La formación del docente en ejercicio es el más grande e importante de los desafíos que enfrentan los gobiernos dominicanos en la pretensión de elevar la calidad de la educación.
Mucho se ha discutido acerca del uso que se le da al 4% del PIB aprobado para la educación preuniversitaria en la República Dominicana. Con regularidad se cuestiona dónde están los recursos y, con mayor nivel de raciocinio, dónde está el impacto de lo invertido en este sector, que es el rubro más importante para el desarrollo del país.
Bien sabemos que los resultados de la inversión en educación no son productos que se logran a corto plazo y que se manifiestan en algo tan intangible como los niveles de aprendizaje. Mas, han transcurrido ocho años desde la conquista del 4% (presupuesto de 2013) y aún no se ve un despuntar favorable en los niveles de aprendizaje de los estudiantes, al menos desde sus manifestaciones socioculturales y de los números que al respecto se divulgan.
Para que se haga realidad la esperanza de lograr los resultados educativos que el país necesita, el rol fundamental corresponde a los docentes de aula, los más cercanos a los estudiantes, los que ejecutan el currículo, los que deben enseñar a leer y escribir. Entonces, como nadie puede dar lo que no tiene, la formación del personal docente en ejercicio es, más que una necesidad, un imperativo, porque en la base de la educación está el saber del docente, lo que se debe lograr con su formación y actualización permanentes. Si queremos estudiantes lectores, tenemos que lograr docentes que amen la lectura, la practiquen, la estimulen… Si queremos estudiantes con conocimientos de la matemática, necesitamos docentes con dominio de la matemática, con la didáctica requerida y que la enseñen con amor, por solo citar dos ejemplos medulares. Entonces, queramos o no, la más importante de las inversiones en el sector educativo debe estar en la formación del docente en ejercicio. En tal sentido, no se trata de la cantidad de dinero, sino de cómo y en qué se emplea lo poco o lo mucho que se asigne a este renglón.
En estudios recientes, se ha comprobado que hay elementos claves que pueden definir la efectividad de recursos y esfuerzos en la referida formación. Entre esos elementos vale destacar los siguientes: la calidad de los programas formativos, la motivación del docente participante en la formación, la calidad profesional de los facilitadores de la formación, la diversidad y el nivel práctico de las actividades de formación, y la evaluación de lo logrado en esos procesos formativos.
El logro de programas formativos coherentes con las necesidades es medular. Para lograrlo, desde su diseño hasta su evaluación, debe lograrse la participación activa del docente-aprendiz. No podemos imaginar qué competencias debe poseer el docente; previo al desarrollo de cualquiera de estos programas, es necesario saber qué necesita el participante, qué le interesa, cómo puede aprender con más facilidad. En todos esos aspectos, el propio docente puede ofrecer información valiosa para la concepción de las acciones concretas del programa en cuestión.
Está claro que llevar al docente a un espacio de formación, con el único incentivo de mejoras o beneficios de índole económico, no da buenos resultados. La motivación del participante debe incluir la trascendencia personal del desarrollo profesional, el valor del saber, el orgullo del trabajo bien hecho gracias a competencias logradas. Desde los espacios de organización de la formación debe trabajarse para que el docente asuma que su desarrollo profesional es una necesidad personal y una responsabilidad individual con impacto social colectivo.
Una arista importante en los procesos de formación del docente en ejercicio es la calidad de los facilitadores. No se necesitan personas con un simple cúmulo de títulos por estudios realizados; se necesitan profesionales respetuosos y exigentes, con experiencia, comprometidos con la calidad de la educación; que sean ejemplo por el dominio de la disciplina, de las metodologías de enseñanza y por el desarrollo de sus habilidades blandas (soft skills). De hecho, la labor técnica que corresponde a los directores, coordinadores y, de manera especial, a los técnicos de los diferentes niveles, quienes deberían ser los principales formadores de los docentes, debe estar soportada en una sólida preparación como para demostrar el “cómo se hace”.
Las personas aprendemos a través de actividades que pueden ser formales, no formales e informales. Entonces, es la actividad lo más importante y por tanto debe distinguirse por su diversidad y componente práctico. Los espacios permanentes o puntuales dirigidos a la formación docente, no deberían emplearse para teorizar, dictar conferencias o debatir materiales, sino para la ejecución de actividades eminentemente prácticas. De nada sirve conocer las reglas de acentuación de las palabras si, al escribir, no se toman en cuenta porque no se han practicado. Así que, son imprescindibles el estudio de caso, el modelaje, la demostración… y todo tipo de actividad que propicie la práctica e interacción.
Los programas de formación de docentes requieren de la evaluación sistemática de lo logrado. No se trata de preguntarles a los propios participantes, al final del proceso, cuánto han aprendido o qué les parece la experiencia vivida. Es imprescindible la búsqueda del impacto, de lo alcanzado en la modificación de la realidad en el espacio de desempeño profesional de ese docente-aprendiz. Asimismo, es necesario seguir un proceso de sistematización del programa e ir evaluando, desde su diseño, para definir nuevas estrategias, cambiar métodos de trabajo y hacer las modificaciones que sean necesarias.
Entonces, para atender la formación del docente dominicano en ejercicio, con la urgencia que demanda, deben procurarse programas coherentes con las necesidades y expectativas del participante. Para esto, es imprescindible tener en cuenta los elementos antes referidos, los que son decisivos si se desea lograr acciones formativas que impacten al docente, a la educación como sistema y al aprendizaje de los estudiantes, que es lo más importante. Así que, está en las manos de los tomadores de decisiones la oportunidad de inversiones trascendentes en programas afines con las necesidades y los recursos disponibles en el país.