Nicole es una amiga que vino de Francia a pasar un mes al sol caribeño para escapar a la morosidad y al invierno francés.
Curiosa, activa, jubilada, pero maestra y pedagoga en el alma me acompañó a la Fundación Abriendo Camino para conocer aspectos diferentes de la ciudad que visita, una cara que cosméticamente podemos obviar cuando circulamos por nuestras entaponadas arterias de Piantini, Naco o Evaristo Morales.
Quedó sorprendida con el cambio rápido del panorama. En cuestión de metros, la Avenida de los Reyes Católicos pasa del sector acomodado de Arroyo Hondo a atravesar un paisaje de colinas repletas de pequeñas construcciones desordenadas que detonan de manera cruda con el “ordenamiento” que tratamos de exhibir en ciertos sectores.
La otra cara de la ciudad aparece desde los alrededores del Jardín Zoológico con sus colinas invadidas de casas amontonadas de un lado de la carretera y con las laderas de Cristo Rey que surgen con el mismo padrón caótico a la derecha de esta avenida que lleva al Mercado “Moderno” de la Duarte. Avenida dicho de paso que es, en gran parte de su tramo, un inmenso basurero que ninguna alcaldía ha logrado resolver.
Llegando a la avenida Máximo Gómez el panorama cambia con fábricas y negocios y, cruzando la avenida, a altura de la San Juan de la Maguana, aparecen vendedores de frutas y vegetales que recuerdan la cercanía con el mercado. A la izquierda se encuentra el sector de La Zurza y a la derecha se entra a Villas Agrícolas.
Muchos barrios populosos de la capital engañan el visitante. Las construcciones de las calles principales son casas pequeñas más o menos coquetas que esconden a la vista de los transeúntes el bullicio de las partes atrás repletas de insalubres.
Nuestra turista quedó prendida por la Biblioteca y su magnifica infraestructura y por sus pequeños usuarios. Maestra al fin se sentó a observar y se interesó a los flujos, a las actividades y a las necesidades específicas de algunos niños y niñas que no son los usuarios fijos de la Fundación, pero los que vienen a este lugar, abierto a todos, a buscar un remanso de paz.
Le llamó la atención los esfuerzos del bibliotecario para atraer estos usuarios a la lectura, la fascinación ejercida por las computadoras y las tabletas (del gobierno) exhibidas por varios niños y niñas. Le sorprendió una población de niñas hablando Kreol y algo de francés y sin tabletas.
Se puso a la escucha de las necesidades…Es difícil no interactuar con niñas que te miran con ojos de dulzura y te pasan las manos con admiración en los cabellos “muertos por cierto” para nosotras que vienen del otro lado del charco, pero “buenos” lisos y finos para tantas niñas que sufren de tener el pelo malo.
Sintió el deseo de progresar de algunas niñas. Otra sorpresa la esperaba con los cuadernos destartalados, sucios, manchados, ilegibles, las letras que se van por todos los lados menos en la línea que les corresponde, la mezcla de mayúsculas y minúsculas, las faltas de ortografía garrafales, las dificultades no detectadas de algunas niñas que podrían ser disléxicas y peor los errores ortográficos de los mismos mandatos escritos por los maestros. …Literalmente de halarse los moños si Nicole tuviera moños.
Sin tener que explicarle lo de las pruebas PISA y otras estadísticas… entendió mejor que con cualquier gráfica la extensión del desastre educativo.
Desconcertada por la amplitud de la tarea se volteó también a la parte emocional de las chicas, sorprendida por la necesidad de amor, calor, humano de muchas niñas y preadolescentes.
Tengo 12 años. Mi mamá está enferma y no puede ir al médico. Somos cuatro: mi papá, mi mamá y mi hermano. Dormimos todos juntos. Alejandro en la cama, yo en el piso y de noche me pasan las cucarachas arriba. Vivimos en una cuarta planta bajo el techo con tremendo calorazo y casi nunca sube el agua. Voy a la escuela cuando hay dinero para el pasaje y trabajo con mi carrito de supermercado vendiendo plásticos en el sector. Cuando puedo vengo a la Fundación Abriendo Camino…Sabes que la semana que viene es mi cumple. Tú que eres tan buena quizás me podrías comprar un celular.
Es así que transcurre la vida de Charlene, en un ambiente hostil, con una madre enferma que tiene que cuidar, haciendo los oficios de la casa, con un padrastro agresivo y un padre drogadicto.
Cuidadora por obligación, la niña no tiene acceso a una educación de calidad y es una trabajadora infantil por necesidad. Ve todos sus derechos cercenados y vive a solo 500 metros del órgano rector del Sistema Nacional de Protección de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia (CONANI).
Su caso es uno entre tantos otros casos de niños, niñas y adolescentes cuya existencia transcurre en medio de condiciones insostenibles en un mundo de pandemia que ha visto recortes en los programas de muchas instituciones que trabajan a favor de la niñez desfavorecida.
Charlene es muy inestable al igual que la realidad que le ha tocado vivir. Lo que ha interiorizado es que otros tienen que resolver sus apremiantes necesidades. Sea la blanca extranjera, sea el príncipe azul que terminará por comprarle el celular, usarla, embarazarla y ser su verdugo.