Para cocinar, escribir, pintar, esculpir ¿y la música? Hay que saber sazonar. Temprano aprendemos a distinguir a qué sabe lo que comemos por nuestras madres (en busca de una voz), lo mismo de la lectura, de contemplar obras de artes. Sabemos cuándo la comida no la preparó ella u otra persona allegada o no a la familia, de la que se está acostumbrado a comer. Luego llega la familia propia (la obra personal) y distinguimos el “sazón” de la mujer con que compartimos la cama o la que cocina aquella a quien se les paga que cocine para la familia y ¿la de la calle? (las influencias). Silencio en la sala.
Lo mismo pasa con el arte en general y, por qué no decirlo con todo hacer humano. Si no se “sazona o inverna” la idea no hay garantía de que eso pueda servir (la obra terminada), en principio, para cuajar en la realidad los propósitos que están en la cabeza para cuajarlos en la realidad, escribiéndolo, pintándolo, esculpiéndolo, representándolo. Si nos detenemos en la literatura, en sus diferentes géneros, ¿se puede decir que hay que sazonar la energía creadora para buscar inconsciente o conscientemente la palabra que cuaja con lo que intuimos que puede ser un buen texto? El resultado: un texto de creación. Pienso, todo va a depender de controlar el impulso creador, cosa que no siempre el que ejecuta el plan escritural que tiene en la cabeza, lo consigue. Llega de un golpe, a sazonarlo. Llegó paso a paso, también a sazonarlo. Los ejemplos de obras que nacen perfectas a los propósitos del “alma de la creación” artísticas sobran, como los de la dedicación casi obsesiva, en busca de la perfección o no, de la obra de arte; la que llega alada como el batir de un rayo de luz como la que se trae de vuelta de una niebla a la claridad con el trabajo continuo de la escritura, de la piedra, del mármol, de los colores para plasmarlo en un lienzo que reposan en el iris de los ojos; todos, dignos del mismo aprecio creativo para los resultados y el disfrute; todos con el sazonar de diferente manera los materiales aptos para arrojar luz el acto de “crear”. Lo que lleva a pensar en espiral, línea o circular, partiendo de la experiencia personal, que va después sobre la forma que da el fondo, o por qué no, lo contrario, la obra final. Sin olvidar el acto más mágico de la creación artística, la pieza musical, viene dada por la partitura. El lector dentro de su sapiencia y sus conocimientos sabe los recursos de la escritura, ¿y los de la música? ¿Cómo sazonarían Mozart, Beethoven o Brahms? ¿Los retoques, los empates, las eliminaciones? ¿Un Neruda, Huidobro? En la escritura. El primero y el último puro torrente de claroscuros en la palabra poética; pura vitalidad como rayos de luces intermitentes.
La partitura el éxtasis ante los sonidos aun no desvelado al oído armoniosos que despierta… Ah, la sazón, el sazonar y ¡Hágase la luz! Ante la obra de arte, con sus calificativos excelsos: la cocina, el sazonar y los sentidos en plena ebullición.