- ¿Un poeta en Castillo?
Castillo es de las primeras Comunes de la antigua provincia Pacificador, actualmente un pujante Municipio de la provincia Duarte, justamente en la ruta de San Francisco de Macorís al Océano Atlántico, próspera comunidad de gentes trabajadoras con feraces campos, con el justo orgullo de sus cacaotales orgánicos, ha dado muchos personajes relevantes en la política y en las profesiones, empero, le faltaba un poeta significativo.
José Miguel García el poeta que ha quedado representando a Pimentel en ese renglón literario, nos envió unos poemas de ese desconocido aeda castillense.
Pues bien, tremenda sorpresa nos llevamos al recibir sus poemas y conversar con él.
Su nombre es Enmanuelle Taveras Hilario, hijo de naguero y mocana, nació en esta ciudad de Santo Domingo en 1983, aunque su familia se radicó en Castillo cuando apenas tenía dos (2) años, actualmente es profesor de español en la Escuela Básica de Juana Díaz cerca de esa comunidad, que incluye los cursos 1º y 2º de la Secundaria en la cual es profesor de Español y a lo mejor de fútbol que ha sido su afición desde niño, sucediendo que Castillo es de los municipios cibaeños donde hay mayor afición.
Es casado con la bionalista Sarah Altagracia Pérez de Taveras, con quien ha procreado tres niñas: Emely Nicol, Eimy Esther y Enma Elif Taveras Pérez de 13, 7 y 25 días de edad, por lo que no aparece en la foto de más abajo. donde si están él y las dos mayores.
Estudió primaria y secundaria en Castillo y la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, recinto de San Francisco de Macorís. Deseando hacer la maestría (atención Mescycit), pero se le ha dificultado conseguir una beca para continuar. Además, nos cuenta que en las tardes reúne en su casa a los estudiantes más avanzados, un grupo de adolescentes a quienes les interesa la lectura o la literatura y el fútbol.
Entre sus autores favoritos nos cita a Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Walt Whitman, Fedor Dostoievski, Franz Kafka y Edgar Allan Poe.
- Poemas de Enmanuel Taveras
Ya que hemos presentado a grandes rasgos al pecador, es preciso que hablemos de su pecado poético.
No se trata del clásico muchacho que se entretuv0 haciendo versitos en la primera juventud, como es la regla; salvo algunos casos concretos en nuestro país, como el de Vigil Díaz que aparece a los 29 años con unos poemas en prosa. Él me ha dicho que se inició en 2018, es decir a los 35, que si no es un récord anda bien cerca. Es decir, ha vivido intensamente: no solo ha conocido el noviazgo romántico de los pueblos, el amor conyugal sino el paternal y ha leído autores contemporáneos de apenas dos siglos. Empero, nada de eso puede considerarse suficiente para poder hacer artefactos literarios que demuestren no solo un talento sino el deseo de hacer lo diferente, el de huirle al facilismo en boga, que a veces toca en el deslumbrón vacío. No. Enmanuel tiene una extraña madurez y un derroche de densidad inusitado en quien comienza a escribir. No tiene una gran cantidad de poemas en estos cinco años. Otra coincidencia con Manuel Llanes, cuando decía que sus poemas eran “partos de elefantas”, a uno por año. Estos son breves, a veces brevísimos, como joyas de oro y piedras preciosas líricas. Fervorosas, más bien. Como he entretenido al lector, ha llegado la hora de que hable el poeta.
Metamorfosis de las sombras
Envuelta en una madeja de piel y polvo habita la risa del alba,
del vacío espurio de las estatuas petrificadas se filtran los pétalos
de luz que esquirlan los reflejos de otros mundos.
Sus alas de metal son el crepúsculo donde preparan vuelo las golondrinas,
eso es todo, la imagen congelada en sus retinas, que ya pronto se evapora
como el rocío de un pétalo mortal y su recuerdo,
que ya es el olvido que trasciende los espacios de la luz
de esta desgastada vela que llamamos presente.
Ausencia
Un otoño, una hoja, unos ojos oscuros que delatan
los fragmentos de una musa dormida,
ya mi piel es escarcha de polvo como lo son mis recuerdos.
Guardo en mi pecho dormido las cenizas de las flores de mis primaveras,
los vestigios de mis ruinas son espejos que reflejan mis memorias humanas.
Una voz, un instinto mundanal,
avivado por el cáliz de lágrimas de ángeles con alas rotas,
ya el crepúsculo es el suspiro de una tarde disecada.
Un otoño, una hoja, un silencio, una ausencia.
Otoño
Sobre sus capas de piel se imprime la fingida muerte,
después se desencaja de su sonrisa abstracta
un crepúsculo desnudo.
Silencio
Vasta es la hierba de la noche blanca donde pastan mis inquietudes antiguas,
de mi techo vacío cargo el peso del misterio consciente que me observa,
pero solo soy eco cifrado de una estrella que parte sin vestigios.
El ebrio indicio me llama por mi nombre y me invita a pescar en el infinito
¿Pero de qué le sirve a un extranjero una morada? cuando ya es un suspiro,
cuando ya es sombra y ceniza, cuando ya es viento y hoja otoñal
que terminaran juntos en el recuerdo de la tarde.
En el espejo
Hacia la puerta que conduce a otro abismo
observan desnudo mis ojos la desconfigurada
mirada de alguien que expone sus miserias
a la luz de un sol oscurecido.
Cae la tarde. Es invierno.
Las aves errantes se vuelven nocturnas
y anidan en sus cuencas mortales
las crías amargas de espurias auroras.
Perdido en mi espacio vacío navego en la niebla
formada de cenizas de girasoles y me descubro
observando los gemelos pesares que vagan juntos
en vacíos infortunios.
Mis ojos me miran a través de mí
y me descubro desnudo al vuelo del alba
y se unen por mitades abismos para ser uno
como esa niebla que conduce hacia mí mismo.
Trazos Negros
Tomé el polvo de plata de las estrellas muertas
y dibujé los trazos de tus vacíos constantes.
Moribundo crepúsculo de alas rotas,
rey de los rincones agonizantes de musas muertas
que construyen con trazos mi dolor cortante.
Taciturna navega mi sombra diluida en el vagón
de los trazos del tiempo. Nocturnas son ya las aves
de siluetas fantasmales que picotean
los últimos recuerdos de mis retinas cristalizadas.
Bajo viejas y antiguas capas de polvo
donde mueren las estrellas que nacen
depositaré por última vez mi sonrisa.
Hermosa muerte
Teñida esta mi piel desnuda de un otoño cálido y taciturno,
mi vasto universo donde deposito las estrellas nacientes
se transforma en efímeros pasos desencajados sobre nenúfares
de lagos verdes, fríos y solitarios.
Mi rostro desnudo es sombra inmortal en el agudo silencio
de mi sala astral que anuncia la hora del frio
y la ausente silueta de una mirada vertical
reminiscencia de efímeras partículas
de mi conciencia mundanal
que desgastan sigilosamente
las negras agujas de tiempos inmemoriales.
Sostengo el vacío infinito en mi frente horizontal,
cuando las sombras son espesas
como esa luz en mis retinas ausentes.
Nocturno
Bajo cielos nocturnos espían retinas desdibujadas
las figuras desencajadas de seres casi mortales.
El vientre infinito fecunda las últimas estrellas que mueren
y se hace nocturno como las manos figuradas
que acarician mis espacios vacíos.
Colgado traigo en mi frente desnuda el placer
de tu mirada vertical, ese placer de besar tus dedos de plata,
tus senos transparentes, tus ojos infinitos.
Del este es el viento que trae las frías voces de los cuerpos
horizontales que moran sin sombras, prisioneros
de silencios repentinos, herederos de los ecos
que se desprenden de promesas antiguas.
¡Noche: eres hermosa! pero más los cuervos astrales
atalayas de las sombras y el olvido que suspendidos
en árboles disecados que cubren mi cuerpo
de una tenue aurora inmortal.
Señoras y señores: Quitémonos los sombreros que ha nacido un poeta y los pueblos deben celebrar ese acontecimiento como cuando se corona a un emperador. Con solo este manojo de versos libres o de prosas poéticas (pueden ser cualquier cosa en esta era de libertades), saludemos a ese Enmanuel, como aquel de Belén de Nazareth, que si bien no viene a salvar la humanidad, llega encendiendo un farol en medio de esta larga noche ausente de lumbres poéticas.