No existe prueba más dramática para el género humano que la guerra. No es una tragedia entre otras, ¡es la tragedia! Al referirme a la guerra incluyo las contiendas bélicas, pero también las hambrunas, los regímenes autoritarios y todas las formas de represión y discriminación. Siempre que un grupo de seres humanos humillan, reprimen, persiguen, torturan y matan a otros, es una guerra. Quienes desatan la guerra parten del supuesto de que es legítimo deshumanizar a otros en función de agendas políticas, económicas, lingüísticas, ideológicas y hasta religiosas. Que los otros son cosas, no personas, y por tanto puede disponerse de sus almas, sus cuerpos y sus vidas. Frente a todas esas maneras de deshumanizar a otros seres humanos los dominicos en Santo Domingo formularon en 1511 la pregunta fundamental: ¿Acaso no tienen ánima humana?

Los medios de comunicación han convertido a la guerra en espectáculo y quienes consumen las imágenes y las explicaciones (ideológicamente sesgadas) por sus móviles, portátiles o televisores, la ven lejos de sus hogares. Nada más falso, toda guerra nos toca, nos afecta, salvo que pierdas la empatía y te conviertas en un sociópata. De hecho, lo afirma Steve Taylor, entre los políticos y gobernantes hay proporcionalmente más sociópatas que entre la población en general, ya que entre los que aspiran al poder o lo ejercen prevalece el narcisismo y la indiferencia ante el dolor ajeno. Toda guerra, en cualquier parte del planeta, nos debe comprometer en cuanto, ya que son seres humanos que sufren y mueren, y eso hiere profundamente nuestro rasgo esencial como humanos que es la empatía.

Cuando en marzo del 2022 Ucrania y Rusia iban camino de firmar un acuerdo que implicaba que el primero no entraría en la OTAN, fue a Ucrania Boris Johnson, como representante de la agenda belicista de Occidente y convenció a Zelensky de romper ese posible acuerdo porque la OTAN armaría a Ucrania y eso intimidaría a Putin. El resultado es una guerra que ha devastado Ucrania y miles de muertos ucranianos y rusos, y hasta Francisco ha tenido el valor de salirse de la agenda de Occidente y solicitarle a Zelensky y Putin un acuerdo para detener el conflicto. Hasta Johnson perdió, porque esa treta le buscaba ganar tiempo como Primer Ministro, lo cual no consiguió. Personajes de tal calaña -semejantes a Bush, Blair y Aznar con Irak- siembran de cadáveres de jóvenes, mujeres y niños los territorios alejados de sus países sin el menor remordimiento de conciencia.

El genocidio que sufre hoy Palestina, justificado por el gobierno de extrema derecha de Israel por la masacre de octubre del 2023, y el actual juego pirotécnico entre Irán e Israel, es un guion elaborado para preservar a Netanyahu en el gobierno y evitar la cárcel. Decenas de miles de muertos de palestinos con el único objetivo de salvar la carrera política de Netanyahu y evitar que el pueblo israelí lo saque del poder mediante elecciones. Y no olvidemos la guerra en Sudán, provocado por las compañías petroleras para apropiarse de yacimientos de gran valor.

Levinas sintetiza la cuestión de la guerra de esta manera: “La lucidez -apertura del espíritu sobre lo verdadero ¿no consiste acaso en entrever la posibilidad permanente de la guerra? El estado de guerra suspende la moral; despoja a las instituciones y obligaciones eternas de su eternidad y, por lo tanto, anula, en lo provisorio, los imperativos incondicionales. Proyecta su sombra por anticipado sobre los actos de los hombres. La guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra -la política- se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón. La política se opone a la moral, como la filosofía a la ingenuidad”.

La pregunta que formula cuestionando si la lucidez es la capacidad de prever y ganar la guerra será contestada por él a lo largo de su obra -me refiero a Totalidad e Infinito- demostrando que la ética, en cuanto apertura al otro, es superior al yo pienso, yo calculo, yo conquisto, heredado de la modernidad cartesiana. La auténtica lucidez es empática, es la respuesta a la pregunta de Caín: ¿Acaso soy guardián (cuidador) de mi hermano? -Pregunta retórica del asesino- Sí, eres el cuidador de tu hermano, de tu prójimo. De la lucidez que habla Levinas en el párrafo citado es la astucia y la mentira, ya que toda guerra siempre es una negación de la verdad. Es el cálculo del codicioso y el ambicioso por el poder.

Nuestro modelo de sociedad conduce a la guerra porque su eje fundamental es la avaricia y para lograr acumular riqueza debe explotar a los otros. Es una civilización enferma que exalta la crueldad como mecanismo de imposición de unos pocos sobre la mayoría. No es de extrañar que la ansiedad, la depresión y toda suerte de enfermedades mentales hoy son pandemias, especialmente luego del experimento social del control planetario de la población bajo la excusa de frenar el Covid.

La neurobióloga Mara Dierssen recientemente lo señaló con precisión: “…el Covid ha acentuado todavía más las diferencias socioeconómicas y hace mucho tiempo que sabemos que una gestión inadecuada de esas diferencias socioeconómicas, y meto en el mismo saco los movimientos migratorios, las guerras y demás, esa incertidumbre y sensación de angustia, todo eso, mal gestionado, conlleva un incremento sustancial de las enfermedades cerebrales, tanto mentales como neurológicas, que al final afectan todas al cerebro”. Si seguimos por ese rumbo destruiremos la mente de la mayor parte de los seres humanos para que unos pocos se hagan multimillonarios.

La mayor parte del liderazgo político y económico de la humanidad está tan obsesionado con acumular poder y riqueza que va destruyendo las condiciones básicas para que exista vida en este planeta. Si no trascendemos los mecanismos de control político e ideológico de quienes explotan a la humanidad y la naturaleza, para iniciar un cambio profundo en nuestro modelo civilizatorio, corremos el riesgo de desaparecer como especie.