Me siento frente a la laptop y el imparable calor de Santo Domingo me recuerda lo distinto y cambiado que transcurren los últimos tres meses del año 2024. Llevo varias semanas pensando en los diferentes acontecimientos que hoy sacuden el mundo en que vivimos. Y me pasa por la mente el recuerdo de un círculo de interés llamado "El mundo en que vivimos", allá por el 2003 cuando yo era una estudiante de primaria. De él recuerdo que mi parte de la exposición se basaba en el tema del alcoholismo. Lo cierto es que han pasado los años, y los problemas que aquejan al mundo se van superando a ellos mismos.

Hoy en cada país del planeta tierra hay situaciones bien complejas por solucionar, si nos vamos a Europa tenemos dos guerras acabando con las vidas de cientos de seres humanos. Al norte de América Latina tenemos a la gran potencia mundial de los Estados Unidos viviendo en uno de sus estados la recuperación de miles de personas tras el paso del huracán Milton, y además de ello, la tensión de unas elecciones presidenciales próximas a efectuarse, en las que pareciera que no, pero en ellas muchos corazones tienen puesta una esperanza. Al bajar un poco a Centro América se pueden observar a Venezuela y a Cuba siendo yugo de las dictaduras más arcaicas y fallidas, que hasta hoy siguen haciendo daño a la vida de tantas personas. Y luego en el medio del mar Caribe hay una isla compuesta por dos países con un conflicto de años, que aún no se resuelve. Pudiera seguir mencionando más situaciones, pero creo que con solo citar estas podemos hacernos una idea de lo caótico que resulta por estos días vivir en paz sobre la faz de la tierra. El ser humano no se detiene a reflexionar sobre sus actos y consecuencias, se vive como si todo fuera permitido, sin pensar en que lo que hago puede repercutir de forma lastimosa tanto para hombres como mujeres, niños y niñas. Y me salta una pregunta a la cabeza, ¿estamos construyendo o deconstruyendo la vida? Qué ha pasado con hacer el bien por encima de todo y decirle no a lo mal hecho, es como si estuviéramos de paso por la vida sin conciencia. Quizás necesitamos un Pepito grillo que nos jale de las orejas para comprender que no es momento de echarle más leña al fuego, sino de apagarlo entre todos y de manera unida.

El mundo grita de dolor ante los ojos de cada uno de quienes lo habitamos, los signos están visibles, es momento de posar la mirada, poner manos a las buenas obras, desde el silencio del buen espíritu que en lo profundo de nuestro ser nos dice: “haz bien y no mires a quién”. Que escuchar valga más que hablar, que meditar vaya primero que actuar, y que amar se complemente en ayudar, aceptar, aprender y agradecer. Dispongamos el corazón al amor y nuevas luces saldrán al encuentro.