I
La vida es un eterno ciclo de vivencias. ¿Estamos consciente de ello? Los rituales son una evidencia de que adornamos estos ciclos de cierta aura, lo que nos permite penetrar con sentidos diversos tanto la cotidianidad, simple y cansona, como el hecho repetido. Así como hay ciclos, espacios y momentos de simple repetición colectiva hay bastantes lugares comunes.
Por más que me esfuerzo en encontrarle sentido a los días festivos, más allá del descanso y la ruptura con la lógica de la producción del capital, se hace difícil. No es que abogue por la desaparición de estos, sobre todo, los ligados a la patria. NO. A pesar del sinsentido, por el excesivo uso politiquero de la memoria, son aprovechables en actividades netamente gratuitas en donde, tal vez, podamos encontrar motivos para un nuevo despertar.
II
Hay una verdad clara y simple: no tenemos el mejor sistema de educación. Coloquemos las cosas en perspectivas: es el principal empleador del país y muchos de sus ministros tienen proyectos políticos paralelos. Además, se ha heredado un déficit que se originó décadas atrás. Aunque no sean los mismos «actores del sistema», el ideal perenne sigue siendo el de meterse al «sistema» y gozar de la tranquilidad y los escasos beneficios (que para cierta población son suficientes).
De cualquier manera, se hereda la misma cultura. Décadas atrás el proyecto de la militancia política era conseguir una tanda, ahora hay que conseguir las tres y continuar con la misma tradición: «cogerlo suave». Es justo decir que se ha mejorado un tanto, en que hay concursos, aunque se ha pretendido desacreditarlos o manejarlos a conveniencia, en que se ha llegado a más niños y niñas, en que hay más escuelas y docentes formados.
Ahora, apostamos por la calidad. Logro que no se obtendrá de la noche a la mañana, si no se reestructura lo heredado y hacerlo desde adentro; no desde el escritorio y la crítica oportunista que en resumidas cuentas se hace, como dice aquella canción del cantautor cubano, «a mil kilómetros de la nevera y el comedor».
Si queremos un sistema educativo digno y eficiente, veamos qué podemos hacer desde dentro; no alejándonos de él desde un aura inmaculada de intelectualidad academicista.
III
Sorprende, cada vez más, el tema de las simpatías políticas y el uso de la razón. Cada vez más gente con sobrada formación académica se adhiere a viejas simpatías o declara una lealtad a ciertos liderazgos que solo ejemplifican los antiguos mesianismos caudillistas. Cuando se le expone que la lealtad es debida a la ley y no a sus infractores ocurre el apaga y vámonos. La relación ha sido de admiración mutua hasta que se toca la tecla incómoda del entreguismo, la corruptela y la autoridad permisiva de quienes han gobernado esta nación en los últimos 150 años o cómo la intelectualidad, el empresariado, la iglesia y el ciudadano común han comulgado en aquello de «hacerse de la vista gorda» frente al político y al empresario corrupto.
En medio de la barbaridad de estos meses queda claro lo que se intuía: hay una cultura de la corrupción que no tiene solo al político o funcionario como protagonista, sino que está más expandida de lo que se piensa. Incluso, los supuestos sectores puros de otrora han mostrado sin escrúpulos lo que han ocultado por tanto años: sus riquezas a costa del erario. Lo común de este tipo de delincuencia en el país no debe sorprendernos, sino aterrorizarnos.
IV
En una columna de opinión de un periódico colombiano se hizo referencia a una agresión violenta que tuvo como víctima a un profesor jubilado. El docente sugirió a un grupo de vecinos que, por favor, bajaran la música. Cansado de no poder leer ni dormir, pensando en su octogenaria madre, a quien cuidaba, empleó los medios disponibles para que los demás su sujetarán a la sana convivencia. El siguiente día, tocaron a su puerta y varios matones lo atacaron puñetazos, dejándole literalmente ciego y postrado en cama. Ahora su madre cuida del maestro quien no podrá realizar una de sus actividades preferidas: leer literatura.
El buen sentido de humanidad nos conmina a ser solidarios y preguntarnos: ¿cuántos libros habrán leído sus verdugos?