Hubo una vez un arroyo que dejó de serlo para convertirse en cimiento de moradas y pedazos de calle. Era hondo y sobre ese pasado de aguas agitadas, tu silencio camina el pentagrama, tu hogar compone nuestra canción.
Cada día los capitaleños, como el amanecer del 8 de enero de tu calendario musical, enfrentamos con impaciencia la necesidad de la esperanza.
Entre el ruido, la inseguridad y las malas noticias, celamos tu privacidad. Que nadie toque a tu puerta. Afuera los curiosos. Santo Domingo te necesita así, acompañado solo por tus cercanos, un follaje tropical, tu perrita Lola, tu orquesta 4-40 y nadie más.
Con similar sutileza, tu guitarra devuelve el gesto con nuevas canciones.
Por cuarenta años entre esta ciudad y tú existe un romance. Tú, mientras más lo piensa Santo Domingo, tú. Su Juanluí, un amor que puede vivir de breves y espaciados abrazos como el inolvidable del pasado sábado en el Centro Olímpico. Finalizado el evento, te devolvemos a la intimidad de tu espacio familiar y creativo.
En retrospectiva, te reconstruyo acaso un Leonardo que pinta melodías ancestrales, a veces taína, melancólica, delirante; otras, africana, atrevida, sensual, para describir a una de tus grandes musas. Junto a tu fe, tu Nora, al hombre y la mujer del campo dominicano, encuentro entre tus inspiraciones claramente a Santo Domingo, tu ciudad natal.
Antes de que nos pronosticaras la sequía social por dejar a las lluvias de café solo precipitarse en el asfalto, te encontré por primera vez, cimarrón y rock, dentro de una caverna, parecida a la que se asoma al torso de La Gioconda.
En un escenario de estalactitas y estalagmitas, luego de pagar un peso cincuenta centavos de mi semanal de adolescente, miré a mi amiga y le pregunté – Soraya (Pérez-Gautier) ¿quién es ese y cómo es que sabe tocar nuestras canciones?
¿Lo recuerdas? “Beatles siempre Beatles” en las Cuevas de Santa Ana, 1981. Esa “Adorable Rita” escondida en los coros de “Burbujas de Amor”, entre otros acordes devocionales, como los de “Bachata Rosa”, “La llave de mi corazón”, dejan su huella urbana.
El Arroyo Hondo persiste en ti. Regresó desde tu raudal creativo.
Cruza Lola por el patio y como Martha se vuelve canción o acaso cae un panal de avispas y antes de picar a nadie, quedan atrapadas entre tu lápiz y tus votos de fe.
Alcancé los veinte años en otra Santo Domingo, de horas de siesta, cortesías y peso devaluado, cuando escuché a un cuarteto desconocido armonizar “Juana Mecho” y “Feliciana”. Una generación de jóvenes citadinos hubo de aprender de sus padres las canciones que ponías de moda, despojándonos del intento de descartar las virtudes del tiempo cuando ellos eran muchachos.
Pero no fue hasta que te vi al salir de El Conde cuando supe del romance. No te vi en persona, sino en la portada de un elepé en Musicalia llamado “Mudanza y Acarreo”. Los amores dejaron de ser escondidos: Santo Domingo tenía su juglar. Les traía serenatas a sus hospitales públicos, cuando a un civil detenía un efectivo de la Policía Nacional, a la estación de combustible y hasta la acera del Consulado de los Estados Unidos.
De las pequeñas piscinas de lluvia formadas en las bromelias de tu patio, el Arroyo Hondo renace y baña como un acueducto el alma de esta ciudad en tantos temas que no alcanzaría a enumerar.
En tu canto veo al morador de esta ciudad de Santo Domingo como al campesino que perdió a su gallo Candela y mucho más en “La Gallera”. Lo hemos perdido todo, la seguridad, la política de buen vecino, los servicios básicos, la confianza, pero nos sostiene el salero de tu música, haciendo de nuestro lamento un góspel con tambora, una invitación para levantarnos otra nueva mañana a vivir y reconstruir en colectivo la ciudad.
Dijo mi amigo Bebeto hace unos días: Juan Luis Guerra y su 4-40 es la República Dominicana que deberíamos ser. Mientras tanto, Santo Domingo va y viene sin tocar tu puerta porque te necesita ininterrumpido en tu hogar.
Ay Juan Luis, es que tu amor nos queda grande, ya lo sé.
En tu patio musical Santo Domingo se multiplica y crece, es su principio y su final.