La semana pasada me referí a algunas experiencias internacionales de don José Manuel Armenteros, recogidas en sus memorias que yo redacté y que se publicaron con el título de “Casi cien años de memoria de un hombre de números largos” y que comparé con una extensa carta de amor. Hoy, abundaré sobre lo que identifiqué como la base de su facilidad para comprender el punto de vista del otro.
Creo yo que fue por el dolor que sintió cuando hubo obreros que murieron bajo su mando que luego siempre se desempeñó como un empresario consciente de las perspectivas de las personas que no están en roles dirigenciales. En el libro se recoge la anécdota de cómo le tocó negociar en los años setenta entre trabajadores y gobierno cuando a él le tocaba administrar la cementera que el estado dominicano había heredado de las industrias de Trujilllo. En ese caso en específico se veía que la negociación había sido una situación de necesidad personal, literalmente lo tuvieron como rehén, pero anterior a esto había sido la consciencia de la fragilidad ajena en las difíciles situaciones de construcción de embalses en la montaña lo que lo había hecho sentirse responsable de la vida de sus empleados. Eso lo leerán en el capítulo de los años en el Valle de Arán.
no se pregunta: ¿De dónde venía toda esta energía para estar atento los demás? Él contaba esas anécdotas, pero no las explicaba. Asombrada porque yo no escuchaba ninguna alusión a alguna reflexión filosófica para llegar a esta visión tan humanista del trabajo y del rol del empresario, un día le pregunté directamente en qué se apoyaba para haber tenido un comportamiento que había sido apreciado positivamente por Pepe Abreu, el conocido dirigente sindical. Su respuesta fue humana: él sentía que habían sido los años en que él y su hermano Enrique habían estado internos en el extranjero lo que le había forjado ese interés. “Mi hermano me tenía a mí y ambos nos teníamos a el uno al otro, pero yo sentía que era el mayor y que tenía que entender cómo funcionaban esos tinglados para poderlo ayudar. Así me puse a observar cómo los curas llevaban todo eso y creo que esa fue mi lección de administración”.
Parece que observó bien. En noviembre del año pasado conversé con el expresidente Hipólito Mejía y, entre otras cosas, le comenté que estábamos terminando este libro y me contestó, “Oh, ¿Está vivo todavía? Qué bueno, porque ese sí que ha sido un hombre útil. Se ha metido en mil cosas de bien público y a él mismo le ha ido bien”. Creo que ese es un buen resumen de su vida.
Entonces, ¿Qué puede hacer uno después de haber tenido acceso a este valiosísimo ejemplo? Me tomo la libertad de invitar a los lectores del libro a apreciar que ha sido a través de la generosidad, la rectitud, la perseverancia y la consciencia del otro que se llegó a muchísimos de los logros que lo han hecho merecedor de tantos reconocimientos que le han sido otorgados en su extensa trayectoria. Es porque él no ha cejado en el empeño de llevar a buen término todos estos proyectos que muchos de ellos vieron la luz. Podemos hacer lo mismo. La Cámara de Comercio de Santo Domingo, la Cámara de Comercio Domínico-Española, la UNPHU, la Fundación San José, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Progressio nos los tendrán en cuenta.