Recuerdo vivamente la cena de año viejo del 2019, en casa, en familia y con amigos. Hablamos mucho de lo que habíamos vivido ese año que terminaba y nuestras expectativas para el año venidero. Absolutamente nadie podía imaginar lo que venía. Suponer en ese 31 de diciembre del 2019 que duraríamos casi dos años encerrados, a escala planetaria, a partir de marzo no encajaba con nada de lo que sabíamos y atisbábamos. Y eso que el grupito de comensales éramos gente con alto nivel académico y con fuerte preocupación por las noticias de todo tipo, muy por encima del 90% de la población.

Podríamos deducir que ni el temor por el año que viene, ni la esperanza, ni siquiera la indiferencia, son garantes de saber lo que viene, y sobre todo de si será bueno o malo para la mayor parte de los habitantes de este mundo. Se arremolinan tantos pronósticos terribles como la presidencia de Trump y el desenfreno de la codicia y el autoritarismo con una herramienta como la IA, la impotencia de los organismos multilaterales para frenar genocidios como los de Gaza o Ucrania, o la perdida de todo referente de veracidad en las informaciones que recibimos por los diversos medios. Provoca una profunda angustia el 2025 con todos esos factores actuando.

Y como siempre ocurre, lo que se prevé no se desplegará en la pureza de los que lo planean, ni en la dimensión de los que le tememos, porque todo accionar tiene respuestas, y estas modifican el escenario para futuras acciones. Es decir, lo que se piensa como primer paso en un camino generará un nuevo escenario (por las reacciones) que no posibilitará el segundo paso con la prístina planificación de los que lo ejecutan. Podemos afirmar que no vamos por buen camino, pero el destino no lo marcan los insensatos. Muchos (espero que la mayoría) seguimos defendiendo la democracia, la equidad, la solidaridad y la lucidez racional.

No es la primera vez, ni será la última, en que los logros alcanzados por impulsos civilizatorios basados en la justicia y la ciencia tengan que se defendidos casi desde cero y crear caminos para que todos los hombres y mujeres encuentren el sentido y la felicidad a la breve vida que a cada uno le toca. Peor estábamos hace dos milenios y nos visitó el Sol que nace de lo alto que ilumina a los que habitamos en tinieblas y sombras de muerte. La vedad y la vida tienen la última palabra en nuestro devenir histórico, sino fuera así hace rato nos hubiésemos extinguido. Que los miedos que hoy nos acongojan se conviertan en tareas de construir un mejor mundo en el año entrante.