El pueblecito de Caleruega, cerca de Burgos en España, cuenta hoy con apenas 433 habitantes. En su plaza principal hay una estatua que dice: “Caleruega a su hijo Domingo”. Y es que allí alrededor de 1171 nació el que llegaría a ser Santo Domingo de Guzmán. Cuarenta y cinco años después Domingo visitó al papa y le pidió autorización para crear la orden de “Los Predicadores”, también conocida como los Dominicos, las Dominicas, los dominicanos o las dominicanas. Dos años después esa organización ya había fundado varios conventos.
Antes de que Domingo naciera, su madre había soñado que de su matriz saldría un perro con una antorcha en la boca, deviniendo esa imagen con el símbolo de la Orden de los Predicadores y también logró que se refiriesen a sus integrantes como Domini Canes, los perros del Señor. Pero a ese pequeño pueblo de Castilla la Vieja no le tocaría el privilegio de que su importante hijo se llamase Santo Domingo de Caleruega, sino Santo Domingo de Guzmán, pues ese era el apellido de su padre, gobernador de la ciudad.
Más de trescientos años después Bartolomé Colón se trasladaba desde La Isabela, en la costa norte de la isla Hispaniola, para fundar “La Nueva Isabela”, en la desembocadura del río Ozama a la cual el 5 de agosto de 1498 daría el nombre de Santo Domingo de Guzmán. Algunos plantean que esa decisión provino del hecho de que fue fundada casi el mismo día en que nació el santo, el 8 de agosto, o el día en que murió, el 6 de agosto. Para otros se le dio ese nombre porque la ciudad fue fundada un domingo y aún para otros Bartolomé quiso honrar a su padre llamado Doménico. En 1510 llegarían a Santo Domingo miembros de la orden creada por este santo, descollando Fray Bartolomé de las Casas y Fray Antonio de Montesinos. El convento de los Dominicos luego fue transformado en el primer hogar de lo que hoy es la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y por eso es que en el escudo de ese centro de estudios aparece el símbolo del perro con la antorcha en la boca. Los dominicos eventualmente abandonarían el país retornando tan solo en 1954.
Pero la capital de la República Dominicana solo a veces ha llevado oficialmente el nombre de Guzmán. La Constitución de 1865 se refiere a Santo Domingo de Guzmán, así como la de 1966, la de Bosch, y la actual del 2010 y por eso los decretos dicen “Dado en Santo Domingo de Guzmán…” pero ni en la de 1979 ni en la de 1961 se hace referencia a Guzmán y por eso los decretos simplemente decían “Dado en Santo Domingo…”.
Santo Domingo y los cátaros
El nombre cátaros o albigenses, refiere a apóstoles o buenos cristianos gnósticos quienes poblaron lugares tan lejanos como Bosnia e Italia. Eran conocidos como “los puristas”. Dieron una lectura diferente al Nuevo Testamento criticando como falsa a la Iglesia Pontificia Romana. Para ser cátaro el novicio debería por lo menos estudiar un año antes de recibir el sacramento, viviendo de limosnas.
Domingo predicó entre los cátaros en la zona francesa del suroeste, hoy conocida como el Languedoc. En el poblado de Fanjeaux, donde hoy día apenas viven 818 personas, fundó conventos, incluyendo uno de monjas, que contaban también con cátaros arrepentidos. Pasó meses debatiendo teología con cátaros en diferentes lugares de la región. Estas discusiones duraban semanas, pues el objetivo de Domingo era ganar con argumentos y no a través de las armas. Domingo permitía que los cátaros expusiesen sus puntos de vista con total libertad y hasta se habla del “milagro del texto” cuando los cátaros trataron de quemar una libreta donde Domingo había escrito todos sus argumentos, pero esta no ardía. En ese pueblo está la casa de Santo Domingo, un hotel con su nombre y de allí parte el “Camino de Santo Domingo”. Agencias turísticas estimulan a que devotos de los Dominicos visiten a Fanjeaux como parte de seguirle los pasos al santo. En Nimes, por ejemplo, una calle se llama “Saint Domingue”.
Pero, lamentablemente, desde el año 1022 en Francia se quemaban vivos a herejes. El utilizar la hoguera condenaba a la maldición eterna, pues llegado el día de la resurrección y el juicio final si no aparecía un cadáver no podía redimirse a una persona y es por eso que por muchos años y hasta muy recientemente la Iglesia católica estaba en contra de la cremación. Mientras Domingo predicaba y trataba de convencer, otros simplemente condenaban a la hoguera a los que consideraban como cátaros. En una ocasión un oficial del ejército preguntó cómo podía distinguir a los herejes de los católicos y la respuesta de su superior fue: “Mátenlos a todos que Dios reconocerá a los suyos”, insinuando que este sabría a quiénes enviar al cielo y a cuáles condenar al infierno.
Domingo murió en 1221 cuando ya existían 25 conventos de Dominicos y sería irónicamente doce años después, en 1233 cuando el papa Gregorio IX asignó las labores de inquisidor nada menos que a la Orden de los Dominicos. Mientras Domingo estuvo vivo los Dominicos predicaban para ver si convencían a los cátaros, pero después de muerto se convirtieron en los asesinos de estos enviándolos a la santa hoguera. Los cátaros ya para 1321 habían desaparecido de la faz de la tierra, aunque su bandera hoy ondea en todo el Languedoc y aparece en las botellas de los vinos de la región. Y más irónico aún es que el mismo Papa que confió a los Dominicos las labores de la Santa Inquisición y el exterminio de los cátaros, sería el que canonizaría en 1238 al nacido en Caleruega. La juventud musical de hoy día se ha inspirado en la tragedia de los cátaros. La banda inglesa “Heavy Metal” y la alemana “Power Trash Paradox” en su álbum “Heresy” honran la memoria de estos cristianos gnósticos.
En una de las principales iglesias de Florencia existe un precioso fresco donde aparecen sacerdotes Dominicos rodeados de perros y que lleva por título “Dominicanes”. Es un juego de palabras que explica que los Dominicos, o dominicanos, eran “los perros del señor” por su obediencia y también para hacer referencia al sueño que tuvo la madre de Domingo. En la República Dominicana se publicó una novela, muy mala, por cierto, titulada “Domini Canes-Los perros del señor”, donde trata de explicar que los dominicanos (los del país, no los de la orden religiosa) actúan como perros de nuestros amos, como lo hicieron durante las dictaduras de Ulises Heureaux y Rafael L. Trujillo.