Cuando la destrucción no era tan completa, la úlcera presentaba un fondo grisáceo unas veces, otras de aspecto caseoso; sus bordes lívido-violáceos sangraban con mucha facilidad; una exudación saniosa lubrificaba constantemente y en abundancia la extensa solución de continuidad, y los violentos dolores que aquejaban los enfermos, solo se calmaban bañando la ulcera con líquidos anodinos. La pierna o el pie infartados eran asiento de un edema doloroso al más leve contacto; la sanies segregada en la llaga infiltraba el tejido celular circunvecino, invadía después los grandes intersticios celulosos y la aponeurosis de cubierta, y llegaba a aislar los músculos y tendones, así como los paquetes nervioso-vasculares.
El curso de la enfermedad es ordinariamente agudo; bastan dos o tres semanas para que la vesícula primitiva se transforme en úlcera fagedénica, recorriendo todos loa períodos y terminando por la muerte. Cuando el enfermo se restablece, la terminación de la dolencia se hace esperar mucho más tiempo, pues como la extensión y profundidad de los tejidos mortificados es considerable, se necesitan meses para que el trabajo reparador vaya restaurando lentamente el inmenso desgaste orgánico que el rámpano origina.. Pocas camas, ropa blanca sucia con frecuencia por no haber quien la lavara, agua escasa en las enfermerías hasta para lo más necesario, no eran en verdad condiciones muy abonadas para que hubiera un ambiente puro en las salas, y para extinguir los focos de infección constituidos por cada enfermo recién entrado, que llegaba a ser un nuevo peligro para los que llevando algunos días de un tratamiento a propósito, se hallaban ya en condiciones más lisonjeras que los recién venidos de los campamentos, transidos de hambre y de miseria, devorados por la fiebre, aniquilados por los gusanos, y empapados de sangre, pus sanioso y fango, que formaban una fétida costra en torno de sus amortecidas extremidades.
El tratamiento ha tenido que ser muy vario, según el estado del enfermo a su llegada al hospital. En lo que había uniformidad es que un baño general templado, como medida preliminar para poderse aproximar al paciente, se hacía de todo punto indispensable; no menos precisa diligencia exigía el cortarles la barba y el cabello, que había crecido libremente algunos meses. Aseados ya y colocados en una cama tan limpia como las circunstancias permitían, se fomentaban suavemente con conocimientos antipútridos las enormes costras negruzcas formadas por los coágulos sanguíneos, la fétida sanies y el barro que embadurnaba la extremidad ulcerada; desprendida la costra, aparecían los gusanos que se extinguían fácilmente con colusiones de sublimado o con la aplicación de calomelanos en forma pulverulenta. Hecho esto, se daba un caldo ligero o una sopa según el estado del enfermo, el que ordinariamente dormía después de haberse bañado, curado y alimentado tenuemente en la forma indicada; aunque en muchos causaba notable extrañeza hallarse bien acostados en cama y entre sábanas, pues su cuerpo, habituado a reposar sobre tablas, piedras y lodo, no se hacía a la ya olvidada comodidad de dormir en un lecho regularmente acondicionado. Así no era raro oírlos decir, que llevaban diez o más meses de dormir en el suelo, y que no sabían cómo conciliar el sueño al reposar sobre el blando catre, después de haber pasado tanto tiempo en los campamentos, descansando a la intemperie, abrumados tan solo por el exceso de fatiga. Sin embargo, no transcurría mucho tiempo sin que, a pesar de la extrañeza, refrigerados por el régimen atemperante, limpios de la espesa corteza de inmundicia que barnizaba todos sus miembros, y tonificando su estómago con un caldo reparador, alcanzaran algunas horas de tranquilo reposo, siempre que los rámpanos no fuesen de aquellos tan avanzados que los intensos dolores sostuvieran una prolongada vigilia.