Introducción

Con frecuencia solía evocar  Don Rafael Herrera Herrera  aquellos versos del gran poeta José Joaquín Pérez en los cuáles el notable bardo de nuestra primera república se refería a  “esta tierra de los héroes y los mártires, donde siempre seca lágrimas el sol”.

¡Cuanta razón llevaba el poeta! Sus versos se actualizan con cada efeméride de nuestros anales patrios; con el recuerdo justiciero- que debería tornarse siempre en deber impostergable de patriótica emulación – de cuantos con su sangre o sus cívicas hazañas marcaron  rumbos de redención y de esperanza para la patria sojuzgada.

¡Y qué especial resonancia tienen los versos del poeta en el noviembre nuestro! Pensemos sólo por un instante en el fatídico magnicidio del presidente Ramón Cáceres un 19 de noviembre de 1911; el cruento y doloroso martirologio de las hermanas Mirabal, vil y alevosamente asesinadas por la implacable tiranía trujillista un triste 25 de noviembre de 1960 y aquel inolvidable 18 de noviembre de 1961 en que la mano criminal de Ramfis Trujillo consumó su sed de sangre y de venganza privando de la vida a seis de los ajusticiadores de su padre, todos en estado de indefensión, pues  guardaban prisión en las ergástulas trujillistas al momento de articularse la farsa grotesca preparada para  su brutal asesinato.

Dentro de dos días conmemoraremos el 63 aniversario del  horrendo crimen de Hacienda María y deviene imprescindible evocar el  doloroso recuerdo  del trágico final de los héroes nacionales victimados cobardamente aquel día de oprobio, a saber: Pedro Livio Cedeño, Modesto Eugenio Díaz, Luis Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Antonio  Tejeda Pimentel, Roberto Pastoriza y Luis Manuel Cáceres Michel  (Tunti). Y con ellos a todos los héroes y mártires del 30 de mayo!.

¡Y como es deber de justicia el recuerdo de todas las víctimas, conviene reparar siempre en que el torno al crimen de Hacienda María cayeron también otras  que el mismo régimen de encargó de eliminar en su siniestro designio de presentar como fuga su alevoso plan de eliminar a los seis conjurados. Entre ellos, cabe mencionar  a Félix Calderón, Fabriciano de la Cruz y Pedro María Romero Alcántara, responsables aquel día  de transportar  en una guagua celular a los héroes victimados. Con su muerte quedaron también tres inocentes  familias enlutecidas.

Foto de los seis héroes del magniicidio del 30 de mayo asesinados por Ramfis Trujillo en Hacienda María

Valga esta introducción sobre el crimen de Hacienda María  por lo que tiene de íntima conexión con la carta que hoy se publica para edificación histórica de los gentiles lectores de esta columna y todos los interesados en el conocimiento de nuestro pasado.

El 17 de octubre de 1961, faltando apenas un mes para que Ramfis Trujillo saciara sus  sádicos instintos criminales  contra los seis sobrevivientes del magnicidio del 30 de Mayo que guardaban prisión, el Lic. Eduardo Sánchez Cabral le dirigió una carta, que tal como revelara tiempo después, tenía por propósito impedir que se consumara la tragedia de Hacienda María.

Penalista consumado, conocía Don Eduardo los íntimos resortes del alma humana. Pero, además, como Martí, “había vivido en el vientre del monstruo y conocía sus entrañas”. Y bajo esa premisa, ¿desconocía acaso los crímenes monstruosos perpetrados por Ramfis en San Isidro contra los expedicionarios sobrevivientes de  de junio de 1959 y sus caprichosas e instintivas veleidades anímicas, nacidas de una personalidad deformada desde su primigenia evolución vital? Por supuesto que no.

Cabe pensar, pues, que esta carta, que en algunos de sus párrafos parece elogiar al primogénito del tirano, constituyó una estrategia casi desesperada para intentar reencausar por vías de reflexión, sugiriéndole resignar el poder, a quien en aquel momento era el árbitro indiscutido de los destinos nacionales.

Terminaría abandonando el poder y marchándose del país para siempre, pero sólo horas después de consumar con propia mano el crimen atroz de Hacienda María mientras su tío Petán y compartes intentaban desesperada e inútilmente  reconquistar el poder frente a  un imperturbable presidente Balaguer que,  con parsimoniosos ademanes, les hizo tornar la mirada desde los ventanales palaciegos  hacia el  placer de los estudios desde donde se avistaban  imponentes los barcos de la séptima flota norteamericana.

A continuación el texto completo de la carta.

Nació Usted en tierra dominicana. Dominicana es su educación universitaria. Sus antepasados y sus hijos son dominicanos. Los huesos de sus mayores reposan en tierra dominicana. Usted es medularmente dominicano con todas las virtudes y los defectos anejos a los hijos de esta tierra dominicana.

No puede, pues, poner en duda su dominicanismo ni su interés por el destino de esta tierra dominicana que lo vio nacer.

Estas circunstancias me deciden a escribirle la presente carta. Lo que en ella le sugiero es de tanta trascendencia y entraña tanto desinterés que sólo pueden realizarlo aquellos que tengan un claro y  alto concepto de sus deberes ciudadanos y cuyos sentimientos patrióticos sean tan puros, exaltados y predominantes, que lo conduzcan a considerar pequeño todo sacrificio en aras de la patria.

Yo creo que por su dominicanismo en su alma se anidan esos sentimientos y, ojalá, para su propio valer, que esta apreciación mía no resulte equivocada.

Por la herencia política que usted recibió, por las delicadas funciones que usted ejerció y por la índole de los problemas que es necesario resolver en estos momentos, que son los más graves para la República y que usted no puede soslayar, sobre sus hombros pesan grandes responsabilidades.

Usted ejerce un mando único, casi cesáreo, y por eso, de sus decisiones futuras depende el curso de los acontecimientos que se avecinan. Sus actos pueden conducir a una despiadada guerra civil que ahonde aún más las profundas diferencias que existen en la familia dominicana, o pueden, en cambio, aminorar estas divergencias y hacer que de manera real se inicie la tan ardientemente anhelada democratización del país. Se puede decir que en sus manos están ahora, como antes en las de su padre,  los destinos de la República.

Su padre pertenece ya a la historia. Usted, por el contrario, es un actor en la vida actual dominicana, tal vez el más señalado para influir en ella, y por eso mismo usted está en condiciones de hacer historia. A aquel correspondió actuar en una época en la cual una firme e implacable disciplina social y una rígida e ilimitada intervención gubernamental en todas las manifestaciones de la vida, aunque ella desconociera los atributos esenciales de la persona humana, parecía ser el objetivo superior del Estado en aquellas naciones para las que se buscaban nuevas fórmulas vitales con el fin de oponerse al sistema individualista.

Facismo, nazismo y falangismo eran las doctrinas que en el viejo continente surgieron como desiderátum para la humanidad, tras los fracasos, las miserias y las ruinas que trajo consigo la tragedia de 1914.

Su padre fue en América un representante de esas concepciones, hoy desacreditadas, que él quiso imponer en nuestro medio arrastrado por la fuerza irrefrenable de su temperamento. Su limitada cultura unida a una voluntad tan férrea que no admitía interferencia alguna, lo hizo crear y mantener en todo el período de su larga duración una ruda dictadura incapaz de asimilar o comprender la evolución de los tiempos.

En la falaz eficiencia de la hegemonía absolutista de esas artificiales concepciones políticas, de las cuales fue un corifeo, inadecuadamente aplicadas a nuestro país, sin tener en cuenta su historia, se arraiga  quien ejerció  el poder sin ninguna clase de limitaciones.

Aunque usted es carne de su carne, su caso no es el de su padre.

Como figura prominente ahora a usted le hada vocación por la libertad y su devota adhesión a las esencias de la civilización cristiana, y es posible que una crítica tolerante y desapasionada encuentre en el futuro alguna atenuación a los excesos tocándole  actuar en otro ambiente.

Y tras la dura prueba a que fue sometida la democracia en el mundo, nuevos principios en el orden político, social y económico han vigorizado la vida institucional de los estados conciliando los tradicionales valores espirituales del individualismo democrático con las nuevas corrientes de la época en que vivimos.

Su padre se abrazó a la ruda e implacable política de su tiempo y se entregó a ellas sin reservas. Usted, al contrario, podría llegar a ser un exponente de las teorías democráticas predominantes que constituyen hoy un patrimonio inalienable de los pueblos de América sin que esta actitud suya pueda significar una crítica o un agravio a la memoria de su padre que para usted necesariamente ha de ser sagrada.

El trágico fin de su padre no debe influir en las decisiones que usted tiene que tomar. Para encararse a las difíciles contingencias del porvenir, el justificado dolor filial que ha colmado de pena su alma tiene que ceder su puesto al supremo interés de la patria.

Sólo así, podría usted enjuiciar aquel suceso con el desinterés patriótico que exige el momento y no con una visión personal y egoísta, y apreciar debidamente los antecedentes de los graves y múltiples problemas que nos afectan.

Cuando usted sin despojarse de sus filiales sentimientos, se decida  a analizar sin prejuicio nuestra realidad, comprenderá que tal como lo enseña la historia es con hechos sangrientos iguales a los del 30 de mayo como generalmente se derrumban las dictaduras.

La muerte de Trujillo ha de considerarse como un acontecimiento histórico que abre nuevos cauces a las corrientes que en el mundo libre pugnan porque la vida de los pueblos se desenvuelva en un clima de justicia social, de libertad y de derecho.

El aislamiento, por otra parte, en que vive la República y las sanciones que le fueron impuestas por la Reunión de Cancilleres de San José de Costa Rica, son hechos que no pueden ser a usted indiferentes. El motivo de este aislamiento, y de estas sanciones, usted lo sabe, es la existencia de un régimen que constituye un peligro para la paz de América por la naturaleza despótica que lo caracteriza.

Todo indica que ellas serán mantenidas mientras no se inicie y desarrolle un proceso de democratización que dé seguridades de que se ha efectuado un cambio real que permita la elección de un gobierno popular.

Foto del Lic. Eduardo Sánchez Cabral, autor de la carta memorable a Ramfis Trujillo que hoy se publica

Los dominicanos estiman que no habrá posibilidad de realizar esta transformación mientras usted y los representativos de su familia no abandonen la República, porque aun cuando usted no lo quiera, la sola presencia de ustedes en el país coarta la libertad del electorado para expresar sus opiniones y, en consecuencia, el gobierno que surja de elecciones celebradas en estas condiciones será tan ilegítimo como el régimen que ahora se quiere sustituir.

No hay duda del desequilibrio económico que estamos sufriendo como resultado de ese estado de cosas, que va agravándose a medida que transcurre el tiempo.

La adquisición de artículos esenciales para nuestra economía se hace más difícil y a mayores precios, aunque no sea este el peor de los daños que estamos experimentando. Los más graves son la ausencia de la ayuda técnica y económica que nos podría dar el plan de Alianza para el Progreso que se formuló en la conferencia de Punta del Este, la retención de sumas considerables, correspondientes a los azucares vendidos, y más que todo la no participación nuestra en la cuota que se retiró a Cuba.

Esta participación que tal vez absorbería el 75% de nuestra producción azucarera bastaría para crear un verdadero estado de prosperidad que nos haría entrar en un franco período de recuperación económica.

De no poner cese a esta situación no es exagerado predecir la ruina a breve plazo de nuestra economía con todas sus imprevisibles consecuencias, y es a esa ruina donde inevitablemente llegaremos si usted no se decide a resignar el poder.

La ruina del país o su continuación en el mando, es el dilema, en todo su realismo, que confronta usted ya que la eliminación de las sanciones no es potestad suya sino de América, y es muy difícil que ésta nos abandone poniendo fin a esas sanciones porque esta injustificable decisión sería legitimar un intolerable régimen tiránico que es un escándalo para la América entera.

¿Será, pues, insensato que se pida a usted que cuando no sea por otros más valederos motivos que los de orden económico abandone el poder en beneficio de sus conciudadanos? ¿No cree usted que el interés de una familia, por legítimo que sea, debe ser postergado ante los supremos intereses de la Patria?

Comprendo la magnitud del sacrificio que le pido, el cual sólo me atrevo a formularle a usted invocando su dominicanismo que tiene sus raíz sin ninguna duda en el intransigente dominicanismo de su padre, virtud o defecto que no podrán negarle ni aún sus más enconados enemigos.

Su padre le dejó junto con una herencia de odios, la ocasión de ser uno de los grandes de nuestra historia. Su renunciamiento del poder no tendría precedentes en el país ni en América y su desinterés y su nobleza le darían verdadera estatura moral de prócer.

Hay más grandeza en vencerse a sí mismo que en vencer a los demás y más gloria en una voluntaria abdicación que en la más resonante victoria hija del egoísmo y la ambición.

Patricio o jefe de facción, esa es su alternativa. La noble investidura patricia la alcanzaría con su separación del poder porque evitaría el desastre económico a que estamos abocados y contribuiría de un modo decisivo a crear una República sobre firmes bases de libertad y democracia, ideal hasta ahora inasequible para los dominicanos.

La condición minúscula y deleznable de jefe de facción la lograría usted permaneciendo en el mando, convirtiéndose en un factor de desintegración que provocaría encarnizadas luchas intestinas que sin gloria para usted, le traerían los odios y riesgos inherentes a sus peligrosas aventuras.

Sé que esta insinuación encontrará la repulsa de muchos de los que le rodean, de los cortesanos de siempre, de los que tras las lisonjas sólo persiguen su propio interés y no la gloria y el crédito de usted y de los que sin exponer nada no vacilarían en impulsarlo a las más locas empresas, en las que sólo usted y no ellos arriesga su nombre y su vida.

Sé también que las brujas de Macbeth, que pululan en los cuarteles de San Isidro, como en todos los palacios reales o presidenciales, perversas y sombrías, tratarán de apartarlo con sus presagios y vaticinios de todo propósito que lo lleve al honor  y la proceridad.

Quiero, sin embargo, creer que en el fondo de su conciencia una fuerza moral superior y su profundo dominicanismo le conducirán, puesto el pensamiento en Dios, por el camino del deber y de la Patria.

Prócer o jefe de facción. Una República engrandecida o una República ensangrentada por obra de usted. Sólo usted puede elegir. Y ojalá que sea la Patria la que inspire su trascendental decisión.

Válgome de esta oportunidad para expresar a usted los sentimientos de la más alta consideración.

Eduardo Sánchez Cabral