Las utopías políticas llevan expectativas más allá de lo posible, casi siempre colmadas de fantasías e ideales inalcanzables. De ahí que sean fuente de frustración y desesperanzas. Aun así, son necesarias como referencia de lo que debería ser y no es.
Olvidamos que nunca existirá el país soñado. Querer no siempre es poder. Acercarse al “país feliz” depende de múltiples circunstancias, de muchas personas y hasta del azar. Viviendo en esta cultura presidencialista -poniendo toda esperanza en un solo hombre- convertimos la política en historietas de “súper héroes”. En soledad, solo producen cambio los dictadores.
Pero se puede cambiar, incluso en una sociedad tan dañada como esta. Otros países en similares circunstancias logran reordenamientos y progresos significativos. Nosotros podemos y necesitamos dejar el pasado atrás. Es impostergable. A mi entender, ya se observan los primeros pasos para hacerlo y hay razón para un vigilante optimismo.
Se vienen produciendo cambios nunca vistos, que benefician a esta república (todavía, según el fenecido y original analista de nuestra cultura política, Dr. Carvajal Martínez, “Bueyón”, una “republiqueta”). Muchos no aplauden como deberían hacerlo, a otros les gustaría que no existieran, y la oposición busca desacreditarlos o negarlos.
Pero la tragedia, el absurdo, y los mercaderes que pululan en demasía por las dependencias públicas han demostrado, entre lágrimas y espanto, que sí hay cambios. El sádico y aberrante crimen que dio al traste con la vida del ministro de Medioambiente, Orlando Jorge Mera, muestra un ejercicio ministerial responsable, valiente y apegado a las leyes. Un serio intento de someter al orden a esos depredadores tradicionales del medio ambiente; plaga que socava, contamina, e invade flora y fauna, rascándose la entrepierna y burlándose de todo tipo de autoridad -o comprándola- en perjuicio de toda una nación. Unos maleantes capaces de cualquier crimen con tal de seguir depredando y acumulando riquezas.
Quienes precedieron a Orlando Jorge Mera fueron indiferentes a ese desastre. Convirtieron el Ministerio de Medioambiente en una freiduría, paraíso del “picoteo” y la cogioca. No lo pueden negar ahora: ahí están los datos de cómo se multiplicaron las granceras, los corta bosques y los contaminadores durante las presidencias de Leonel y Danilo. No castigaron a nadie, no cambiaron nada. Prefirieron el chanchullo a salvar nuestro futuro ecológico.
La trágica muerte de un eficaz y honesto ministro de Medioambiente deja claras sus intenciones de producir cambios. Una misión que aceptó de manos del presidente Abinader. Amigos, colaboradores, consultores, la furia de los depredadores y contaminadores, dan testimonio de hasta dónde se esforzó por transformar ese ministerio. Firmeza, ley y valor sirviendo a la sociedad.
Consciente de que no es un “superhéroe”, el mandatario busca hombres que puedan ayudarlo a cambiar. No le ha sido fácil, pero los va encontrando. En Orlando Jorge Mera, y en otros, trata de unir colaboradores dispuestos a sacarnos hacia adelante. El pasado jueves, el primer mandatario designó temporalmente a la vicepresidenta Raquel Peña como ministra del Ministerio de Medioambiente. Ella es una de las funcionarias de mayor competencia y dedicación con la que cuenta el gobierno.
Así, mientras medita quien podría ser digno sustituto del malogrado ministro, delega en una persona de probada capacidad y confianza, demostrando su interés en continuar transformando ese Ministerio. Obviamente, tendrá que ser un hombre o una mujer de esos que tengan como guía la utopía de la decencia y el coraje para intentar lograrla.