Son cada vez más comunes y atractivos: complejos urbanísticos cerrados que venden la idea de una vida serena, alejada del bullicio citadino pero en plena ciudad. En estos espacios tendrás de todo para la familia: piscina, sauna y jacuzzi, gimnasio, parque, farmacia, lavandería, daycare. Puro encierro burgués.

Están pensados para la no-interacción con el mundo exterior, y concebidos arquitectónicamente para la atomización familiar, bajo la idea de la familia nuclear normativa (padre, madre e hijos) como única entidad social con absoluta validez. Se trata del modelo de suburbio patriarcal de los años 50´s, donde las mujeres quedaban confinadas al hogar cuidando de los hijos y haciendo la cena.

En la actualidad se ha añadido una extrema vigilancia por medio de tecnología de punta, con cámaras de seguridad que vigilan cada esquina. El miedo al “otro” que está afuera es real y se deben evitar contactos no autorizados que puedan resultar en situaciones peligrosas.

Ese sentido de comunidad se ha ido perdiendo y este tipo de proyectos inmobiliarios ha contribuido en gran medida. Recuerdo la década del 80 cuando todavía era posible jugar en las calles y hasta perderse por rutas desconocidas lejos de la casa. Eran otros tiempos, y las ciudades cambian, pero el privilegio que teníamos debiera ser revalorado.

Se privatizan prácticamente todos los servicios básicos (recogida de basura, limpieza, seguridad), en entornos en los que el Estado no los garantiza y en los que la pobreza y desigualdad económica son muy evidentes.

El impacto político-social de todo esto va más allá, pues se genera una gobernabilidad privada muy cuestionable al convertirse las “juntas de vecinos” en órganos de control y regulación de la vida cotidiana dentro de sus límites.

Se privatizan prácticamente todos los servicios básicos (recogida de basura, limpieza, seguridad), en entornos en los que el Estado no los garantiza y en los que la pobreza y desigualdad económica son muy evidentes. Punta Cana es el mejor ejemplo del fenómeno, donde te pueden imponer una multa importante en dólares si tiras basura o si dejas desechos de tu perro en la acera. Con razón le llaman “la otra República”.

El asunto es que dicha segregación urbana cuenta con legitimación social o, por lo menos, legal. La cosa se agrava cuando se privatizan espacios públicos de disfrute común como nuestras playas. El modelo de desarrollo inmobiliario (y turístico) que estamos impulsando no nos acerca para nada al paraíso en el que creemos estar.