“Cuando cada generación no es otra cosa
que una desmedida voluntad de predominio,
un anhelo egoísta por ser, no importa el modo
o la forma mezquina de alcanzarlo,
porque, ciertamente, un aire de vulgaridad
azota al mundo”
Franklin Mieses Burgos.
Es bueno saber y recordarlo al mismo tiempo que no debemos construir sobre la arena, a la orilla de la playa en terreno frágil y poroso. El derrumbe es en esos casos predecible, de ahí la importancia de levantar sobre roca que ha de resistir los embates de la naturaleza a lo largo del tiempo.
En estos momentos, en los que la prisa por poseer sin medida es el norte, edificar sobre terreno seguro se convierte en prioritario. La juventud de hoy desconoce la importancia de hacer una parada, de mirar hacia los lados y mucho menos de detenerse a buscar en su interior. El tiempo es siempre precario cuando se vive con urgencia.
A estas alturas no pueden ya sorprendernos los acontecimientos que suceden a diario. Todos estamos perdiendo y no hay duda, cualquier tipo de referencia y valor. El impacto que hoy nos provoca ver a un joven que arrebata el celular a un ciudadano en plena avenida, es mínimo por repetido. Comprobar cómo un político al acceder a un cargo público es capaz de desfalcar la institución y asumir más tarde y con total descaro el hecho de disfrutar de unas vacaciones en Najayo luciendo su cara más sonriente, es algo a lo que no se presta, por conocido, la menor atención.
Y yo me pregunto, una y otra vez, de dónde surge el germen y qué alimenta tan desolador panorama. Lo cierto es que no encuentro otra razón que situarlo en la base desde la que se construye el individuo. Ese mismo individuo que mañana será un ciudadano común y corriente, al que en cuanto le pongan entre las manos la oportunidad de dirigir o administrar una institución, por muy grande o pequeña que ésta sea, debería ser roca firme -que como sedimento bajo sus pies- lograra determinar su recto proceder en sociedad.
No puedo hablar de un tema en abstracto. Ahora me interesa graficar. Hacer visible ante los ojos del lector de qué hablo. La verdad es que no encuentro mejor ejemplo con el que referirme a esa roca firme de la que hablo, que mencionar a alguien que sintetiza una forma de ser erigida sobre sólidos valores: un joven llamado Tilito.
Tilito nunca ha figurado -ni sueña con hacerlo- en la primera página de un diario. Su nombre no forma parte del catálogo de políticos corruptos ni ha sido nunca objeto de una entrevista en la televisión nacional. Su vida es anónima, discreta, sin la menor parafernalia a su alrededor y sin embargo, su manera de ser, ha supuesto para mí una gran lección de vida. Tilito es motoconchista y fue elegido vicepresidente de su parada. Divide incansable sus días llevando pasajeros de un lugar a otro y laborando en un taller de herrería. Hace apenas unos días uno de sus compañeros de parada cometió una fechoría y a él, como responsable por su cargo de la misma, le tocó dirimir el asunto y asumir la disyuntiva de dar o no ejemplo. Tuvo que elegir entre mirar hacia otro lado e ignorar una acción condenable o asumir la tabla de valores sobre la que se cimenta su persona y expulsar a dicho compañero, a pesar de ser un buen amigo. Tomó la decisión correcta y eligió la expulsión.
Creo firmemente que vivimos en una sociedad que necesita de referentes de proceder recto como el suyo y donde este tipo de actitudes no deberían jamás pasar desapercibidas. Estamos demasiado habituados a los malos ejemplos, esos que arropa la prensa y los titulares de los periódicos, mientras absurdamente silenciamos los pequeños y grandes gestos cotidianos que llevan a cabo ciudadanos, que como Tilito, están llenos de buenas intenciones y profunda y arraigada solidez moral. Estoy plenamente seguro de que cuando lean su nombre en este artículo va a recibir el apoyo de mucha gente y de que él va a tener el orgullo de sentir que hacer lo correcto puede también recibir el aplauso público.