La perseverancia es el esfuerzo continuo necesario para lograr aquellos objetivos que nos proponemos. Es importante no rendirse ante las dificultades que podemos encontrar en el camino, no perder nunca la voluntad y la esperanza. Una persona perseverante se caracteriza por saber perseguir sus objetivos con tesón y dedicación, acabar lo que ha empezado, mantener la concentración, trabajar con constancia y volver a intentar mejorando el método si fracasa. La misma supone un esfuerzo continuo y necesario para buscar soluciones frente a las dificultades u obstáculos que se vayan presentando en el camino.
Y he querido relacionar en este texto el significado de dicha palabra con la vida de una mujer que Dios me dio el gusto de conocer, Ana María Sors es una laica cubana y a su vez oblata misionera de María Inmaculada desde el año 1977 hasta la fecha.
De vocación educadora se iba a los barrios y campos de la ciudad de Holguín a enseñar a los más pobres, fue miembro de la Pastoral Seglar, de la juventud de acción católica diocesana, fiel participante de retiros y convivencias en el Santuario del Cobre, impartió cursos de catequesis y talleres de juegos en el Centro de Formación Janssen, así como también junto a las hermanas jesuitinas impartió los talleres de VIVA Virtudes y Valores.
El Instituto Secular Misioneras de las oblatas María Inmaculada posee un grupo de mujeres y una constante disponibilidad a la voluntad del Padre para vivir en todas partes la caridad de Cristo por el servicio, con la ayuda de María.
Ana fue mi vecina en la calle Cardet de la provincia Holguín en Cuba, yo comenzaba a trabajar en el Obispado de Holguín y ella me ayudó a conseguir una casa que alquilaban frente a la suya. Todas las tardes cuando llegaba del trabajo me la encontraba en el portal de su casa conversando con los vecinos y de salida a misionar por las calles, dispuesta a descubrir la presencia de Dios en los más vulnerables y necesitados. En la noche me llamaba al celular diciendo que cruzara la calle y fuera hacerle compañía para ver juntas la telenovela cubana y brasileña, acostumbraba a tener siempre algún tipo de dulce casero hecho por ella para comer mientras observábamos la televisión. En ese rato me hacía un sinfín de historias de la iglesia y me soltaba algún que otro disparate para reír un poco. Hacíamos intercambio de manualidades, yo tejía macramé y ella crochet y así de algún modo compartíamos la vida.
Un lunes cuando pasaba por el Obispado a su respectiva reunión de agentes de pastoral subió a mi oficina para saludarme, muy bien peinada con sus canas color plata, su blusa bordada y unos aretes muy hermosos los cuales le elogié y ella sin pensarlo un segundo, se los quitó y me dijo: tómalos te los regalo, a mi me dio pena y traté de devolvérselos y en un arranque de los suyos me soltó: ya yo estoy muy vieja para esos aretes, te lucirán mejor a ti, con mucha pena le agradecí el gesto y hoy lejos de Cuba y de ella, cada vez que me pongo sus aretes siento que un poco de su perseverancia y capacidad de sobreponerse a las difíciles situaciones de la vida viaja conmigo a donde quiera que voy.