“Si (Hezbolá) quiere iniciar una guerra, primero debería mirar las fotografías de la ciudad de Gaza”-Yoav Gallant, ministro de Defensa de Israel.
En su reciente discurso en Israel, el presidente Joe Biden se lamenta del ataque terrorista del día 7 octubre perpetrado por la organización radical Hamás que, efectivamente, en su sangriento prontuario, cuenta con decenas de atentados con bombas ajustadas a los cuerpos de los mártires de su causa.
Coincidimos con el presidente Biden en que el terrorismo es absolutamente inaceptable, irracional y despreciable. Por tanto, condenarlo dondequiera que se utilice como medio de lucha contra los declarados enemigos es un deber de todo ciudadano y nación civilizada.
Es difícil, sin embargo, afirmar que Israel no está respondiendo con la misma moneda. ¿Cómo podríamos calificar los bombardeos diarios israelitas contra la población civil y toda la infraestructura crítica de la Franja de Gaza? ¿Cómo calificaríamos dejar sin agua, energía y alimentos a dos millones de seres humanos que permanecen enclaustrados en un minúsculo territorio que muestra una de las más altas densidades poblacionales del mundo?
El presidente Biden se lamenta en su discurso de los 1,500 muertos y casi 5 mil heridos de Israel, contabilizados hoy, en el decimotercer día de la confrontación bélica. Recuerda compungido “los cientos de jóvenes” muertos durante un festival por la paz, un hecho-afirmamos nosotros- abominable que en vez de favorecer en realidad perjudica enormemente lo que entendemos como la legítima causa palestina: el derecho a un Estado soberano en la tierra de sus ancestros. Ese, su espacio vital, sabemos, fue ocupado por medios violentos por los colonos hebreos instalados allí por las potencias coloniales del período de posguerra.
Las lágrimas del presidente no alcanzan para más de 3,500 muertos y casi 13 mil heridos palestinos. Tampoco parece importarle la determinación de Israel de borrar del mapa no solo a los militantes de Hamás, sino también a la población palestina que ha vivido en el más total abandono durante décadas. El bombardeo de hospitales, escuelas, edificios residenciales, iglesias y mezquitas, y los cadáveres de mujeres, niños y ancianos que no pueden ser recuperados de los miles de toneladas de escombros, es una tragedia colateral (auténticos crímenes de guerra) que pasa totalmente desapercibida para el señor Biden. Seguramente para él es la reacción de “autodefensa” más justa, severa y devastadora que pudo imaginarse la élite gobernante judía. Son los indispensables amigos que, de hecho, forman parte de la élite política y económica más influyente de los Estados Unidos.
Los protegen con portaaviones densamente equipados con los más modernos armamentos, cientos de blindados y decenas de miles de municiones de todos los calibres. Hoy, ese grupo que demuestra odiar la vida de inocentes tanto como los adeptos de Hamás, pasa ser el mayor receptor de la ayuda norteamericana en la región: sumando los 10 mil millones solicitados recientemente por el régimen sionista, el soporte financiero se elevaría a 73 mil millones de dólares para el período 2021-23. Es un verdadero y poderoso aliento a la continuidad de una masacre que despierta la sensibilidad y solidaridad de los más indiferentes.
La herida producida por Hamás a Israel es profunda y dolorosa, dice el presidente, al mismo tiempo que los miles de muertos entre las ruinas de edificios y otras infraestructuras críticas de la ciudad de Gaza resultan para él invisibles, lo mismo que para sus aliados incondicionales de todo el mundo.
Nos preguntamos, ¿será que el presidente norteamericano dispone de los resultados de alguna encuesta organizada por Hamás antes del 7 de octubre que evidencia el apoyo de los palestinos a su inútil y descabellado plan ofensivo? Realmente no hay argumento válido para justificar la aniquilación metódica diaria de niños, jóvenes, mujeres (cientos de embarazadas), neonatos, heridos y ancianos. Al parecer, para Occidente todos los palestinos son militantes activos de Hamás o de otros grupos fundamentalistas.
Los terroristas de Hamás, con sus acciones, recuerdan al presidente las atrocidades de ISIS. Pero ¿en qué contexto surge ese grupo criminal y despiadado? ¿Quiénes fueron los creadores en primera instancia de los consumados asesinos de ISIS?
No está mal que el presidente recuerde las crueldades o salvajadas de ese ejército de las sombras. Lo reprochable es que olvida la persecución y los asesinatos de los “bárbaros” civiles en Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Siria, Libia y Los Balcanes, para solo recordar algunos casos. En todas esas matanzas y destrucciones masivas, ¿podría el presidente explicar alguna racionalidad u ofrecer alguna excusa? Esas olvidadas bestialidades guerreras protagonizadas por su imperio en nombre de los valores democráticos, ¿en realidad merecen el perdón de Dios o de alguno de sus santos lugartenientes?
Es bueno recordar, pero no podemos permanecer entre las nieblas de la memoria cuando se trata de nuestros propios actos.
Es cierto, como afirma el presidente, que hay desesperación en muchas familias hebreas buscando sus familiares desaparecidos. Eso es doloroso y terriblemente trágico. No obstante, en la Hiroshima o Nagasaki en la que Israel está convirtiendo a Gaza, miles de familias palestinas nada tienen que buscar entre los escombros de los edificios, refugios, escuelas y hospitales donde se guarecían miles de sus allegados de las bombas judías.
El presidente Biden se torna casi poético en su discurso imaginando la cotidianidad interrumpida de repente de una familia hebrea típica y al mismo tiempo ignora la de las familias palestinas y, lo que es peor, pasa por alto sus agujeros negros de miseria, persecución, marginalidad extrema, pobreza y desprotección inaudita. ¿Cuáles lugares tendrán los palestinos para recordar sus citas familiares, amorosas o amistosas concluidos los salvajes bombardeos de su aliado favorito? Lo que importante es que los israelitas los tengan y conserven su integridad física y valores espirituales.
Este discurso del presidente Biden, indudablemente, fue redactado para la población tonta del mundo, la desinformada, los desmemoriados, la afectada por fentanilo y otras drogas. También para todos aquellos habitantes de nuestros países que han sido convertidos en idiotas por los llamados “valores” y vicios occidentales. Los palestinos son animales. Deben ser borrados del diminuto espacio que ocupan de un territorio que es de ellos, pero es ajeno.