Por lo regular este tipo de textos comienzan con una anécdota de cómo se conoce al autor o bien algunos prefieren, con oquedad, mostrar su erudición y citar autores o textos preferentemente poco familiares.
Al tener lugar esta puesta en circulación en esta casa cultural, donde nuestros sueños hicieron elección de domicilio, nos vemos en la doble condición de presentador y anfitrión junto a nuestro presidente, el Dr. Johnny Guerrero.
Dicho lo anterior, preciso que acabo de saludar por vez primera al señor Antonio del Orbe, sin saludo militar ni reverencias protocolares, con la cercanía que la poesía proporciona, multiplicando los lazos comunes de un pasado que nos acercó en cuando leía su poemario y me encontraba en él.
Este texto fue un encargo de mi entrañable amigo Rafelito Mirabal, a quien jamás puedo negarme, y él sabiéndolo me envió un guasap con el libro que debía presentar y más adelante el contacto de su autor.
Hablé con él antes de leer su obra. Un error, supe de sus pasiones y descubrí algunas coincidencias vitales que generaron mayor complicidad poética.
Antonio del Orbe llegó temprano al universo de las letras, teniendo acceso a una de las bibliotecas más impresionantes de la isla, la de don Emilio Rodríguez Demorizi, su tío abuelo a quien siendo adolescente le sirvió como secretario personal.
Quizás sea la génesis de su poligrafía y sus pasiones (distantes en disciplinas del conocimiento pero convergentes en el humanismo con el cual las ha asumido): médico, psiquiatra, epidemiólogo, abogado, diplomático, músico, violinista y militar dominicano.
Parecería un hombre escapado del Renacimiento y que por el azar del calendario ronda en esta postmodernidad caribeña de verdades angostas y dudas absolutas.
El poemario y la nostalgia de mercado.
Basta con pasear una tarde por los centros comerciales de la ciudad para ver con facilidad los distintos estímulos nostálgicos que iluminan escaparates y vallas publicitarias. Materiales promocionales, productos y decoraciones de todo tipo giran en torno a acciones de la vida real que inspiran los resultados de una época pasada. Sin duda, más que nunca, la nostalgia dicta las líneas de producción del ocio y el consumo de moda en nuestro tiempo, vendiendo y sacudiendo los corazones de la llamada vieja clase media.
Revistas como Elle y Vogue evocan el perfume del pasado. Lo vintage es una opción de vanguardia. Cuando hablamos de cine o música, a menudo se ven y escuchan en listas los remakes de películas de culto o sagas nostálgicas atemporales.
No se trata de una reevaluación del arte, sino de una necesidad existencial de conectarse con un pasado que envejece demasiado rápido. Por ejemplo, los personajes de ficción en esta industria de la nostalgia no se conforma con recrearlos y aprovecha para ponerlos producir casete, disco de vinilo, VHS y los videojuegos van a parar a consolas de Nintendo, SEGA y Atari recién manufacturadas. Todo esto es importante porque la nostalgia, esa necesidad, no sólo es propia de poetas. Hoy es una tendencia y característica del humano en este tiempo. Perdonen a este anciano que se puso nostálgico, volvamos al poemario.
Saudade está calzada en Santo Domingo y fechada en 1980. Si las matemáticas no me traicionan, pudiese ser un libro escrito con 16 años o terminado a esa edad.
¿Qué tanto puede extrañar un adolescente?
Advierto esto porque el ente poético de Saudade no tiene edad sino tiempos.
Borges, el inagotable, dice que “el tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad, un juego o una fatigada esperanza”.
Los jóvenes se benefician más de la mirada nostálgica. Los olores nos llevan a épocas, construyen nuestra identidad, afirman los expertos. Como una colección de recuerdos perfumados de quiénes somos o queremos ser. El atardecer de mis sábados, invariablemente tiene el olor a césped mojado, el sol se siente en todos los sentidos… en fin volvemos al poemario.
¡Toda isla es melancolía y esta lo es aún más!
Desde el areito hasta las notas del Almirante de la Mar Océana, desde el canto del esclavo negro por regresar hasta el inmigrante judío que sentaba raíces en un Caribe inimaginado.
La nostalgia, en Saudade, no duele, es un sentimiento neutral. A esa edad está presente la pasión narradora que desea construir el mundo con sus detalles. Un ojo conductor y ejecutor de todo cuanto el lector ha de descubrir y sentir.
¿Y la necesidad de dolor, nos humaniza siempre?
Es un riesgo hablar de Lacan o de Freud, el autor a los años se inclinaría por el estudio formal de esto que temprano le templó como creador.
Recuerdo que cuando el padre nuestro antiguo presidente y hermano del vate Manuel del Cabral, le recriminó por no continuar sus estudios de derecho, este le respondió con un poema que dice lo siguiente:
“Qué más quieres, no pudo
hacerse licenciado mi corazón desnudo.
Era mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes
lo grave que es a veces
un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!”
Así hay unos pájaros que sobre el techo del cielo se hacen memoria, en el ojo de Del Orbe, quien se reconoce insular: anclar, zarpar, la mar es un estrecho canal que conduce al hombre interior, a lo que siente o deja de sentir, a lo que evoca y se hace vacío.
Hay un tedio en el fondo del poema:
“Bostezo
y los brazos se me salen
de la isla”.
En ella, hemos dicho que toda isla es nostalgia, el Sol es como espejo para reconocerse.
“El mar ruge
en mis adentros
como una campana
de catedral”.
Pensamiento, la hondura reflexiva de sus poesías va radiografiando a un ente poético que habita frente al mar, o al menos no le es ajeno: “Partir tener que irme a ninguna parte siempre”.
Pero, ¿cuánta nostalgia cabe en un poemario?
Primera nostalgia: la ciudad.
Nos ubicamos en cualquier recóndito espacio de la vida, por ejemplo como lector, fui el niño del interior de la isla, lo mismo que el de un poemario que se ubica con precisión satelital, en la calle Sánchez y José Reyes de la ciudad intramuros, la Ciudad Colonial, que pasea por la Calle del Conde, protagonista silente que ve transcurrir la vida lo mismo que la muerte.
Vuelvo a insistir es un poemario de 1980, es decir, que el valor de la nostalgia se torna más poderoso pues se produce en medio del esplendor de un centro de ciudad que atraía, sorprendía y era escenario de las estridencias de una modernidad tardía que se abría paso con nuestro particular capitalismo.
Una ciudad con catedral ausente, construida por indios sin fe, epicentro del poder, conquistas y hurtos, aun en la alegría de los cafés, en las tristezas de las fiestas y las evocaciones de vida bulliciosa y gentío, el esplendor es recurso para evocar nostalgias y soledades.
Todo para ir a subir aceras altas, trepar en ellas y observar que “la revolución” no es sino un recuerdo tendido en cruzacalles.
Segunda nostalgia: la casa.
Además de las aceras, el timbre y tras la puerta hay un niño con asma… a los que nos acompañó el silbido sin fin, como diría José D´ Laura como el soundtrack de nuestras vidas, se mencionan los remedios que llevaron a hacernos conscientes de que existe una soledad que se prefiere, se elige.
La casa que sirve de escenario a un padre que reinventa espacios y donde tiene lugar la navidad que es el tiempo donde se hace más cruenta la nostalgia, aunque para Eliot “abril es el mes más cruel”.
Tercera y última nostalgia: la gente.
El padre que corre como gacela, que se la ingenia para meter un vehículo en la sala de casa… y todo eso es poesía.
Como lo es no el hecho, ni el contexto sino la manera del decir poético que hace de una anécdota con un limpiabotas una lección de vida, que les reservo para cuando lean el libro.
La madre, Ñaño, Bonillita, Papucho, Doña Antera o el hermano mayor y los inmortalizados en el cemento de una calzada de fraguaba o la mirada suspicaz de un enano armado con navaja. La humanidad que cansa.
“la casa de Ñaño,
la barbería donde se pelaba Peña Gómez
con el estilista siempre ebrio
luego de bordear la esquina
y la farmacia estupenda
la plenitud del Conde
un nuevo mundo
siempre cambiante
Flomar la tienda de telas
de los árabes,
la Margarita,
Pan Am,
Musicalia,
los monjes cantando Hare Crishna
con sus túnicas naranja”
La poesía de lo cotidiano y lo cotidiano de la poesía, tener el verso como un lente: ojo viajero que taladra el tiempo.
Aunque apenas mencionado Reverón es un cómplice, todo es luz en Saudade. Luz sobre cada cosa, luz que cubre a cada persona para otear sus adentros, luz, mucha luz, cuando “amanece tan pronto”, cuando reafirma que “¡Todo es luz!”
Así una mariposa no es sino vuelo, un viento puede ser una presencia, una silla vacía se traduce en espera y una puerta en doble acertijo: lo que imagino tras ella revela lo que soy, mis temores, esperanzas y miedos.
Tener memoria, según el poeta es reconocer que:
“Tengo la memoria de mi padre
y los ojos abiertos
de la primavera
de mi madre”.
Ya me despido y les dejo con Saudade.
“Ahora cantarán mejores canciones
las atormentadas alondras”.
* Presentación del poemario en la Sociedad Cultural Alianza Cibaeña, Inc., Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 18 de noviembre de 2023.