En estos días de exposición del dolor por opresiones pasadas, es bueno recordar que dentro de la totalidad de los europeos que se desplazaron hasta el Nuevo Mundo en los siglos XV, XVI y XVII, hubo hombres (las mujeres no teníamos mucho específico en ninguno de los lados del Atlántico) genuinamente interesados en poner en marcha elementos de crecimiento humano.
Tal fue el caso de los integrantes de la Orden de Predicadores, comúnmente llamados dominicos. Ellos eran conscientes de que el periplo de ida y vuelta entre España y La Isabela solía tomar dos años, así que decidieron establecer lugares de aprendizaje, reflexión y estudio, tanto en esta localidad como en otros lugares donde iniciaba la colonización española, con el fin de que no todo el saber “a la occidental” fuera importado.
En reconocimiento de la calidad de lo que en la época era probablemente el mejor de esos centros, en 1548 el papa reconoció como universidad a uno de ellos. Esta es la fecha con la que formalmente se toma para reconocer el inicio de lo que es hoy la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Es pertinente recordar que ese centro de estudios gozó de cierto esplendor, al punto que, a principios del siglo XVII impartió clases allí Tirso de Molina, el autor de la obra de teatro que se considera precursora en la creación del personaje de Don Juan. En esa misma época existía también lo que se llamaba inicialmente “El Colegio de Gorjón”, que luego se convirtió en la Universidad de Santiago de la Paz, en un momento regenteada por los jesuitas.
A estos hechos tan prestigiosos le sobrevinieron una merma en la cantidad de población, en la calidad de la educación, en el nivel de los enseñantes y un empobrecimiento general del territorio que facilitó que doscientos años después, los esclavos sublevados de la colonia de Saint-Domingue pudieran anular sin gran dificultad la mayoría de los restos de la administración española, frente a la cual no tenían instrumentos de dominio, incluyendo lo que todavía se denominaba Universidad de Santo Domingo. No conozco una documentación sobre cuáles alternativas de formación académica y/o técnica fueron ofrecidas por el gobierno haitiano para subsanar este cierre.
Sí conozco que existió una entidad llamada Instituto Profesional, organizada por las personas de la antigua colonia del este con mayor interés en desarrollar el nivel educativo, la cual fue reconocida como continuadora de la tradición de la Universidad de Santo Domingo durante el gobierno efímero de Ramón Báez, a principios del siglo XX. Ese Instituto Profesional era más bien el testamento de una intención que una real casa de altos estudios. En la autobiografía del Dr. Héctor Read Barreras (1897-1988), se observa que las facilidades eran precarias y que la cantidad de profesores y alumnos era ínfima. Don José Manuel Armenteros, nacido en 1925, y cuya biografía escribí, también menciona que se trataba de un centro reducido en muchos sentidos.
Dadas estas condiciones de penuria local, durante muchos años fue costumbre para las personas con mayor poder adquisitivo el enviar a su descendencia a tener una mayor organización intelectual en países europeos, principalmente España. Ese fue el caso del principal conceptualizador de la idea de la nacionalidad dominicana, Juan Pablo Duarte, cuyo padre le costeó un viaje de estudios a España y donde su hermana recuerda que uno de los mayores aprendizajes fue la observación de los fueros y libertades de Barcelona, sistema de administración que él hubiese querido implantar para la antigua colonia de Santo Domingo. En el siglo XIX, en el área de la medicina, París resultó el lugar de estudios preferido por los estudiantes y allí se dirigieron los galenos Alejandro Llenas y Arturo Grullón. Les siguieron Heriberto Pieter (que trabajó y estudió junto al padre del sociólogo Alain Touraine), Evangelina Rodríguez, Armida García Almánzar, Darío Contreras (padre de la escritora Hilma Contreras) y Antonio Elmúdesi, entre otros. Conforme avanzaba el siglo XX, Berlín también fue plaza de estudios para los doctores Pieter y Read, ya citados. Y los Estados Unidos empezaron a ser lugar de peregrinación para estudiosos como fue el caso de los doctores Juan Manuel Taveras Rodríguez y su prima María Mercedes Rodríguez Vásquez, entre muchos más.
La dictadura hizo esfuerzos significativos por ampliar las facilidades físicas y desarrollar un sistema de aprendizaje formal dotando con recursos financieros y humanos a la Universidad de Santo Domingo (USD). A su caída, en el espacio físico e intelectual de la USD se verificaron muchas manifestaciones de inconformidad, lo que trajo como resultado que se le reconocieran mayores autonomías (algo evidente hasta en el nuevo título) y que profesores e intelectuales interesados en alejarse de un ambiente contestario concibieran lo que se convirtió en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, al mismo tiempo en que, en Santiago de los Caballeros, nacía una nueva institución de estudios superiores, la Universidad Católica Madre y Maestra, cuyo título recoge el nombre de la encíclica de 1961 del papa Juan XXIII. Con las décadas, el número de instituciones de educación fue creciendo, así como el alumnado inscrito en ellas.