Memento es un filme del cineasta norteamericano Christopher Nolan, quien también escribió el guión. Cuenta la historia de un ladrón que mata a una mujer e hiere a su esposo, quien sobrevive y a partir de entonces sufre de una enfermedad que impide que grabe en la memoria hechos recientes, lo que hace que se olvide por completo lo que ocurrió pocos instantes antes. Sin embargo, decide investigar y descubre al asesino, vengando a su mujer.
Recuerdo el filme porque me hace pensar en la realidad que vivimos hoy en el país. Recuerdo que hace unas décadas atrás todo era político: las relaciones hombre/mujer, los sentimientos, la sexualidad eran determinados por la existencia social. El arte era de vanguardia, revolucionaria en su forma y contenido. La moral era política de principio a fin. Conocíamos a los trepadores de la política, eran visibles y sonoros, se distinguían por las ambiciones personales en un juego de marionetas en el palco del teatro social, destinados a ocultar la verdadera realidad: los intereses económicos.
Hoy, nada más es político. Todo se olvidó. Todo es apolítico y reina solo la apariencia y la sonrisa de campaña electoral.
El pueblo olvidó que la política puede traernos la felicidad; ahora todos apuntan a la realización individual y los slogans se multiplican: “un triunfador que nunca ha perdido”, “el líder del pueblo dominicano”… y el pueblo olvidando a cada momento que el tipo o la tipa por quién votó no recuerda valores políticos en pro de los preceptos morales. La corrupción ocupa ese espacio que habitaba la moral.
Olvidándose de la política, gobernantes y gobernados se refugian en lo sagrado. Apelan al socorro del altísimo. Sustituyen la realidad por la esperanza. ¿Y qué nos resta aquí en la tierra de Duarte? ¿Vivir en sociedad? ¿Vivir en comunidad? Olvídese de eso. En lugar de la acción política existe un tinglado de “libre mercado” donde todos intercambiamos nuestras arduas necesidades en un medio donde todos los impuestos nos caen encima; donde nos asomamos cada mañana viendo con impotencia las cotidianas andanzas del homo economicus.
No disputamos más el fin de la política, discutimos más bien los medios. ¿Para qué? Para producir programas educacionales, o un efectivo y confiable medio de transporte, o un eficaz y definitivo seguro familiar. ¡Genial! ¿Y luego continuamos con las forzadas sonrisas de campaña electoral?
La política, hoy, no es más la lucha entre diferentes aspirantes de distintos partidos para dirigir la nación.
Como en el filme Memento el pueblo vive una sensación de impotencia que no se justifica si recordamos que tiene un poder de presión inconmensurable. Este es un pueblo que olvidó discutir, criticar, buscar soluciones conjuntas. Nos engañan porque cada quien busca salvar el pellejo con sus necesidades urgentes.
La política es reducida a una cuestión de mercado y en medio se perpetúa un cuadro de amnesia funcional y de la neutralización moral de las diferencias en beneficio de las uniones oportunistas; gobierna la conveniencia y el cálculo utilitario en desmedro del bien común. Y el próximo paso de lo que vivimos hoy es la voracidad inescrupulosa de los intereses económicos promovida por el ethos cínico de la cultura política neoliberal.
El protagonista de esta historia es el pueblo en su conjunto. Y como en aquel inspirador filme debemos fotografiar a nuestros “políticos” y anotar qué hizo y qué dijo e ir sacando conclusiones. Anotar, sobre todo, que aquellos que sonríen siempre y prometen que ayudarán, son precisamente los mentirosos.
Lo único que envidio de ese filme es que cuando se descubre al criminal no se le da un tiro en la nuca.