El universo, la nada, el todo y el muro resuenan como grandes alegorías que abarcan el mundo romántico en el espacio dinámico del poema, y donde la tiniebla, la luz y la ley se inscriben en la historia misma como pronunciamiento de la humanidad y el universo. De ahí que el sueño, el destino, los hilos negros y melancólicos, el relámpago político, el amor fracasado, el dolor, la desgracia humana, la gloria, la ley, muros, plagas y derrumbes aparecen en La leyenda de los siglos de Victor Hugo:

“El universo y el destino, hilo negro que la tumba devana.

A veces el relámpago iluminaba de golpe

Millones de caras en la lívida pared.

Ahí veía yo esa Nada que llamamos todo;

Los reyes, los dioses, la gloria y la ley,

Generaciones aguas abajo a través de las edades;

Y ante mi mirada se prolongaban sin fin

Las plagas, los dolores,  la ignorancia, el hambre,

La superstición, la ciencia, la historia,

Como una fachada negra hasta perderse de vista.

Y este muro, hecho de todo lo que se derrumbó,

Se alzaba, escarpado, triste, sin forma. ¿Dónde?

No lo sé. En cualquier lugar de las tinieblas”.

(Op.cit.Ed.cit.p.80)

La definición clave de una poética instituida por el ritmo de la historia permite intuir y entender la lectura como reconversión y fundamento mítico-épico, desde el que se impulsa la dialéctica orden-caos, luz-tiniebla y vida-cultura en Victor Hugo:

"No hay nieblas ni matemáticas que resistan,

En lo intrincado de los números y los cielos,

A la fijeza reposada y profunda de los ojos;

Contemplaba yo este muro, al principio vago y confuso,

Donde la forma parecía vapor, vértigo, ilusión;

Y, bajo mi ojo pensativo, la extraña visión

Se hacía menos brumosa y más clara, a medida

Que mi pupila se volvía menos turbia y más segura.

¡Caos de seres ascendiendo del abismo al firmamento!

Todos los monstruos, cada uno en su lugar;

El siglo ingrato, el siglo horrible, el siglo inmundo… “(Op.cit.p.80)

Las precariedades de un mundo que es espejo de final y apocalipsis se explica en

la visión de angustia, sueño y perplejidad:

¡Bruma y realidad! ¡Nubarrón y mapamundi!

Este sueño era la historia abierta de par en par;

Cada pueblo con todos los tiempos como gradas;

Cada templo con todos los sueños como peldaños;

Aquí los paladines y allá los patriarcas….”

(ibídem).

¿Cómo hablaba la mirada apocalíptica desde esta leyenda, desde este mapamundi?

Historia, caos y tiempo, templo y sueño crean un mundo ideal: los sueños de la intuición poética son los sueños de la mirada sensible cuya movilidad producen el canto, la reversión, el speculum, en fin, el rostro y el proceso de una humanidad donde Latinitas y Helenitas se unen para conformar la civilización del templo y la palabra. (Véase en dicho poema la fuerza rítmica de su vocabulario en las estrofas anteriores: nieblas, matemáticas, cielos, fijeza reposada, ojos, muro, principio, visión, caos, seres, siglo ingrato, siglo horrible, siglo inmundo, bruma, santidad, nubarrón y mapamundi, sueño, historia abierta, pueblo, tiempo…).

Así, lo que nos narra desde el poema Victor Hugo es e1 clareado en fuego y horizonte de un mundo cuya dialéctica acoge tiniebla y aurora, para entender que aquello que se nombra se convierte en torbellino y resplandor, en sueño y realidad ligados a confrontaciones sociales, astrales y trágicas donde advertimos la humareda y el páramo de la historia.

El poeta se interroga, se asombra ante un cuadro que revela el movimiento de las formas encendidas y huidizas donde encontramos, además, el humus romántico y el estallido de la creación moderna:

“ ¿Qué titán había pintado este cuadro inaudito?

¿Quién pues había esculpido, sobre la pared sin fondo

de la sombra desplegada, este sueño que me ahogaba?

¿Qué brazo había formado con todas las fechorías,

todos los duelos y llantos, todos los grandes terrores,

el gran encadenamiento de tinieblas animadas?

Este sueño -y yo temblaba- era una acción tenebrosa

entre el mismo hombre y la inmensa creación;

Saltaban gritos brotando por debajo de las pilastras;

Salían brazos del muro con el puño hacia los astros;

La carne era Gomorra y el alma era Sión.

¡Sueño espantoso! Pues allí se confrontaba

lo que fuimos con lo que somos;

Como en un infierno, como en un paraíso,

las bestias se mezclaban por derecho con los hombres…"

(Op.cit.p.83).

He ahí las claves enunciadas y expresadas del poema: brazos, muro, puño hacia los astros, sueño espantoso, infierno, paraíso, bestias, derecho con los hombres…

Pero el poeta desentierra aún más el valor, el contravalor, la escoria humana y el movimiento de las edades. Desde el mito, Victor Hugo asiste a la transformación, el epos y a un imaginario desde el cual encontramos el crimen, la sombra, las cenizas de la historia y la decadencia. La mirada furtiva es y se expande como tiempo de una tragedia que se expresa en los elementos nacidos de una visión espectral y tenebrosa:

"Los crímenes se arrastraban, agrandados por su sombra;

hasta las deformidades estaban en armonía

con el trágico horror de estos frescos gigantes.

Y de nuevo allí yo veía el viejo tiempo olvidado.

Yo lo sondeaba. El mal estaba ligado al bien

como están dos vértebras unidas entre sí.

Aquella muralla, bloque de fúnebre oscuridad,

subía en el infinito hacia una brumosa mañana.

Clareando gradualmente sobre el lejano horizonte,

esta sombría visión, negro compendio del mundo,

Iba a desvanecerse en una profunda aurora,

Y, comenzando en tinieblas, acababa en resplandor”.

(p.83).

Claridad y oscuridad, tiniebla y luz; día y noche constituyen un compendio imaginario de mundo y poesía.

Lo que el poeta concibe como recesividad no perturba el ritmo poético, sino que más bien desoculta mediante la palabra clave un “tímpano” filosófico y poético visible en el lenguaje, en lo que ha quedado de aquella visión arruinada de lo real y lo histórico:

“Este libro es el resto horroroso de Babel;

es la lúgubre Torre de las Cosas, el edificio

del bien, del mal, de los lloros, del luto y del sacrificio,

que, orgulloso en otros tiempos, dominaba el horizonte,

Y que hoy en día no tiene sino monstruosos pedazos,

esparcidos y tumbados, perdidos en el valle oscuro;

Es la epopeya humana, áspera, inmensa-derruida”.

(p.86).

Llegado este momento es importante destacar que toda una bibliografía crítica sobre Victor Hugo (véase, Paul Benichou,1977,1988; Paul Barret,1967; André Dumas (Ed),1964; Claude Gely,1970; Alfred Glauser, 1978; Henry Peyre, 1972; Alber Py,1963; Jacques Roos,1958; Denis Saurat,1948), ha sabido mostrar las variadas influencias del poeta en la poesía moderna y contemporánea desde las líneas de una imago poético-filosófica estructurada en el sentimiento de eternidad e intimidad de la poesía.

Pero es importante mostrar que para los contemporáneos, la experiencia poética revelada en La leyenda de los siglos abre un espacio que la modernidad asegura como constancia de una rebelión, no solamente histórica, sino, además, metafísica. Para el poeta, el mundo clásico determinó la andadura que abrió el poema a la historia vivida del mundo, y por eso La leyenda de los siglos estará dedicada a Francia: "Libro, que un viento te lleve a Francia, donde nací. / El árbol desarraigado /produce su hoja muerta”.

Francia será la revolución. Francia representa el espíritu del derecho; Francia atenderá el derecho a la lengua y al pensamiento. Humanizar la lengua. Humanizar el pensamiento. Por eso el poema es también un espacio civilizatorio donde los hombres y las culturas dialogan y se extienden en el orbe terrestre y en el orbe espiritual. La leyenda estremece, entonces, lo que el sujeto y la historia han construido desde las posibilidades de una conciencia trágica del cosmos.

Lo que produce la signatura civilizatoria en el poema es también el efecto mitológico, el campo expandido de un espíritu epocal que anima el cuerpo herido y manchado de la cultura. La memoria en libertad que sirve de soporte-receptáculo es aquella que pronuncia desde la palabra viva el ser de la historia y el sujeto. Pero la poesía no quiere negar su relato ni su heredad mítica en Victor Hugo. De ahí que en Desde Eva hasta Jesús (pp. 89-106), la huella, la sentencia histórica y la memoria originaria se pronuncian como etapa nouménica y escatológica de un tiempo que asimila condena y salvación desde la signatura trágica del conocimiento histórico:

"La aurora se levantaba; qué aurora era ésta? Un abismo

de deslumbramiento, vasto, insondable y sublime;

un ardiente resplandor de inmensa paz y bondad.

Eran los primeros tiempos del globo; y la claridad

brillaba serenamente en el cielo inalcanzable,

siendo lo único que Dios puede tener de visible;

todo se iluminaba, la sombra y la niebla oscura;

unos aludes de oro desplomábanse en el cielo;

La luz con todas sus llamas, allí en la tierra encantada,

quemaba las lejanías espléndidas de la vida;

los sombríos horizontes poblados por los peñascos,

y por espantosos árboles que el hombre ya no verá”.(Ibídem.)

El diálogo entre los elementos se mantiene en el espesor mismo del verso que hechiza por su dinamismo pulsional, organizador y sentiente de la materia poética:

“Entre el grito de los antros y la canción de los nidos.

La plegaria parecía confundirse con la luz;

sobre esta naturaleza, todavía inmaculada

que del verbo sempiterno conservaba los acentos,

sobre este mundo celeste, angélico e inocente,

la mañana, murmurando sólo una palabra santa,

sonreía, y la aurora era una gran aureola…”

(pp.89-90).

Véase la fuerza creciente de su vocabulario metafórico, metonímico, alegórico y otras figuras de lenguaje en los bloques poéticos señalados. La aventura romántica expresa el tejido poético a nivel de opuestos histórico-filosóficos.

Génesis y claridad se advierten, sin embargo, en la hechura de un verso de amplio aliento y respiración. Pues lo que el poeta quiere marcar es el despertar del sujeto y la historia en una travesía donde poesía y pensamiento crean sus atildamientos en la obra:

“¡Inefable despertar del primer rayo de luz!

¡Del que todo lo ilumina sin aún conocer nada!

¡Mañana de las mañanas! ¡Amor! ¡Gozo desbocado!

¡Por comenzar el tiempo y la hora, el mes y el año!

¡Obertura del mundo! ¡Oh, instante prodigioso!”

(p.91).

En efecto, el campo dinámico de una relación poética actualiza desde el yo poético y la voz intensiva de la creación, los signos y señales de un viaje interminable y una arquitectónica visible y estable constituida por intensidades, brotes frontales y memoriales:

"La inagotable y suprema matriz de la madre tierra;

La sagrada creación, a su vez recreadora,

Modelaba vagamente aspectos maravillosos,

Sacaba fuera el enjambre de los seres fabulosos

Unas veces de los bosques, otras del mar o las nubes,

Y así proponía a dios las formas desconocidas

que el tiempo, cosechador reflexivo, cambió luego…"(Ibíd.p.91).