Para ayudar a mi finita memoria, dejó por aquí una constancia sobre un momento de los más emotivos en mi vida como profesional vinculado al ambiente y a los seres humanos que habitan nuestros campos y montañas.
Tuve la dicha de acompañar a nuestro eterno Profesor Eugenio Marcano en varios de los múltiples recorridos que realizó durante la fase final de su prolífera carrera. Esta vez, en 1998, fuimos a Los Dajaos en Jarabacoa.
El Profesor iba con la misión de identificar y colectar especies de flora en un sendero que luego sirvió como entrada al escenario del primer concierto por la Naturaleza a iniciativa de Danny Rivera, Adalgisa Pantaleón y Cheo Zorrilla, fue un anfiteatro natural creado a cielo abierto en una ladera de bosque en la Cordillera Central. Ese día, Marcano llevaba otra misión sorpresa, que posteriormente se transformó en la joya que conservo con cariño en el alma y que hoy les comparto para el infinito.
Temprano, como siempre, me esperó listo en su galería, salimos a las 5:15 a.m., prefería abandonar la ciudad sin tapones e internarse en el frescor de la loma antes que nos atrapara el agobiante calor. No permitía aire acondicionado en sus viajes. – Aprende a disfrutar el contacto con el ambiente natural, respondía ante mis quejas.
Su perpetuo timbre ameno y su agudo sentido del humor, no me impidieron percibir, desde la salida, que la jornada del día venía con una sobredosis de emotividad. Su rostro se notaba radiante, reflejaba el ánimo de quien brilla de felicidad. Supe que traía algo entre manos, le indagué, pero mantuvo la sorpresa hasta el final. – Pararemos en el supermercado de la entrada en Jarabacoa, fue la única expresión ante mi inquietud.
En el súper se tomó el tiempo para completar una cajita con varios productos básicos como arroz, aceite, espaguetis, habichuelas y otros, incluyendo una media botella de ron blanco. Pagó, empaquetó, – permítame subirla a la camioneta, – muchas gracias, me dijo.
Avanzamos y llegamos al paraíso de José y Naty. Desde ahí, Marcano inició y concluyó el recorrido por el sendero, todo estuvo rápidamente completo, fichas y muestras colectadas.
– Terminamos, ¿puedes ahora ir conmigo a Los Tablones en la Ciénega de Manabao, tengo que llevar la cajita? – Claro, vamos de inmediato, dije. Por fin empezaba a resolverse mi curiosidad.
En Los Tablones arrancó la maravilla: subimos un tramo de río y cruzamos hasta una orilla mesopotámica, caminamos hasta el punto de unión de las aguas. – En este punto se juntan las aguas del Río Arraiján que viene por la derecha y del Río Guano que viene por la izquierda, aquí forman la “Y” del Yaque, este es el verdadero nacimiento del Yaque del Norte… ven toca el agua, pasa la mano por la cabeza al Yaque.
La emoción apenas iniciaba, de ahí nos movimos a la casa de Teresa, hija de Mauricio. Marcano llevaba muchos años sin contactos con su amigo, quien, siendo guía nativo de la zona, lo había acompañado en todos sus viajes al Pico Duarte. Teresa, fiel continuadora en la tarea de salvaguardar al Yaque, recibió al Profesor con una alegría solemne de cuasi reverencia.
– Ay Marcano, el viejo está muy mal, ya no puede caminar y perdió la vista.
– ¿Dónde está?, ¿Puedo verlo?
– Como no, pasemos a la cocina, está acostado en su catre, ahí pasa el día hasta que en la tardecita lo movemos al cuarto.
– Espérame un momento, no le digas que estoy aquí.
– Carlos, por favor trae la cajita.
En ese momento, me sentí en una escena inmortal, todo aparecía más iluminado, como si alguien hubiera encendido luces celestiales. Teresa se quedó con Marcano en el patio, me apresuré al vehículo para buscar aquella peculiar cajita completada minuciosamente por el Profesor.
– Muchacho corre, debo entrar con eso.
Avancé hasta la puerta de la cocina cargando la cajita junto a Marcano, Teresa venía detrás de nosotros. Yo me veía como alelado, como si pudiera alargar el tiempo para disfrutar al tope mi presencia en ese instante. El Profesor saludó al entrar: – Mauricio ¿Cómo estás?
Hubo un silencio de 5 segundos hasta que surgió una voz metálica sutilmente apagada, y exclamó aquella expresión que llenó todo el espacio:
– ¿Marcano, eres tú?
Sensibilizado por aquel inmediato reconocimiento que hizo su entrañable amigo, a pesar de la ceguera y de su condición postrada, el Profesor incorporó su garganta y dijo:
– Si Mauricio, soy Marcano.
Un llanto de alegría con lágrimas brotadas por las esquinas de los ojos de ambos gigantes conmocionó a quienes fuimos testigos de aquel reencuentro.
– Pensé que iba a morirme sin volver a verte.
– Te dije que vendría cualquier día y he venido para saber de ti.
– ¿Cómo en aquellos tiempos?, – Así es, como en aquellos tiempos.
– ¿Trajiste la comprita de siempre?, – Así es, aquí está la cajita.
– ¿Y el romo?, – También te traje el romo
– Gracias Marcano, me has alegrado la vida querido Profesor.
– Gracias Mauricio, por todo lo que aprendí de ti.
Les confieso que aquellas luces no se apagaron nunca, se han mantenido encendidas iluminando esos pequeños detalles que valen más que todo el dinero del mundo.
Relato en honor al Profesor Eugenio de Jesús Marcano en su primer centenario.
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