Hay dos formas de relacionarnos. Se puede estar rodeado por miles de personas (por ejemplo, en un concierto), pero esa gran masa humana no sabe quién eres ni cómo eres, es una relación transitoria y superficial, podrían compartir emociones intensas, pero al retornar al hogar, se produce el reencuentro con la realidad y posible soledad.

Muchas personas viven en un nivel existencial muy superficial, esto equivaldría a mantenerse solamente a pan y agua, y creer que, si sienten alguna carencia, simplemente se debería a que necesitan aumentar el pan. La vida es muy rica, pero algunas conductas y actitudes humanas nos hacen vivirla pobremente.

Hace unos días estaba sentado en un centro comercial mirando hacia la calle, una joven iba a entrar y en ese momento una paloma al emprender el vuelo le pasa tan cerca que le roza la cara con el ala, ella se sorprende mucho y mira alrededor comprobando si alguien más lo notó, al observar mi cara de sorpresa, ambos nos reímos. No nos conocíamos, nunca la había visto, pero en ese momento compartimos la emoción de una experiencia. Este simple ejemplo, nos muestra que estamos muy conectados a los demás y que vivimos más plenamente, cuando otros comparten nuestras emociones.

Disfrutas más tu viaje si cuando regresas tienes alguien a quien contárselo. Si alguna experiencia te encantó, normalmente quisieras que tu pareja, tu hijo o tu mejor amigo, la experimente también. Tu meta es más gratificante si tienes a alguien que la disfruta contigo.

La persona de mente sana tiende a llorar con los que lloran y reír con los que ríen, de hecho, la Biblia señala en Romanos 12:15: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. Hoy en día los psicólogos insistimos en la importancia de la empatía, que es nuestra capacidad de conectar profundamente con los demás. Ciertamente, puedes aislarte, desentenderte de tus seres queridos y tal vez nunca sepas que esa será la causa de muchas enfermedades o problemas que tendrás.

Muchas veces cuando alguien nos dice que por algún motivo se siente triste, decepcionado, angustiado o temeroso, si nos resulta fastidiosa esa conversación, nuestra tendencia es de cortarla diciéndole que no se sienta así, que no tiene importancia, que eso pasará, etc. En cambio, a quien verdaderamente quieres le dedicas tiempo, le miras a los ojos mientras habla, le demuestras que entendiste lo que dijo, eres capaz de comprender sus sentimientos y de apoyarle. Así esa persona puede reconocer que no está sola.

Cuando conocí mi esposa, me atrajo su aspecto y personalidad. Me sentí cómodo al tratarla. Éramos dos extraños que nos atraíamos y estuvimos dispuestos a acercarnos, a darnos permisos cada vez mayores y mientras lo hacíamos nos sentíamos a gusto. Al relacionarnos mostrábamos una sonrisa de picardía del que sabe que sus intenciones ocultas no son tan ocultas. Pero 34 años después no somos extraños, hay un mayor conocimiento, nuestros corazones no laten tan rápido cuando nos abrazamos, pero cuando nos sonreímos, hay mil historias compartidas detrás de esa sonrisa, lo que no sucede con quien acabas de conocer. Te atrae un cuerpo, pero terminas uniéndote a una persona.

Tus familiares y los amigos de siempre, que te han acompañado a lo largo de tantos años, quizás desde el colegio o la universidad, que te conocieron cuando eras una persona y no un cargo, profesión o alguien famoso, saben quién y cómo eres, te aprecian por lo que eres, pueden entenderte en un simple gesto o palabra, les entristece lo que te apena y se alegran con lo que te hace feliz. Cuando eres alguien que los demás consideran importante, no es tan fácil hacer verdaderos amigos, ya que te buscan por tu posición y no por lo que eres.

Si no has podido compartir al nivel que hablamos, aún estás a tiempo de hacerlo. No te engañes, se puede vivir la vida sin verdaderos amigos, pero no vale la pena. Tener amigos es mucho más que contactos en tu celular, es con quienes puedes compartir aspectos de tu vida que no puedes compartir con cualquiera.

El grado de comprensión determina tu nivel de relación. Si tus hijos te resultan extraños, no conoces lo que les agrada, sus sueños o preocupaciones, realmente no tienes hijos. Si te has limitado a decirles cómo deben ser y actuar, sin escucharlos, no debiera extrañarte que no deseen compartir su tiempo contigo. Si no te interesa escucharlos, buscarán a extraños que sí lo hagan y ojalá los aprecien más que tú. Una parte de tu tiempo no es tuyo, sino de los tuyos.

Es gratificante cuando tu amigo comprende tu alegría, tristeza, preocupación, dolor o sueños. Lo mismo le pasa a él cuando tú le comprendes, ya que es duro cuando aparentemente nadie te comprende.

A veces crees que nadie te puede comprender, pero no es cierto, aunque algunas personas no puedan captar tu realidad, no significa que nadie pueda. Nunca estamos solos.

Luis Ortiz Hadad