La reciente visión presentada por Mark Zuckerberg, cofundador y CEO de Meta, Inc., nos abre un nuevo capítulo en la conversación sobre la evolución de la inteligencia artificial (IA).

Zuckerberg argumenta que, así como las personas no dependen de una sola aplicación o creador, no debería haber una única IA. En su lugar, imagina múltiples inteligencias artificiales que reflejen diferentes intereses y necesidades.

A través de sus declaraciones, Zuckerberg critica la idea de una «IA única y verdadera», abogando por un ecosistema donde múltiples inteligencias artificiales coexistan y colaboren, reflejando la diversidad de intereses y necesidades humanas. Este planteamiento, aunque ambicioso, se enmarca en una realidad tecnológica que se va consolidando con rapidez.

En la era de la digitalización acelerada, es crucial entender que la evolución de la IA no se trata de establecer un modelo monolítico que domine todos los aspectos de la vida humana. Por el contrario, la diversidad en la IA puede ser la clave para un desarrollo más equitativo y alineado con las múltiples facetas de la sociedad global.

De hecho, la economía digital y el ecosistema del emprendimiento requieren de un entendimiento y abordaje diverso, tal como lo hemos sugerido al destacar la importancia de un desarrollo digital inclusivo y colaborativo en el país.

El enfoque de Meta, al lanzar la plataforma IA Studio para la creación de avatares de IA en Instagram, y la apuesta por las gafas inteligentes Ray-Ban Meta, son ejemplos de cómo esta visión se traduce en productos que buscan integrar la IA en la vida cotidiana de manera natural y colaborativa.

No obstante, esta integración también plantea retos significativos en términos de privacidad, regulación y educación digital. Como ya hemos visto en otras innovaciones tecnológicas, como la automatización y el comercio electrónico, la adopción de estas tecnologías debe ir acompañada de un marco normativo que garantice la seguridad y los derechos de los usuarios.

La coexistencia de diversos agentes artificiales, así como de tecnologías como las gafas inteligentes, sugiere un futuro donde las plataformas digitales no solo compiten, sino que también se complementan. Este modelo podría prevenir los riesgos asociados a la centralización del poder en una única entidad tecnológica, tal como ocurrió en otros momentos de la historia de la tecnología, sobre todo con respecto a la economía digital en América Latina.

La creación de múltiples entidades artificiales que responden a diferentes sectores y necesidades podría permitir una evolución más democrática y participativa de la tecnología, siempre y cuando los actores públicos y privados logren consensos y compromisos claros.

La visión de un ecosistema de inteligencia artificial múltiple no solo es una posibilidad tecnológica, sino una necesidad social y económica para garantizar que la inteligencia artificial se desarrolle de manera inclusiva y ética.

El desafío está en cómo las sociedades, reguladores y empresas abordarán la implementación de estas tecnologías, asegurando que sus beneficios sean compartidos por todos y no solo por unos pocos actores dominantes en el mercado.