“Nolite Te Bastardes Carborundorum”
Margaret Atwood creó el universo distópico futurista en “the Handmaid’s Tale” (traducido como “el Cuento de la Criada”); utilizó la narración en primera persona de la protagonista, Ofred (nombre dado al personaje principal por el régimen de los Hijos de Jacob); logró imprimir realismo a la narración al tiempo que nos hace navegar por las disquisiciones psicológicas de Ofred.
La novela, publicada en 1985 y escrita en Alemania del Este, según su autora, inicia con un escenario improbable entonces: un golpe de estado violento en los Estados Unidos de América por los “Hijos de Jacob” que instauran una teocracia absolutista, inspirada en una lectura distorsionada del libro bíblico de Jacob. La Stasi ciertamente inspiró a la autora para describir el estado policial en que se convirtió el país.
Atwood indica que la novela reúne una serie de situaciones horrendas contra los habitantes de Gilead en general, especialmente contra las mujeres, que no fueron inventadas por ella, se inspiró en eventos de la historia de la humanidad. Su arte consiste en tejerlas en una sola historia que nos perturbe pensar sobre su posibilidad. Por eso se le llama distopia.
El nuevo régimen de Gilead elimina todos los derechos ciudadanos, crea un sistema de castas para organizar la sociedad, en cuya cúspide se encuentran hombres, aparentemente militares.
El universo de Gilead despoja a las mujeres de todos sus derechos, de su dignidad. En la base de la pirámide social se encuentran las mujeres criadas, cuyo único propósito en esa sociedad era garantizar la reproducción.
Todas las personas fueron uniformadas, sin embargo, lo que llama la atención es el uniforme femenino, que evoca el tiempo de los “pilgrims” estadounidenses, cuyo objetivo principal era ocultar todas las partes del cuerpo de la mujer; a tales uniformes se le asignaron colores de acuerdo a la casta a la cual pertenecía cada mujer, siendo la de la crida de color rojo con un sombrero blanco.
La primera medida represiva de Gilead fue declarar la incapacidad de la mujer para tener dinero o bienes en propiedad.
Basta con revisar la historia del siglo XX para hacernos conscientes de que el reconocimiento de ciertos derechos a las mujeres occidentales apenas inició en dicho siglo, después de una lucha intensa. Es lo que se conoce como el movimiento feminista.
Observamos que, en el siglo XXI, aún existen sociedades teocráticas en las cuales las mujeres no son consideradas personas, y por tanto ni siquiera son declaradas al nacer, no pueden circular libremente, no pueden mostrar ni siquiera las manos, en fin, aún se encuentran despojadas de su dignidad humana.
También en las sociedades “desarrolladas” y “en vías de desarrollo” las mujeres todavía son víctimas de violencia por parte de los varones, sean o no sus parejas sentimentales, las niñas son entregadas en matrimonio, son acosadas en sus lugares de trabajo, sin que el sistema jurídico les brinde protección eficaz.
Todos los años la Procuraduría General de la República informa las estadísticas de la violencia de género, en la República Dominicana. Las políticas implementadas no están dando resultados.
La mayor vejación del régimen de Gilead era perpetrada contra las mujeres de la casta de las criadas. Sin entrar en el meollo de la novela, para mantener el interés en su lectura, solamente avanzo que el mismo era disfrazado o revestido de justificación bíblica y considerado como un ritual sagrado, basado en el libro de Jacob. En la novela es notoria la manipulación religiosa vinculada a las estrategias de dominación a la mujer, no es tan fantasioso si se piensa bien.
El tono de Atwood en “the Handmaid’s Tale”, describe la burocratización de tal ritual, me trasladó a la obra “La Banalidad del Mal” de Hanna Arendt.
Atwood escribió esta novela mientras vivió en Alemania del Este, que contaba con una de las más temibles policías represivas conocidas hasta entonces. Apunta haberse inspirado en dicho estado policial para concebir a Gilead.
La novela sumerge al lector en el mundo de la mano de Ofred, con lenguaje elegante y sutil, tanto que contrasta con el horror que se describe. Después de leer sobre una simple caminata al mercado, o la entrega de la bandeja del desayuno, uno va retirando lentamente el velo para descubrir perturbada, que en Gilead la dignidad humana de la mujer es inexistente.
La maternidad se burocratiza e instrumentaliza al servicio del régimen de los “Hijos de Jacob”, retirando de la misma todo vínculo afectivo entre la madre y la criatura, para convertir a la sociedad en una granja reproductora. Se anula la individualidad, feminidad, inteligencia y belleza de las mujeres. El secuestro de las criaturas recién nacidas a las prisioneras políticas en Sudamérica, para entregarlas en adopción a los adeptos del régimen, se asemeja demasiado a Gilead.
Las noticias sobre lo que acontece en los Estados Unidos, en Ecuador, en Medio Oriente y en la República Dominicana conducen a pensar que cualquier semejanza de las historias de opresión y violencia del pasado o del presente con el sistema de Gilead no es coincidencia.
Atwood maneja la técnica de la distopía de forma magistral. Se propone y logra remover nuestras conciencias, casi sin darnos cuenta al construir este universo imaginario, pero no imposible, el cual nos parece ajeno en su totalidad, pero familiar en sus partes.
De forma natural con la lectura del Cuento de la Criada, uno percibe la fragilidad de nuestras certezas, tales como la libertad, la democracia, los avances sociales de la mujer, incluso nuestra cotidianidad; si comparamos hechos recientes con las señales del inicio de Gilead, preocupa pensar si se trata de señales o avisos del futuro.
El Cuento de la Criada es una obra maestra de la literatura universal. Leerla es un deleite, pero también un acto de protesta. El lector escoge.