Se tiene la esperanza de que no, que otra sea la historia. Cuando la inseguridad, los escasos deseos de que las cosas se hagan correctamente y para bien de todos se convierten en hábito, se instalan entonces células cancerígenas.
¿Deberíamos lamentar o asumir como una costumbre la falta de continuidad en los manejos del Estado? ¿Será el “borrón y cuenta nueva” nuestra particular piedra de Sísifo? ¿Estaremos siempre montando y desmontando obras, plazas, estantes, bibliotecas, ciudades? ¿Es posible que el pasado no sea siempre un fantasma que haya que exorcizar y se asuman ámbitos de continuidad de buenas cosas?
Después del nombre “Juan Pablo Duarte”, y así rozando con el de “Juan Bosch” y el de “Balaguer”, tal vez el nombre más recurrente sea el de “Pedro Henríquez Ureña”.
Sin embargo, las dos grandes instituciones que se honran con llevar su nombre en el país dominicano poco hacen para dignificarlo.
Durante años me tocó tratar a Sonia Henríquez Ureña de Hlito, su hija. Después de una que otra consulta sobre la vida y obra de Pedro, siempre volvían dos temas: que qué había pasado con el epistolario que su padre le envió a Emilio Rodríguez Demorizi, y luego, qué había pasado con los objetos personales que ella le envió a la Biblioteca Nacional Dominicana que lleva su nombre.
Cuando Sonia se nos fue el 26 de junio del 2022, su hija Gabriela tuvo a bien pasarme sus archivos. En un viaje relámpago a Buenos Aires, realizado con el apoyo de José Singer y Fausto Rosario Adames, a quien no sabemos cómo agradecerles sus constantes y denodados esfuerzos por apoyar mis proyectos pedristas, pude traerme esos papeles a Santo Domingo. Gracias a esa documentación publiqué el libro “Pedro Henríquez Ureña. Papeles en familia” (https://www.amazon.com/dp/9945099922), un retrato de la vida más íntima de nuestro autor, con cartas, notas, postales.
Del resto del archivo, en las cartas a y de Sonia, se aprecia una preocupación constante de la hija por preservar el legado de su padre. Cuando ella donó años antes la parte más consistente de aquel archivo originario al Colegio de México, lo hizo con dolor, porque en el fondo deseaba que se conservara junto a todo lo de la familia, en Santo Domingo. Lamentablemente para nosotros, y por suerte para todos, le dije que había hecho la mejor elección, porque en el Colegio de México se garantizaría la conservación y difusión de ese valiosísimo legado. Todavía no me arrepiento de mis palabras.
Es terrible constatar el desinterés y el descuido que el rostro más universal de los dominicanos sea víctima del descuido entre los dominicanos. Su nombre sigue retumbando, cuando en verdad poquísimo se hace para estudiarlo. Y para colmo, aquel Premio Internacional que lleva su nombre, instaurado a iniciativa del Dr. Luis Brea Franco y que tan fructífero fue en el transcurso de sus cuatro años -con Luis Rafael Sánchez, Ernesto Cardenal, Beatriz Sarlo y Mario Vargas Llosa como premiados-, y con un simposio internacional sobre su obra, ahora se entregue de manera bianual, y ¡sin nada a que huela a conversación sobre su obra!
Dentro de los papeles de Sonia rescato una carta del 8 de marzo del 2006, dirigida a la Biblioteca Nacional, con Miguel Collado como destinatario, para entonces funcionario de aquella institución y gran estudioso de los Henríquez Ureña y Hostos.
Desde el 2006 hasta ahora han pasado 19 años. El año pasado la Biblioteca al fin publicó en una página web imágenes de esos objetos (https://www.bnphu.gob.do/index.php/galeria/objetos-personales-de-pedro-henriquez-urena). La carencia de un tratamiento profesional a los mismos, que los explique, que cumpla con los criterios de la museística moderna, sin embargo, le restan eficacia a esta muestra. No basta poner fotos.
En su comunicación, Sonia habla de sus deseos de que esos objetos personales se conserven en una vitrina, de acceso público. Tal vez ello ya no sea necesario, a decir verdad, tomando en cuenta los recursos virtuales contemporáneos. Aún así, valdría la pena realizar un buen trabajo de presentación sobre los mismos, recuperando espacios de pensamiento y tal vez de reflexión.
Transcribo esta carta en cuestión. Podríamos hablar de los “sueños de Sonia”, como Borges hablaría de los sueños de Pedro Henríquez Ureña. Ojalá y se pudiera cumplir ese deseo: el de permitir que realmente -y yo diría que los tres o cuatro Henríquez Ureña-, vuelvan definitivamente a habitar en su ciudad natal, Santo Domingo.
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Buenos Aires, 8/3/06
Biblioteca Nacional de Santo Domingo
Sr. Miguel Collado
De mi consideración:
Le mando una caja con pequeños objetos de mi padre, en mano propia del profesor Carlos María Romero Sosa, invitado a la Feria del Libro de Santo Domingo.
La caja contiene un cepillo, máquina de afeitar, billetera, libreta de calificaciones de La Plata, tarjetas personales, distintivos de Harvard University, Socio del Jockey Club de La Plata, P.E.N. Club, Academia Argentina de Letras, Cédula de Identidad, libreta de direcciones, abono del tren a La Plata y ocho libretas con anotaciones de su puño y letra.
Pienso que estos pequeños objetos deberían conservarse en vitrina bajo llave, para su preservación y así se evitaría que fueran desapareciendo uno a uno como Ud. Me contó que ocurrió con los libros de la primera biblioteca personal de mi padre.
Saludo a Ud. atentamente