Rip van Winkle es un personaje común y corriente, alguien que vive, sin darse cuenta, en una aldea del Hudson, no lejos de Manhattan, y en un periodo anterior a la guerra de independencia. Es un tipo ordinario al que le va a ocurrir sin embargo algo extraordinario. Para empezar, es uno de esos maridos que viven quejándose de la mujer (y del que la mujer se queja continuamente) y no dan un golpe en la casa, como no sea de barriga, pero se muestra siempre dispuesto a colaborar con los vecinos. Es un tipo de vago improductivo, pero sólo ejerce la vagancia en su propio hogar:
«El gran defecto de Rip consistía en su invencible aversión por toda clase de trabajo provechoso. Eso no procedía de carencia de asiduidad o perseverancia, pues era capaz de pasarse sentado en una roca húmeda, con una caña tan pesada como la lanza de un tártaro, tratando de pescar todo el día, aunque los peces no se dignasen morder el anzuelo ni una sola vez. Con un fusil al hombro, recorría a pie bosques y pantanos durante muchas horas, para matar algún pájaro. Nunca se negaba a asistir a un vecino, hasta para el trabajo más duro. Era el primero en tomar parte en todas las diversiones campesinas, como tostar maíz o construir una empalizada de piedras; las mujeres de la aldea se valían de él para los pequeños servicios y hacer aquellas labores menudas que sus esposos, menos corteses, no querían llevar a cabo. En una palabra: Rip estaba pronto a efectuar cualquier trabajo menos el propio: le era completamente imposible mantener su granja en orden o dar cumplimiento a sus deberes de padre de familia».
Rip van Winkle es, pues, un tipo manso, apacible, y todos en el pueblo lo quieren, sobre todo los chiquillos que hacen fiestas al verlo. La gente lo aprecia, curiosamente, por las mismas razones que su esposa lo detesta. Por su exasperante mansedumbre. La mansedumbre de Rip van Winkle es propia de su naturaleza, pero es también una coraza de la que se reviste para soportar los arrebatos de su mujer:
«De mañana, al mediodía, de tarde y de noche, aquella mujer no daba descanso a su lengua; cualquier cosa que dijese o hiciera, provocaba, con toda seguridad, un torrente de elocuencia doméstica. Rip tenía un método propio de replicar a estos sermones y que ya se estaba convirtiendo en hábito. Consistía en encogerse de hombros, sacudir la cabeza, bajar los ojos y no decir una palabra. Sin embargo, esta actitud siempre provocaba una nueva andanada de reproches de su mujer, por lo que se veía obligado a retirarse y refugiarse fuera de la casa, el único lugar que corresponde a un marido demasiado paciente».
En honor a la verdad, y con permiso de Washington Irving, mucho de lo que hace Rip van Winkle, o mejor dicho lo que no hace, lo convierte en acreedor de una buena tanda de palos. No le faltan razones a la mujer para despreciarlo, pero nadie se las concede. El desprecio de la esposa, y el castigarlo verbalmente con tanta rudeza, están más que justificados. El no trabajaba ni por equivocación para su mujer pero realizaba alegremente para las mujeres ajenas «aquellas labores menudas que sus esposos, menos corteses, no querían llevar a cabo». Nadie, sin embargo, se compadece de ella, ni siquiera las demás mujeres del pueblo. Todas simpatizan, por Rip, aunque a ninguna hubiera gustado estar casada con un vago irresponsable. A ella él autor la define como una tarasca, una serpiente con una boca enorme, pero Rip parecería un santo…
«Debo hacer notar que era de buen natural, vecino bondadoso y esposo sumiso, pegado a las faldas de su mujer. A esta última circunstancia, a esta mansedumbre se debía su enorme popularidad, pues estos hombres, que en casa están bajo el dominio de una tarasca, tienden en la calle a ser conciliadores y obsequiosos. Sin duda, sus temperamentos se ablandan y se hacen maleables en el terrible fuego del hogar conyugal; los gritos de su mujer equivalen a todos los sermones del mundo, en lo que respecta al aprendizaje de la paciencia y de la longanimidad. En un cierto sentido, una mujer bravía puede considerarse como una bendición; si así es, Rip Van Winkle estaba bendito tres veces».
Lo peor del caso es que los hijos habían salido igual a él, sobre todo el mayor, que hasta tenía el mismo nombre y el mismo desgarbado porte, la misma irritante mansedumbre. A él nada parecía importarle nada, nada había digno de ser tomado en serio: «Si hubiera estado solo se habría desprendido de todas sus dificultades vitales, pero su mujer no cesaba de echarle en cara su haraganería, su descuido y la ruina que su conducta traía a su familia».
Es posible que el autor sea un misógino o quizás quiera que nos demos cuenta de que la víctima no es Rip, sino la esposa. Lo cierto es que parece ser una mujer injustamente calumniada. El relato brilla por su misoginia encendida. En realidad la víctima es ella. Pónganse en sus zapatos y traten de entenderla.
El hecho es que, por más que el autor quiera dorar la píldora, Rip van Winkle, no cumplía con los suyos. Sólo un pariente, «un miembro de la familia tomaba partido por él, y era su perro: Lobo, tan perseguido como su dueño, pues la señora Van Winkle consideraba a entrambos como cómplices en la haraganería y hasta atribuía a Lobo el que su marido se perdiera por aquellos andurriales con tanta frecuencia».
«Cierto es que, en lo que respecta a las cualidades que deben adornar a un perro honorable, Lobo era tan valiente como cualquier otro animal que hubiera rastreado por los bosques. Pero, ¿qué coraje puede aguantar el eterno terror de una lengua femenina, que nada perdona?»…
Las cosas fueron empeorando con los años para el «pobre» Rip, pues como dice el autor, en otro alarde de misoginia, «el mal genio nunca mejora con la edad y la lengua es el único instrumento cuyo filo aumenta con el uso».
En fin, para “escapar al trabajo en su granja o a las vociferaciones de su mujer» Rip emprendía largas caminatas por las «elevadas regiones de los Kaatskill», acompañado siempre de su fiel perro Lobo y su fiel escopeta. En una de esas expediciones, cuando ya se disponía a regresar a su dulce hogar, tendría el encuentro de su vida.
Primero escuchó que alguien lo llamaba por su nombre y con insistencia y Rip van Winkle y Lobo tuvieron miedo en principio, pero ni él ni Lobo pudieron resistir al llamado…