"El mundo totalitario, se base en Marx, en el Islam o en cualquier otro fundamento, es un mundo de respuestas, en vez de preguntas". Milan Kundera.
Una anécdota, aparentemente jocosa, cuenta que Nicolás Guillén subía cada mañana las escalinatas de un edificio gubernamental mientras un alto funcionario, con indudables ganas de fastidiar, le saludaba a distancia y con cierta ironía le decía, ¡adiós poeta! Guillén, cansado de la solapada burla, le devolvió un día malhumorado la pelota, gritando al otro lado de la calle ¡más poeta eres tú!
En el fondo y no tan en el fondo, el funcionario al llamarle de ese modo y de acuerdo a su criterio, expresaba la inutilidad de dicho oficio y más que tratarse de un halago manifestaba un profundo despreció ante tal actividad.
En este preciso momento y a raíz del atentado contra el escritor Salman Rushdie regresan a mí como búmeran algunas preguntas que nunca he dejado de formularme. ¿Cuál es el papel que se le confiere al poeta, a ese artista que con frecuencia suscita gran cólera en muchas de las personas que detentan el poder? ¿Por qué se le estigmatiza, se marca y apesta su presencia? ¿Por qué esa tendencia a mínimizarlo y ningunearlo en todo momento? A mí modo de ver se trata y creo que no puede ser de otro modo, de esa capacidad innata en el artista para burlar con desenfado a quienes pretenden ejercer la autoridad en cualquiera de sus formas posibles y casi siempre, sean de izquierda o derecha, de manera absurda. Esta posibilidad provoca en estos últimos una profunda irritación. El escritor profundiza con agudeza en las contradicciones del ego excesivamente vanidoso que suele acompañar a determinados personajes del mundo de la política. El ojo crítico del artista pone de relieve tal condición, lo que le convierte indefectiblemente en un ser indómito e ingobernable y por ello relegado al ostracismo y a la condición de paria, esa oveja negra necesaria en todo grupo social. Individuos como Donald Trump y Daniel Ortega, desde posturas diametralmente opuestas, no pueden ser más patéticos en su proceder. Es también función del poeta evidenciar la miseria humana. Aldo Pellegrini lo dice categórico en su ensayo La poesía y los imbéciles: “La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en los que ejercen el poder "
Y es que el hombre menos libre es aquél que en su afán por mantener el control o la supremacía sobre otro hombre, esconde un Ayatollah Jomeini en su interior. Porque el artista no da nada por absoluto. Pregunta y se cuestiona acerca de todo constantemente. Y eso en toda dictadura es imperdonable. El poeta es así una afrenta para el poder. “La belleza es en sí misma peligrosa, conflictiva para toda dictadura (…) Porque toda dictadura es de por sí antiestética, grotesca” afirma Reinaldo Arenas en su libro de memorias “Antes que anochezca”
Escritores como Salman Rushdie nunca van a ser bien vistos allá donde, de manera perversa y totalitaria, se ejerza la fuerza. Y es que este tipo de hombres no practican el oficio de la escritura como mero placer estético, pues la belleza ha de ser siempre disidente de lo absurdo.