Tan simple y leve. Son palabras que nos quedan después de largos viajes. Son esos entradas a museos conservados en algún libro hasta que se disecan, como las hojas que guardaste del patio del liceo. Como esta mariposa, el asa rota de la cafetera, el frasco de canela que ha durado más años de la cuenta, la pereza ante un "sí" o un "no" que mejor te pusieran una roca al cuello. Tan cebráticos, como los paisajes en el Ave a Córdoba, la ventana difusa después de diez cervezas vascas en la azotea del Vale y la Valentina con James más iluminado que una vela romana, el casete que quisieras tener cuando en el Uber a Bella Vista descubres que todavía hay Hyundais Sonatas con caseteras.
Tan malo como el café que te tomas en Funeraria Blandino, inútil como los teléfonos que apuntas de viejos conocidas en esos lados donde después del segundo escalón bajando se te han diluido las lágrimas y estás dispuesto a un pastelico apestoso.
Tan todo y todos y muchos. Así es.