El retorno de Trump con la idea de ejercer una Presidencia Imperial (término acuñado por Arthur Schlesinger Jr. en 1973), es algo que produce temor en casi todo el mundo. Especialmente en Europa, porque en su primer mandato, Trump enfrentó a los líderes europeos, muy especialmente a aquellos socialdemócratas y a la más prestigiosa y poderosa política europea de esa época, la democristiana Angela Merkel.

Trump consideraba que la aportación de los EE.UU. a la defensa europea era excesiva y que los gobiernos miembros de la OTAN debían pagar su cuota, aumentarla e invertir un porcentaje mayor de su presupuesto en el gasto militar. Los europeos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han sido militarmente dependientes de Estados Unidos. Alemania, por decisión de los aliados, había visto recortados sus efectivos militares y tiene prohibido convertirse en una potencia nuclear.

Francia, gracias al general De Gaulle, se convirtió en miembro del club nuclear al producir bombas atómicas. Al igual que lo hizo Gran Bretaña, con el visto bueno de los EE.UU., ya que ese país es el aliado privilegiado de los EE.UU, tanto en lo militar, en Inteligencia y en asuntos económico-financieros.

Si Gran Bretaña había sido la potencia hegemónica mundial desde el siglo XIX los Estados Unidos tomaron el relevo global, de manera nítida, a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, desde el siglo XIX, el “mundo anglosajón” ha tenido el mando global en política, economía y en lo militar. Que es la “la razón última” que les permite mantener ese hegemonismo.

Pero ese temor a Trump, a su inestabilidad, a sus cambios de puntos de vista, a sus salidas de tono y a sus decisiones, contrarias a todo lo protocolar y a la manera hipócrita, en ocasiones, de actuar de los políticos del “sistema”, es lo que lo coloca entre los llamados políticos “antipolíticos”.

E incluso clasificarlo en los denominados “antisistema”, si bien esto se basa en un equívoco. En lo único que políticos como Trump son antisistema, es en oponerse a todo lo que son obstáculos institucionales a su voluntad de poder. En ver como negativo los mecanismos de contrapesos que evitan (más en teoría que en la praxis), los abusos de poder.

En todos los continentes los temores sobre Trump son reales, más aún cuando se ha confirmado que una de sus primeras medidas será poner unos fuertes aranceles a los productos chinos, y elevar a un 20 o 25% los aranceles a los productos mejicanos y de Canadá.

En Europa, una de las economías que se verá más afectada por los aranceles a los productos  farmacéuticos, vehículos y químicos será Alemania, pero se verán afectados otras economías de estados miembros de la UE, como Francia, Italia, España y etc. Tanto es así que esto puede causar una disminución del crecimiento de la economía  de cerca 0,50 lo cual es muy alto cuando el crecimiento está en menos de  dos puntos porcentuales.

Sin embargo, ese miedo se ve contrarrestado por la euforia sus partidarios. En EE.UU., son sordos a las advertencias de numeroso economistas emblemáticos, que estiman que los aranceles van a provocar una espiral inflacionista y provocar una crisis. En Europa, todos los partidos de la derecha radical, el ala más derechista y autoritaria de los partidos aceptados como democráticos liberales, los neofascistas e incluso los partidos nazis y supremacistas étnicos o de “raza”, tienen en Trump un referente. Por razones más que obvias.

El triunfo  en el país hegemónico global de alguien autoritario, conservador, de lenguaje extremista, alejado de todo culto a la racionalidad y por ende, centrado en la explotación de los sentimientos, la deformación de los hechos, la simplificación, la demagogia, el uso de la dialéctica extrema de la confrontación entre sus seguidores, por un lado, y sus oponentes, percibidos como enemigos a batir, les insufla  un aliento en su estrategia.

En definitiva, consideran que Trump representa los valores más caros del darwinismo social: el triunfo del más apto, que es siempre el ganador, del millonario, del poderoso y la supremacía de la “raza” blanca (especialmente de la anglosajona y germánica) sobre las demás “razas” consideradas inferiores.

No se trata sólo de las “personas de color” (los no blancos) sino que en el fondo hay una cierta jerarquización de sub especies, ya que no es lo mismo -para ellos-,los blancos anglosajones que los latinos, los eslavos y los semitas. Aunque respecto a éstos últimos se ha producido un cambio significativo inclusive en los grupos nazi-fascistas.

Debido a su alta representación en los centros financieros y de control económico, tanto en Wall Street como en la City, y del papel que juega Israel como martillo y guillotina, de árabes y de las causas reaccionarias en el mundo, los israelitas se han ganado su acceso como parte de los blancos “de primera”, en el exclusivo club de anglosajones y  ahora  también de judíos sionistas.

En Europa, los grupos de ultra derecha son decididamente pro Israel (ignoro si esto se puede extender al ámbito de América Latina). Como ya he escrito, se han dado cuenta que hay judíos más fascistas que ellos mismos y tan consecuentes y faltos de escrúpulos en matar, exterminar a sus enemigos, para quedarse con sus tierras (el “espacio vital” de Israel) y actuar en contra de las normas de uso y del derecho establecido, que se erigen en modelos a seguir por todos los autoritarios y la llamada fachosfera.

Es muy difícil no pensar que se ha producido un síndrome de Estocolmo colectivo, por el cual  se han interiorizado las ideas fuerzas del nazismo en el sionismo fascistoide, que tiene sus raíces en Jabotinsky, y es seguido por sus discípulos contemporáneos. Muy bien representados en el gobierno actual de Israel, donde el cesado ministro de Defensa lo fue por ser muy moderado, en relación a Netanyahu y comparsa de gobierno, pese a ser el responsable de dirigir las acciones militares, que han conducido a  45 mil muertos  y más de 150 mil heridos en Gaza.

De manera que Trump accede a la Presidencia como el líder no solo de una fuerza social archiconservadora en su país, sino también como el referente político de las fuerzas más autoritarias y reaccionarias del mundo.  La influencia del trumpismo se refleja inclusive  en la composición del nuevo gobierno europeo presidido por Von Der Layen.

Hasta ahora había una exclusión en el mismo de la Derecha Radical o neofascista o de los llamados iliberales. En el actual, tanto Meloni de Italia, como Orban de Hungria, tendrán un Comisario. Un claro triunfo de ese sector político frente a los socialdemócratas y de los denominados Populares europeos (que son la derecha llamada “democrática”) y, que  hoy detenta la mayoría política en el Parlamento Europeo.

Torrelodones, 23 de noviembre de 2024.