La prohibición de TikTok en Estados Unidos ha alcanzado un punto álgido. No es solo una cuestión de redes sociales, sino un reflejo de la tensión entre seguridad, libertad digital y geopolítica. La reciente decisión gubernamental, sumada a la sorpresiva intervención de Donald Trump, ha puesto en jaque no solo a la plataforma, sino también a millones de usuarios, creadores de contenido y empresarios que dependen de ella.
Desde el primer intento de prohibición en 2020, el argumento central del gobierno estadounidense ha sido que ByteDance, la empresa matriz de TikTok, podría verse obligada a entregar datos de usuarios al gobierno chino. En teoría, esto representaría un riesgo de seguridad para Estados Unidos. Pero aquí está el dilema: hasta el momento, no se han presentado pruebas concluyentes que demuestren que TikTok ha compartido información con Beijing o que su algoritmo ha sido utilizado para manipular la opinión pública en EE.UU.
Y es imposible ignorar la hipocresía. Empresas como Facebook, Instagram y Google también recopilan enormes cantidades de datos, y en más de una ocasión han sido señaladas por el uso indebido de la información de los usuarios. Si la verdadera preocupación es la privacidad, ¿por qué no se aplican las mismas reglas a todas las plataformas?
Quizás la parte más extraña de este asunto sea la contradicción de Trump. Durante su primera presidencia, fue uno de los mayores críticos de TikTok, pero ahora, al volver al poder, ha decidido retrasar la prohibición por 75 días, argumentando que se necesita una evaluación más detallada. Este cambio repentino tiene dos posibles explicaciones: una estrategia electoral, considerando que TikTok cuenta con más de 150 millones de usuarios en EE.UU., y una gran parte de ellos son jóvenes votantes cuyo apoyo podría ser clave en las próximas elecciones; o la presión empresarial, ya que grandes corporaciones y anunciantes dependen de la plataforma para conectar con audiencias globales, lo que hace que una prohibición represente un golpe económico significativo.
Este giro pone en evidencia la falta de una política tecnológica clara en EE.UU. Si TikTok realmente es un riesgo para la seguridad, ¿por qué retrasar la prohibición? Y si la medida es exagerada, ¿por qué insistir en eliminar la plataforma en lugar de buscar una solución intermedia?
Para muchos, TikTok no es solo entretenimiento. Es una herramienta de trabajo. Creadores de contenido, emprendedores, marcas y pequeñas empresas dependen de la plataforma para crecer y generar ingresos. Un estudio de Oxford Economics estima que la prohibición de TikTok podría causar pérdidas de más de $6,8 mil millones al año en la economía digital de EE.UU. Sin mencionar el impacto en publicidad, comercio electrónico y estrategias de marketing de miles de empresas. ¿Está EE.UU. dispuesto a sacrificar toda esta actividad económica por una supuesta amenaza que aún no ha sido demostrada?
Más allá del impacto económico, la prohibición de TikTok sienta un precedente preocupante. ¿Qué impide que otros países empiecen a bloquear plataformas extranjeras bajo argumentos similares? Si EE.UU. defiende la libertad de expresión, ¿cómo justifica la eliminación de una red social usada por millones de personas? La verdadera solución no es prohibir, sino regular. En lugar de censurar, el gobierno debería exigir que TikTok almacene los datos de usuarios en EE.UU., implemente auditorías independientes y refuerce la transparencia de su algoritmo.
La batalla por TikTok es mucho más que una simple prohibición. Es una prueba de cómo los gobiernos manejan la tecnología, la seguridad y la libertad en la era digital. Eliminar TikTok no garantiza mayor seguridad, pero sí limita el acceso a una plataforma que ha cambiado la manera en que las personas se comunican y hacen negocios. El gobierno de EE.UU. tiene una oportunidad única de establecer un marco regulatorio sólido, sin caer en la censura ni afectar la innovación.
El mundo está observando. Lo que suceda con TikTok no solo definirá su futuro en EE.UU., sino que marcará el camino para el control y la regulación de las plataformas digitales en todo el planeta. ¿Estamos listos para aceptar que la censura tecnológica se convierta en la nueva herramienta de la política internacional?