Desde la capital de los Estados Unidos y como si fuera una miniserie, entre el 9 de junio y el 22 de julio de 2022 se estuvieron exhibiendo para que el mundo entero las viera las audiencias públicas del “Comité Especial sobre el Ataque del 6 de Enero”.
Estas audiencias no se sustituyen a la acción legal y constituyen una parte (y no la totalidad) de las funciones que le fueron asignadas a esta entidad pasajera del Congreso de ese país. Pasajera porque sus funciones son temporales y una vez dilucidado el asunto al que fueron asignadas se cierran. Su costo es asumido por el erario público y su duración no suele sobrepasar los tres años, exceptuando el de revisión de las acciones del Ministerio de las Fuerzas Armadas durante los años 40 del siglo pasado y que entró en actividad antes de que los EEUU asumiera una participación activa en la II Guerra Mundial, pero luego se mantuvo como ente de supervisión adicional.
En lo que va de siglo el Congreso de los EEUU solo ha nombrado tres comités especiales: uno sobre independencia energética, otro sobre el ataque a la embajada norteamericana en Libia en el año 2014 y este último sobre el ataque al edificio del Capitolio. En general, la intención de estos comités es proveer orientación para la redacción de propuestas de ley que ayuden a responder a situaciones nuevas. Además de los comités especiales, otro tipo de investigación solicitada por el Congreso de los EEUU es la elaboración de reportes, como el que preparó Kenneth Starr sobre los amoríos de Bill Clinton o el de Robert Mueller sobre la sospecha de interferencia rusa en las elecciones del 2016.
Ahora bien, es innegable que todas estas investigaciones tienen un uso que puede ir desde lo educativo hasta lo propagandístico por lo que la forma de recaudar la información es tan importante como la vía para hacerla pública. El comité del 6 de enero, como se le conoce de forma abreviada, tuvo un primer golpe de suerte: la implicación involuntaria de un documentalista británico que se encontraba en los EEUU haciendo un trabajo sobre los Proud Boys, grupo que estuvo muy implicado en las actividades públicas de ese día. Sin embargo, después de esta casualidad, ha habido una decisión consciente de privilegiar los testimonios de personas que representan a las fuerzas del orden y a los colaboradores directos de la persona que ellos admiten considerar como el principal responsable de los lamentables eventos.
En cuanto a las formas se han preocupado hasta del uso de los colores, con una presencia frecuente del rojo, alusivo al partido republicano, así como del blanco, alusivo a la pureza y al de la fuerza política de las mujeres. De blanco fueron vestidas Cassidy Hutchinson y Sarah Matthews, que trabajaban en la Casa Blanca y en la campaña de reelección respectivamente. Todos estos elementos se fueron añadiendo hasta lograr un final espectacular que incluía elementos que hacían alusión a la emoción y no solo a la razón al reflejar el miedo de los republicanos dentro del edificio y las dificultades que tuvo el presidente en grabar sus alocuciones en video los días 6 y 7 de enero.
Es evidente que ha habido un gran interés de que el mensaje llegue no al público en general y tal vez ni siquiera a la Procuraduría, sino a la gran cantidad de simpatizantes que todavía desconfían del resultado de las elecciones. En este tenor, las instituciones que más han ayudado son los propios medios de comunicación anteriormente identificados con la masa republicana. Dentro de todos los comparecientes, uno de los testimonios más convincentes es el del abogado de la Casa Blanca durante el mes de enero y cuya trayectoria hace patente su identificación con la administración 2016-2020. Es obvio que aun cuando ya sus funciones no son esas, todavía se siente en la responsabilidad de proteger las acciones del antiguo jefe de Estado. Quizás en estos momentos la mayor manera de protegerlo es convirtiéndolo en aliado de otros miembros de su partido y no en figura central. Hay que ver si él es capaz de hacer esa transición. Este sí que sería un final de película.