicidad en que se incurría para colocar el libro en las manos del “ávido” lector como publicación independiente.
Generalmente, el libro de poesía es pequeño en su grosor y para algunos autores, como Domingo Moreno Jimenes, era un tratadito menudito, con un espíritu en vía de formación, pero para el ego del autor grandísimo.
El formato pequeño era común desde a finales del siglo XIX y durante las tres primeras décadas del siglo XX. Las ediciones de los grandes poetas, incluyendo las realizadas por las grandes editoriales de Francia y España, eran del tamaño de la palma de la mano, al igual que en la actualidad y sin importar el autor.
El poemario podría ser pequeño más no el alma del poeta, pero ¿era feliz el poeta al tener esa pequeñísima edición en sus manos y ante sus ojos? Indudablemente. No hay felicidad garantizada aun fuera del tamaño de una ballena. Lector, editor y poeta eran inmensamente felices por esas publicaciones, sin que eso le quitara el carácter de cenicienta. El hecho de que el poemario sea pequeño no le quita calidad en el contenido, como tampoco si es excesivamente grande, con mis dudas al respecto. Generalmente, el poeta se inicia con ediciones menudas. Los poemas no se constituyen en excepcionales por el hecho del tamaño del libro. Recordemos las ediciones de Domingo Moreno Jimenes y las de Fabio Fiallo, este último publicado en España. ¿Es que el poeta ante el tamaño de la publicación se siente al menos, si lo comparamos con el novelista? Podría ser; de ahí que cuando extiende su libro, su trozo de espíritu presto al combate, siempre lo hace con cierta reticencia.
En la República Dominicana las ediciones de tamaño gigante las tuvieron los Cuadernos de Poesía Sorprendida (serían del tamaño de un periódico gratuito de ahora y no gratuito). Un cuaderno de poesía sorprendida tenía cuatro veces de las publicaciones de Domingo Moreno Jimenes. Desaparecidos los Cuadernos Sorprendidos, en 1947, los sorprendidos se recogieron hasta la aparición de un nuevo proyecto, alejados de las polémicas que generaron los Cuadernos de los sorprendidos hasta la aparición en 1953, del proyecto de la Isla Necesaria. Lo componían: Aída Cartagena Portalatín, Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce y Héctor Pérez Reyes. Unidos iniciaron la publicación de la Colección La Isla Necesaria, del mismo tamaño y formato que el proyecto anterior. A partir del número cuatro dejó de pertenecer a la dirección colegiada, Gaton Arce, quizá, según una anécdota de la época, se había graduado de abogado y quería dedicarse a la profesión. Así, de los siete números, el seis fue dedicado a la crítica y valoración de la pintura del español José Vela Zanetty (enero, 1954) y el siete a Mieses Burgos (agosto, 1954), con este último se cerró el proyecto. El tercer número fue dedicado a la narrativa, a los cuentos de Hilma Contreras (1953), titulado: Cuatro cuentos (1953), lo que la consagró como cuentista. El resto de las publicaciones fue dedicado a la poesía, siendo Las noches (1953), de Manuel Rueda, el que abrió la colección.
El primer número, Las noches, de Manuel Rueda, traía una hoja de principios o proclama. Palabras del nuevo proyecto de publicación tras unos años de desaparecidos los Cuadernos de Poesía Sorprendida, que se resumía, además de ponderar las dificultades para la consecución del proyecto, en estas palabras: Destino y Conciencia, “Nuestro título responde a una doble aspiración, que va desde lo más levantado del hombre, como ente, hasta sus necesarios cimientos geográficos”.
Sugerente declaración de principios para una nueva colección, que por su tamaño evidenciaba un enfrentamiento entre el poder y la disidencia.