Esta historia comenzó el 12 de octubre del 1934, en la Estación de los Económicos de Oviedo, Asturias. La ciudad era bombardeada por las tropas de la Segunda República Española al mando de Francisco Franco. Alejandro sale a buscar una golosina para agasajar a su segunda hija, María del Pilar, que cumplía cinco añitos. El azar estaba contra él y casi llegado a la puerta una bomba lo hiere mortalmente. Mi abuela y sus hijos lo abrazaban llorando en el umbral de la Estación, manchando sus ropas con su sangre. Luego un vehículo que recogía los cadáveres se lo llevó y fue a parar a una fosa común.
Vivían en la segunda planta de esa sede ferroviaria, hoy la Central de Autobuses de Oviedo, porque el abuelo de mi madre, Eduardo, era el jefe de dicha estación. Empobrecieron sin el sustento de su padre. Vino la Guerra Civil Española y llegaron más penurias. Una viuda y tres hijos desesperados. En 1949 una hermana de mi abuela, que se había casado con un dominicano y vivía en Santo Domingo, fue de visita y acordaron que María del Pilar se fuera con ellos al Caribe para aliviar algo la presión económica familiar. Y así llegó mi madre a República Dominicana.
Tres años después el resto de la familia se mudó a Sao Paulo donde habían conseguido oportunidades de trabajo. Nadie quedó en Asturias y mamá imaginaba poder ir a reunirse con ellos en Brasil, pero eso nunca ocurrió. Murió en 1992 en la tierra dominicana que la acogió. Cuando pude ir a conocer mi familia materna tuve que ir al sur y no al norte. La migración cambia la rosa de los vientos.
En Galicia, en Brión, David, el último de cuatro hermanos, ansiaba ir a Venezuela. Su hermano Ramiro había emigrado a Venezuela al inicio de los años 50 y se carteaba con él, estimulando su deseo de acompañarle en esa tierra fantástica llena de petróleo, oro, ganado y cachapas. Tan diferente a su aldea de Brans de Abaixo, donde la miseria era terrible pese a la hermosura de sus paisajes.
Se entera que un dictador llamado Trujillo había acordado con el dictador Franco invitar a labriegos españoles a ir a vivir y trabajar a República Dominicana. Franco se quitaba población que no deseaba, los más pobres, y Trujillo buscaba “blanquear” a los que consideraba peones de su finca, el país completo. David mira un pequeño mapa escolar y ve tan cerca a la isla de Venezuela que imagina poder llegar nadando. Se enrola en la aventura, buscando llegar donde Ramiro, y arriba en el verano del 1955 en el Auriga a Santo Domingo. Descubre amargamente que Venezuela no estaba tan cerca.
A los pocos días llega a Baoba del Piñal, con la claridad de que no quería seguir siendo agricultor busca la manera de ir a Santo Domingo. Al iniciar el año siguiente se encuentra en la capital vendiendo prendas de Frankenberg y cuadros del Arte Español, recorriendo a pie calles y barrios. Con un compatriota de igual oficio viajan regularmente a Barahona y San Juan de la Maguana, y al comenzar el 1958 se dividen los destinos, papá se queda con San Juan de la Maguana. Pilar trabaja con sus tíos en una tienda que tenían en la Avenida Mella frente a la Iglesia Adventista, en la misma calle David alquiló una habitación en una pensión.
En algún momento, a finales del 1958, se conocieron, y poco a poco, mes tras mes, ella abandonó su deseo de ir a Brasil y él su plan de llegar a Venezuela, para darse espacio juntos en este país: surgía una nueva historia. Y se casaron el 12 de diciembre del 1959 en la Iglesia de Don Bosco de Santo Domingo. Ya para Navidad estaban viviendo en San Juan, donde nacería yo y luego mi hermana. Estuvieron juntos hasta que mamá murió y en 1996 papá vuelve a Coruña, y se muda a Duomes, A Baña, cerca de su Brión natal, donde moriría en el 2008. Papá es de los pocos migrantes españoles que conozco que pudo regresar a su tierra, vivir en ella y morir donde había nacido.
Quien al llegar a este punto del relato piense que la miseria provocada sobre sus pueblos de los dos criminales déspotas -Trujillo y Franco- fueron la guía de mi origen, está absolutamente equivocado. La tiranía y la explotación son estériles. Sólo el amor, de David y Pilar, lejos de su tierra, construyó una familia, unos hijos y una historia. Únicamente su voluntad de amarse y cuidarse, enfrentando todas las dificultades y carencias, abrió un futuro y germinó esperanzas en dos hijos, tres nietos y dos biznietos, hasta el presente.
Y los dos hijos de David y Pilar, mi hermana y yo, en este mes de agosto del 2024, peregrinamos hacia los orígenes de nuestros padres, en Brion y Oviedo. Ya no hay familiares allá que podamos visitar, pero sí la tierra, la gente y la hondura espiritual de esta andadura mística hacia nuestros orígenes. Y como una maravillosa señal caribeña, en el primer restaurante que entramos a comer en Santiago de Compostela, cerca de su hermosa catedral, había una bandera dominicana, porque su gerente es dominicano. Repito, hay mística en todo lo que he narrado porque incluso buscando nuestras raíces españolas nos encontró nuestra raíz dominicana. Fue un viaje espiritualmente hondo, con casi un siglo de recorrido.