El modo en que se ha construido y forjado la masculinidad, entendida esta como el imaginario sobre el que se edifican los comportamientos y actitudes esperadas en un varón, ha sido en buena medida sobre el ejercicio de la violencia. Las virtudes que adornan a la masculinidad esperada ha sido aquellas virtudes que guardan alguna relación con la violencia: valentía, honor, honra, agilidad, fortaleza, superioridad.
A pesar de que en las primeras reflexiones sobre estas buenas acciones repetidas y, por tanto, apetecibles en el individuo, fueron idealizadas y sacadas de su contexto de origen, es innegable que provienen de una sociedad en donde predominaba el ejercicio de la violencia. A pesar de usarse estas cualidades como un dispositivo para transformar al ser humano no se aniquiló una cuestión tan primaria como la acción violenta, en sí misma, como tampoco su predominio en la búsqueda de solución al inevitable conflicto. En este sentido, la cultura se ha mostrado como una vía de control de una realidad instintiva; pero que en nada la desaparece. Aquí es cuando el texto bíblico, los mitos etiológicos de los primeros capítulos del Génesis, ilumina sobre la responsabilidad individual en el control de la violencia: esta última, como fiera que nos codicia, está al acecho y tenemos que dominarla. Pero, ¿cómo lo hacemos?
Nótese que no referimos una violencia estructural y sistémica ni pretendemos buscar los orígenes multifactoriales de la violencia y su relación con la cultura; sino que nos enfocamos en la responsabilidad individual en el control de la acción violenta, no como una pretensión o una intención que obedece a una respuesta instintiva, sino como acción ejecutable y que, por lo que percibo en nuestra cotidianidad, fácilmente se convierte en una acción realizada. Como es señalado en el texto bíblico, la fiera codiciosa siempre está al acecho y es nuestra responsabilidad dominarla; de este modo podemos mantener erguido el rostro, sin motivos para sentir vergüenza de nosotros mismos fruto de lo que Freud llama un sentimiento de culpabilidad que emana del remordimiento de la mala acción realizada.
Mi punto es el siguiente: a juzgar por los casos que recogen los medios de comunicación, en el país adolecemos de una cultura de la violencia que se actualizada cada vez que se pretende dirimir un conflicto entre ciudadanos. La acción violenta como respuesta a un conflicto entre individuos parece establecerse como la acción esperada, de lo contrario, se peca de cobardía o no se restablece la honra manchada, en fin, se pierde el valor de lo que nos han dicho que debemos ser al situamos como unos débiles, cobardes. De ahí esta cultura del malestar que se agrava cada día por la impronta y la importancia que colocan los medios noticiosos en la cobertura del evento.
En un conflicto nadie es responsable de cómo actuará el otro, pero es claro que la respuesta individual es responsabilidad propia. Esta responsabilidad personal en la respuesta a un conflicto es forjada, no solo desde las instituciones de socialización, sino como una apuesta personal por la propia humanización.
La mejor tarea que como individuos debemos enfrentar es esta: aprender a controlar la fiera que siempre está al acecho, buscando los motivos para salir y dominarnos en nuestras facultades. Esta tarea de transformación personal se ve impactada por los imaginarios sociales presentes en la cultura, por el estrés y la competitividad que devora las relaciones interpersonales, la frustración que provoca el modelo de acumulación de capital, así como la desconfianza en un sistema de justicia que no asegura imparcialidad a todos los ciudadanos. Mientras más débiles sean las instituciones sociales que median entre los individuos factibles de entrar en conflicto, o incapaces de dirimir las situaciones conflictivas por vías adecuadas, tendremos un mayor uso del acto de violencia como la solución al conflicto.
No es tan descabellada la idea de que la sociedad es un organismo vivo y como tal, sistémico y dinámico, incide y condiciona las actuaciones particulares de los individuos que la integran. Pero tampoco es una ilusión apelar a la responsabilidad individual en el proceso de humanización que debe compelir a toda la ciudadanía. La idea no es esperar un mundo mejor, sino hacerlo yo.