No soy médico, menos psicólogo, pero he aconsejado a muchos conocidos y amigos desconectarse de las redes sociales y aquellos que me ha hecho caso han mejorado sensiblemente su sanidad mental y hasta la salud física. Definitivamente el torrente de odio, agresividad e ignorancia que fluye por las redes sociales está haciendo un daño terrible a miles de millones de seres humanos, tanto por su contenido, como por la obsesión de estar siempre leyendo lo que sale y por tanto abandonando tiempo que debería dedicarse al diálogo sereno, a la lectura, a la familia y amigos, y la meditación.
Vivimos tiempos de barbarie, es decir, tiempos donde prevalece la crueldad y se abandona el cultivo de la cultura. Figuras grotescas como Musk, Trump o Milei son admiradas por ejecitos de hombres y mujeres, muchos jóvenes lamentablemente, estultos y estultas, sin capacidad reflexiva. Son el producto de una educación de mala calidad, estructuras sociales y económicas que los tratan como desechos e incapaces de ordenar sus ideas en torno a criterios objetivos.
Se ha quebrado el mínimo respeto por la dignidad de los seres humanos y sin pudor se denigra a todos aquellos que no piensan o sienten como el voceador del momento. El caso de Ezequiel Molina es un buen ejemplo de aprovechar un ambón privilegiado y descargar toda la misoginia que alberga en su mentalidad rancia y fundamentalista. A la vez oculta la responsabilidad de los hombres que abandonan a las mujeres y sus hijos, obligando a ellas a ser el único sustento de su familia. Pero para la gente que piensa como ese pastor el mundo ideal es el de los talibanes.
Curioso que al mismo tiempo el Papa Francisco nombra por primera vez a una mujer como prefecta de un dicasterio del Vaticano, lo que equivale al puesto de un Ministro en un gobierno civil y designa como Arzobispo de Washington al Cardenal Robert McElroy, crítico de Trump, defensor de los derechos de los emigrantes y a favor de la ordenación de mujeres al diaconado. Ambos hechos no niegan que es mucho lo que nos falta como Iglesia para alcanzar una verdadera sinodalidad, pero vamos por la dirección correcta.
La plenitud de igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres debe ser una tarea permanente donde cada generación se acerque a la misma. Ni debemos dejar pasar abominaciones como la del pastor Molina, ni dejar de alabar acciones como la de Francisco que promueve la dignidad humana.