El dilema, el arte, y la supervivencia histórica de los gobernantes está en saber balancearse sobre una cuerda floja entretejida de partido, poder y pueblo. Nada fácil. Cualquier fibra que quiebre hará caer al equilibrista. Se balancean, conscientes de que muchos quieren su caída y sacudirán la soga.
De cualquier presidente esperamos cumpla sus promesas de campaña, mantenga buenas y productivas relaciones con su partido y mande sobre el aparato del Estado apegado a las leyes. Se quiere que promuevan el desarrollo institucional y la prosperidad de los países que presiden. Con esas expectativas comienzan todos.
Cuando gran parte de quienes los auparon son proclives a la corrupción, carentes de principios e ideologías, esos mandatarios tendrán que elegir entre asociarlos al nuevo gobierno o mantenerlos a distancia. De limitarlos y llevarlos a soga corta, arriesgan convertirlos en adversarios. Bregar con partidos codiciosos, oposición, presidentes desplazados y poderes facticos, es parte -solamente parte- de la ardua tarea presidencial. Ese agobiante trabajo puede convertirse en un interminable politiqueo, perjudicial para la gobernanza.
El político intrascendente tiende a ocuparse exclusivamente de las efímeras gratificaciones del submundo político; anda resolviendo crisis internas, negociando con “Vicente y otros veinte”, planificando estrategias mercadológicas, y ensayando sofismas. Sumergidos en un peculiar mundillo ajeno al público, hacen amarres hasta con personajes que la colectividad quisiera ver bajo rejas. Lo peor es que están convencidos que esa es su tarea principal. En esos vaivenes olvidan de cómo, quienes y por qué fueron electos.
A veces ocurre lo contrario: ponen todo el esfuerzo en complacer “al pueblo”. Entonces, montan el conocido sainete demagógico de apoyo a los desposeídos; instauran, según les venga en gana, populismo, comunismo, o cualquiera de los ismos que terminan en desastres económicos y dictaduras. Arman la de “apúrate que de aquí nos vamos”. En el subdesarrollo esto es más peligroso, perdemos fácilmente el punto medio y nos siquitrillamos, o nos siquitrillan, dando triple saltos mortales de “justicia social”
Por otro lado, si dedican el tiempo a ejecutar planes desarrollistas junto a empresarios del ramo, se alejan de las mayorías que tienen expectativas diferentes. Actuando así, la población se hace indiferente a cualquier gran proyecto sin importarle el beneficio futuro, lo perciben ajeno a sus esperanzas iniciales y desconectan del gobierno.
Sea chiquita o grande la nación, intentar equilibrarse en el poder es trabajo harto complicado; mucho peor si carecen de cohesión partido y gobierno. Si esos dos van consensuados es difícil caerse de la cuerda floja, porque los presidentes sienten el trabajo común y resultan más eficientes.
Si Trump volviese al poder, el mayor peligro que corre la sociedad norteamericana es la agenda común que comparte con el partido republicano. No importa si es extrema, retardataria, o estrafalaria, trabajarán en tándem y lograrán sus propósitos. El caso opuesto, mantiene en vilo al Perú; allí el presidente Castillo está siendo abandonado a la suerte de su sombrero por el partido que le hizo campaña. En la República Dominicana, Luis Abinader anda por un lado y el PRM por el otro.
Sin embargo, no es raro ver en la historia lideres capaces de pausar mientras cruzan la cuerda floja y cuestionarse. Tienen el coraje de autoanalizarse y rectificar. Presidentes que buscan formas diferentes para sustentar el balance.
Es durante esa rectificación cuando los que mandan quedan transformados en estadistas, convertidos en mandatarios que dejan una impronta civilizadora en sus países, sin importarles a quien deban enfrentar.